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Estamos drogando a los salmones con cocaína y ansiolíticos. Y eso está provocando que se comporten de forma extraña

Publicado: abril 20, 2025, 2:23 pm

Estamos drogando a los salmones con cocaína y ansiolíticos. Y eso está provocando que se comporten de forma extraña

Pocos animales han sufrido tanto a los humanos como una raza canina: el Pug (o Carlino). La cría deliberada de este tipo de perro ha dado lugar a todo tipo de malformaciones físicas, con una anatomía distorsionada (cráneo extremadamente achatado, ojos expuestos, vías respiratorias comprimidas y mandíbulas disfuncionales) como resultado de una manipulación artificial sistemática y cruel. 

A la lista de criaturas a las que le hacemos la vida muy complicada debemos añadir otra que se está adaptando a nuestro gusto por las drogas: los salmones.

Primero fue la cocaína. Junio de 2020. Los funcionarios de la Agencia Estatal de Medio Ambiente de Renania del Norte-Westfalia (LANUV) se toparon con una escena inquietante en una piscifactoría alemana: salmones del Atlántico se agitaban frenéticamente, intentaban saltar fuera del agua y mostraban un comportamiento caótico que, según los expertos, solo podía explicarse por una fuerte sensación de incomodidad.

Salmones enfarlopados. La situación surgió en el marco de un proyecto de conservación de especies, y debido a lo inusual del episodio, fue documentada en el informe anual de la agencia bajo el título de “Salmones con cocaína”. Tras analizar el agua de los arroyos que alimentaban los tanques, descartaron una larga lista de pesticidas, herbicidas y fármacos comunes, hasta que detectaron dos sustancias particularmente llamativas: sí, cocaína y su metabolito benzoylecgonina.

Una realidad documentada. La presencia clara de cocaína en uno de los arroyos cercanos llevó a los investigadores a concluir que una reacción a la droga no podía ser descartada, ni mucho menos. La hipótesis más plausible apuntó a un vertido ilegal de aguas residuales en el cauce del arroyo, una práctica común en Europa y Estados Unidos, donde laboratorios clandestinos y redes de narcotráfico eliminan sus residuos en cuerpos de agua.

Lejos de ser un caso aislado, lo ocurrido en Alemania se sumaba a una creciente línea de investigaciones que documentan cómo los residuos de drogas ilegales presentes en los ríos y arroyos afectan directamente a la fauna acuática. En Reino Unido, España, Europa central y otras regiones, se ha identificado metanfetamina, MDMA y otras sustancias en niveles que, aunque bajos, bastan para alterar la conducta de los peces.

Un primer trabajo. Un estudio científico fue aún más lejos: investigadores expusieron intencionadamente a truchas a dosis de metanfetamina similares a las detectadas en ríos, y observaron cómo desarrollaban signos de adicción, modificaban su comportamiento y, al ser trasladadas a entornos limpios, presentaban síntomas de abstinencia.

Los experimentos revelaron que muchas drogas diseñadas para afectar el cerebro humano también interactúan con los sistemas neuronales de otras especies, generando consecuencias impredecibles.

Y luego los ansiolíticos. A los salmones les esperaba mucho más que la coca. En una investigación sin precedentes, un equipo de científicos ha confirmado que los residuos de fármacos que circulan en los ríos no solo llegan a las especies acuáticas, sino que están modificando su comportamiento en plena naturaleza. El estudio, publicado en Science, siguió la migración de 279 salmones jóvenes del Atlántico en el río Dal, en Suecia, tras implantarles cápsulas de liberación lenta con dos medicamentos comúnmente hallados en aguas contaminadas: clobazam, un ansiolítico de la familia de las benzodiacepinas, y tramadol, un analgésico opioide.

¿Qué encontraron? Los investigadores descubrieron que aquellos salmones expuestos al clobazam alcanzaron el mar Báltico en una proporción mayor que los no medicados, y lo hicieron hasta tres veces más rápido al atravesar las presas hidroeléctricas, sorteando las turbinas con una audacia inusual para su especie. El resultado sorprendió a los científicos, que esperaban que ese exceso de osadía redujera las probabilidades de supervivencia.

Valentía “artificial”. Aunque en este contexto la conducta temeraria pareció facilitar la migración (al acortar el tiempo de exposición a obstáculos peligrosos como las turbinas), los expertos advierten que esa alteración del comportamiento natural podría tener consecuencias ecológicas profundas. El clobazam hizo que los peces adoptaran un comportamiento más individualista, menos gregario, lo que podría aumentar su vulnerabilidad ante los depredadores una vez en mar abierto.

Experimentos paralelos en laboratorio respaldan esta idea: los salmones medicados mostraron menor tendencia a formar bancos, una estrategia esencial de defensa colectiva. Esta tendencia a separarse del grupo los haría más visibles y fáciles de cazar, lo que plantea dudas sobre su capacidad de supervivencia a largo plazo, algo que el estudio no pudo rastrear una vez los peces alcanzaron el Báltico.

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Contaminación silenciosa. De fondo, otro problema. La investigación aporta una prueba concluyente de que los efectos observados en laboratorio con fármacos psiquiátricos (como una menor respuesta al miedo, la pérdida de comportamiento social y el aumento de la toma de riesgos) también se producen en condiciones naturales, y con dosis comparables a las halladas en ecosistemas reales.

El hallazgo refuerza la preocupación sobre la llamada “sopa farmacéutica” que fluye por los ríos del mundo: se han detectado más de 900 principios activos farmacológicos en aguas naturales, desde antibióticos hasta antidepresivos y quimioterápicos. Muchos de estos fármacos actúan sobre áreas del cerebro comunes a múltiples especies, por lo que los peces y otros animales acuáticos están expuestos a efectos secundarios no previstos, combinaciones peligrosas e interacciones aún muy poco estudiadas.

Una amenaza global. La investigadora Karen Kidd, especialista en ecotoxicología, subrayaba estos días que el verdadero riesgo está en la acumulación de múltiples sustancias con efectos distintos, cuyas consecuencias en conjunto son impredecibles. Para los científicos, este es un problema de alcance planetario que exige una respuesta sistémica: urge desarrollar estaciones de tratamiento de aguas residuales más avanzadas, capaces de eliminar estos compuestos antes de que lleguen a los ríos, así como promover el diseño de medicamentos más biodegradables.

La clave, advierten, está en actuar antes de que estos cambios sutiles pero constantes socaven el equilibrio de ecosistemas construidos durante milenios. Porque, aunque la tecnología puede seguir detectando alteraciones, solo una acción decidida puede frenar el deterioro invisible de la vida bajo el agua. 

Mientras tanto, entre ansiolíticos que los vuelve temerarios y arroyos contaminados con cocaína que alteran su pulso vital, la lucha milenaria del salmón contra corrientes y depredadores ha sumado un nuevo e inédito enemigo: los residuos invisibles de las adicciones humanas.

Imagen | CSIRO, Pexels

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La noticia

Estamos drogando a los salmones con cocaína y ansiolíticos. Y eso está provocando que se comporten de forma extraña

fue publicada originalmente en

Xataka

por
Miguel Jorge

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