Publicado: junio 20, 2025, 3:23 am
El lugar elegido era Mascate, la capital de Omán. Allí se habían citado el pasado domingo delegaciones de Estados Unidos e Irán para afrontar la sexta ronda de negociaciones destinada a congelar el programa de enriquecimiento del uranio iraní. Esa reunión, en la que el acuerdo estaba casi cerrado, no tuvo lugar. En la madrugada del viernes, el Gobierno israelí se encargó de reventarla iniciando una ola de ataques supuestamente preventivos contra instalaciones nucleares, factorías de misiles, altos mandos militares y científicos. Ya en la primera carga caerían asesinados el jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, el de la Guardia Revolucionaria y nueve investigadores junto a otras 78 personas. Washington admitió tener conocimiento de la operación pero se esforzó en asegurar que no intervino en el ataque. La impresión general es que Tel Aviv no quería de ningún modo que Trump cerrara un pacto con el régimen iraní inconveniente para los intereses de Netanyahu, que necesita la guerra para estar a salvo de los procesos judiciales por corrupción que le acechan.
La clave de esa negociación abortada entre Estados Unidos e Irán era el nivel de enriquecimiento del uranio que las centrifugadores persas están llevando a cabo para «usos exclusivamente civiles», según el régimen de los ayatolás. El uranio en estado natural solo contiene un 0,7% del llamado uranio-235 y las centrales nucleares requieren concentraciones entre un 3% y un 5%. El líder supremo Alí Jamenei dijo en un reciente discurso que el enriquecimiento del uranio es imprescindible porque una industria nuclear sin esa capacidad haría depender a Irán de otros países. Un razonamiento entendible si no fuera por el informe interno de la OIEA(Organismo Internacional de Energía Atómica), entidad que supervisa dichos procesos para evitar la proliferación de armas nucleares. En ese documento se especifica que el enriquecimiento del uranio iraní había escalado hasta el 60% sin justificación civil que lo sustente. Para que el uranio-235 pueda tener un uso militar ha de alcanzar un nivel de enriquecimiento por encima del 90%, lo que hizo sospechar a la OIEA de que Teherán está intentando fabricar un arma nuclear.
El proceso de tratamiento del uranio es complejo y exige un alto nivel tecnológico, de ahí que los agentes del Mossad marcaran en la diana de los ataques israelíes a los científicos encargados del mismo. En 2015, gobernando Obama, los Estados Unidos acordaron con el Gobierno de Teherán el permitir que enriqueciera el uranio hasta el 3,67%, suficiente para sus centrales nucleares, pero muy lejos de los niveles que requiere el uso militar. A cambio serían levantadas las sanciones económicas, auténtico secante de las arcas iraníes. Los fundamentos de aquel acuerdo, que Donald Trump suspendió nada más llegar a la Casa Blanca en su primer mandato, son los que ahora, sin rubor alguno, ofrece a las autoridades iraníes para frenar el desarrollo de su programa nuclear.
Los esfuerzos de Trump por aparecer ante el mundo como el gran pacificador en los grandes conflictos no han logrado de momento otro resultado que el ninguneo cuando no la burla de quienes él presenta como sus amigos. Fue el caso de Putin, al que regaló todas las bazas negociadoras que pudiera tener Ucrania y encima avivó la guerra, y ahora Netanyahu muestra con descaro lo poco que le importan sus iniciativas mediadoras y lo arrastra para que se implique en la contienda con Irán. El uranio-235 es la excusa perfecta del matarife de Gaza para su guerra total. Una guerra donde no hay bando bueno, todos son malos.