Publicado: septiembre 15, 2025, 1:17 am
Un día cualquiera de septiembre de buena mañana, miles de personas emprenden una marcha hacia una montaña cercana a su ciudad. Jóvenes, mayores y niños; hombres y mujeres; de izquierdas y de derechas; nacidos aquí o de fuera; en familia o con amigos. Por un día apenas habrá móvil y redes sociales; solo aire libre y deporte. Animar a los tuyos y respetar a los otros porque todos ellos se ganarán ese día el jornal.
Así viene siendo una etapa de La Vuelta ciclista a España desde hace 90 años. Un lugar de encuentro de los aficionados a las dos ruedas en el que la ideología no importa en beneficio del disfrute de las calles tomadas por un día por la bicicleta y sobre todo de la admiración al esfuerzo titánico del pelotón.
Miles de aficionados toman cada curva con sumo respeto para ver pasar apenas unos instantes al centenar de ciclistas profesionales. Un fugaz espectáculo que merece la pena no tanto por esos segundos fugaces de pedaladas de los esforzados deportistas, sino por la oportunidad de sentirse por un día como ellos. Bien porque ese público ha subido esa mañana el mismo puerto de montaña, bien porque en amena caminata se han ascendido esas pendientes con amigos. También por disfrutar de las calles de tu localidad teñidas por una vez de una serpiente multicolor; las risas con amigos y familia o en definitiva volver a sentir que es posible la diversión sin un móvil en la mano.
Nadie pone una pega a todo lo anterior, es un consenso que abusamos de la tecnología en detrimento de la vida sana y el deporte, también que cada vez hay menos cosas que nos unen y que se reproduce peligrosamente todo lo que nos polariza. A pesar de lo anterior este año, no ha sido así. La Vuelta se ha reventado y las etapas se han convertido en una lucha campal hasta el desastre final de la suspensión de Madrid, ceremonia de entrega de premios incluida.
Alguien decidió hacer de juez y condenar a un equipo ciclista por llevar el nombre de Israel en su maillot. La acusación era que esos jóvenes deportistas que cada día pasan de media seis horas en las bicis para terminar etapas de cientos de kilómetros eran los culpables de la guerra en Gaza. Las pruebas, ninguna, porque no hay organismo del deporte español ni internacional que haya puesto una objeción a la participación de dicho equipo en competiciones oficiales. La razón, usar el altavoz de este espectáculo deportivo seguido en todo el mundo para apoyar a Palestina.
¿Solo eso? Me temo que no, porque lo que hay detrás no son cuatro radicales a la vista de las declaraciones de ayer del presidente de Gobierno, lo que parece es que se trata de movilizar y unir a votantes –hoy disgregados políticamente–con la excusa de la guerra en Gaza, criminalizando todo lo que no comulgue con la ortodoxia de la izquierda.
Es un ensayo, es calentar motores. Ahora es contra Israel, mañana será contra empresas americanas, o contra los toros, al otro la Iglesia y por supuesto cuando haya cambio político el turno le tocará a un gobierno de derechas. Y entonces las manifestaciones violentas como las de ayer serán por los precios de la vivienda, la factura de la luz o la calidad de la sanidad, como si esos problemas solo aflorasen cuando gobiernan unos. Y los escraches, las banderas usadas como porras, las vallas a modo de trincheras y el odio a la policía volverán, con más fuerza si cabe que este mes de septiembre contra los pobres ciclistas.