Publicado: octubre 21, 2025, 7:23 am
El robo ha sido tan limpio y tan astuto que hasta las autoridades francesas y parisinas han evocado al ladrón de guante blanco de ficción Arsenio Lupin (hay una serie), que en tiempos pudo competir con Sherlock Holmes.
Ha sido una ejecución tan rápida y peliculera que enseguida han descartado que fuera cosa de los sabotajes y guerras híbridas de Putin, que usa un modus operandi mucho más zaborrero. La grandeur venida a menos y la cultura de Francia achacan el hurto a ladrones autóctonos o cosmopolitas y a la tradición literaria local.
El robo del Louvre ha servido para cambiar el tono de las noticias que emite Francia, que desde que perdió a Mbappé no levanta cabeza. La deuda y el déficit, para los que mandan, son lo de menos siempre que puedan seguir mandando.
El expresidente Sarkozy entra en prisión; el presi actual, Macron, ha de demostrar frente al delirio del mundo fake que su esposa es una mujer; y tiene que aceptar la dimisión del primer ministro, nombrar a otro, que a su vez dimite el mismo día… para volver a nombrarlo de nuevo.
En esta plena decadencia había que hacer o aprovechar algo para levantar el ánimo. Y ese algo ha sido el velocísimo robo de las joyas de la corona de Napoleón con un camión elevador y unas motoretas. En siete minutos los voleurs han dado la vuelta a la tortilla.
Han traído a las noticias a Napoleón, un personaje olvidado o en trance de cancelación. Estamos en pleno revival de Hitler, cuya presencia en ensayos, artículos y ficciones de todo tipo es una monserga absoluta pero que indica que debe ser comercial, rentable, etc. O que nos estamos volviendo locos. Entonces, Francia ha rescatado a Napoleón, las joyas de la corona. ¡Y la misma corona!
Este atraco sin víctimas, de guante transparente, es un reclamo para el turismo y la creación de contenidos que acaso estaban atascados dado el dominio de lo nazi.
Hacerse un selfi ante la vitrina desvalijada y la ventana agujereada del Louvre va a ser el destino predilecto de nuevas oleadas de visitantes: ¡que no las reparen, los agujeros del atraco valen hoy más que las joyas!
España, con deuda y déficit menos trágicos que Francia (pero también se las traen) no puede competir con esta movida del robo de las joyas del Louvre: nuestros contenidos culturales – la embestida del Instituto Cervantes contra la Academia o el ritual del premio Planeta– no alcanzan esta dimensión.
La única pega del robo del Louvre es su brevedad, que quizá no da para una película o un serial. Aunque, como que el oficio más demandado en el entretenimiento es estirar y prolongar los contenidos indefinidamente, no será problema hacer un folletín. Esto de estirar y prolongar, que también afecta a ensayos y autoayudismos varios es un fenómeno que complementa y quizá compite con la atomización y la velocidad del mundo tiktok.
Lo mejor del robo es que ha rescatado el concepto de “Lo incalculable”, que sugiere el lujo más exótico… inalcanzable… pero me he comido la columna con los preliminares (¡he sucumbido al mandato de “estirar, prolongar”!), así que la incalculabilidad la dejo para otro día.