Publicado: septiembre 24, 2025, 5:23 am
Al principio eran unos pocos rescatistas, con sus aletas y sus flotadores, instalados en un hostal de Lesbos. Habían visto por la tele la llegada de miles de sirios que huían de la guerra y que intentaban cruzar a Europa por el paso más «seguro», desde las costas de Libia hasta esas playas de Grecia. Muchos no lo conseguían. La mayoría ni siquiera sabía nadar, muchos iban con flotadores de plástico, talla infantil, lo que les daban las mafias haciéndoles creer que ese dineral que habían pagado al otro lado del Mediterráneo era un billete seguro hacia una nueva vida.
Los rescatadores del Open Arms empezaron así. Yéndose en sus horas libres a aquel lugar recóndito. Dando lo único que tenían, su tiempo y su experiencia en rescates. No quisieron quedarse en casa viendo a través de la televisión lo que pasaba. Actuaron. Y lo lograron.
Diez años después de aquel nacimiento espontáneo de Open Arms, se han salvado 72.000 vidas. 72.000 historias de personas que han logrado seguir adelante porque, en el momento más crítico de sus vidas, cuando pensaban que a nadie importaban y que su vida estaba a punto de expirar, una mano, un brazo fuerte y seguro, les agarró y les puso a salvo.
Cada una de esas vidas importa. Tanto como las nuestras. Muchos son padres o madres, como usted, que, sin saber muy bien qué hacer, después de haberlo intentado todo, han escogido la solución menos mala: irse, dejarlo todo y buscar algo mejor en otro continente y en otro país. Donde no tienen nada, excepto la certeza de que allí no morirán ni de hambre ni por las bombas.
Ahora que estamos metidos en polémicas intencionadas sobre si los migrantes son causa de más violencia, de más inseguridad, es bueno recordar lo que pensábamos hace diez años, cuando veíamos a aquellos socorristas hacer turnos en aquel hostal, pendientes de un walkie-talkie en el que escuchaban las llamadas de auxilio. Lo que pensábamos cuando vimos a ese niño boca abajo, con su camiseta roja, en una playa, ahogado. Un niño como el suyo o el mío.
Es bueno recordar porque, en estos años, ha habido discursos que nos han intentado empujar a pensar lo contrario. A temerlos e incluso a odiarlos. Lo que ha pasado en Monforte de Lemos este fin de semana o lo que vimos en Torre Pacheco antes del verano es el resultado de mensajes intencionados en redes que solo buscan prender la mecha. Mensajes que ni siquiera muchas veces se han generado aquí. De gente que ni sabe situar en el mapa dónde está Monforte de Lemos. Allí tenían que ir casi 80 menores que están ahora mismo hacinados en Canarias. Menores como Aylan, que no eligieron salir de su casa ni cruzar ese mar. Hace 10 años se nos partía el alma viendo esas playas llenas de flotadores de plástico, la prueba de que algunos lo habían conseguido. Son los mismos, con otros nombres, otras caras, pero huyendo y buscando lo mismo. Una vida mejor.