Publicado: noviembre 16, 2025, 9:23 am
Hace poco corrí la Media Maratón de Valencia. Marca normalita y sin aspiraciones de nada. Desde la salida me encontré a decenas o quizás cientos de corredores con el brazo extendido grabándose. Durante la carrera fue una constante. De vez en cuando me encontraba a alguno con el brazo levantado mirando a cámara. Comprometiendo la postura y el rendimiento, y complicando a quienes llegábamos por detrás para adelantar. Pero sin bajar el móvil.
La llegada a meta ya fue una explosión. Muchos, en cuanto la cruzaban, sacaban de nuevo el móvil y bailaban la misma coreografía como si se hubieran puesto de acuerdo: mirada agotada al suelo, mirada triunfal al cielo, resoplido sonriente, mordisco al labio inferior durante un pestañeo largo y cara de trascendencia.
Unos días después, comentando la moviola con los amigos, me enseñaron el resto del iceberg: tiktoks con música de Hans Zimmer, monólogos sobre la superación personal. Todo empaquetado, todo monetizado. Aunque sea en likes.
Ninguno de los que me mostraron y supongo que casi ninguno de los que vi en la carrera eran influencers profesionales. No tienen patrocinadores esperando su contenido, pero han asumido voluntariamente la carga de documentar y performar su propia vida. Son trabajadores no remunerados de sus propias narrativas digitales, editores compulsivos de experiencias que ya no saben vivir sin mediar.
La carrera es solo el decorado. Lo que graban no es la media maratón: se graban a ellos mismos. Sus sensaciones, sus superaciones, su protagonismo. El running es intercambiable: podría ser crossfit, podría ser un viaje, podría ser la maternidad. Lo importante es el yo como contenido, el yo como producto audiovisual.
Quizás ni siquiera se dediquen a documentar su propia vida, sino a algo que suena parecido pero es muy diferente: se dedican a vivir una vida pre-documentada, pre-editada, diseñada para ser contada. Han interiorizado tan profundamente la gramática del contenido digital que ya no pueden experimentar nada sin pensar simultáneamente en cómo se verá en pantalla. No piensan «qué duro está siendo esto» sino «qué épico va a quedar cuando le ponga la música».
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Hemos creado una generación que trabaja gratis como documentalista de su propia existencia. Sin contrato y sin sueldo, a veces ni siquiera con la aspiración de ver ese esfuerzo convertido en pasta algún día, pero con la disciplina de un profesional. El brazo extendido durante media carrera era la imagen perfecta de esta nueva servidumbre voluntaria: sacrificamos la experiencia inmediata para producir su versión distribuible.
Ya no vivimos y luego lo contamos. Producimos contenido sobre nosotros mismos mientras fingimos que vivimos. El algoritmo ha conseguido su victoria definitiva: no necesita pagarnos para que trabajemos para él. Hemos olvidado que existe una diferencia entre correr y producir contenido sobre correr. O dicho de forma más general: entre vivir y performar la vida.
En Xataka | Cada vez me gusta más la tecnología que no quiere nada de mí: la que tiene un propósito y te deja en paz
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La noticia
Hay una generación trabajando gratis como documentalista de su propia vida: no son influencers pero actúan como si lo fueran
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Javier Lacort
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