Publicado: noviembre 15, 2025, 6:23 am
El Nobel de Economía de 2024, Daron Acemoglu, aterrizó en Vigo para clausurar la segunda edición del Vigo Global Summit con una advertencia que sonó menos a discurso techno-optimista y más a baño de realidad: la inteligencia artificial transformará el empleo, la productividad y la desigualdad, sí… pero no como lo venden los folletos de Silicon Valley.
En una ponencia titulada: «El progreso en un punto de inflexión: tecnología, poder y los desafíos globales», Acemoglu arrancó recordando que las pymes siguen siendo el corazón económico de territorios como Galicia. El problema es que ese corazón late más lento que el músculo tecnológico de las grandes corporaciones. La brecha en computación en la nube, en robótica y en capacidad de adopción amenaza con frenar la expansión real de la IA.
«La IA es una tecnología de propósito general, lo toca todo», dijo. «Pero no la estamos usando bien». El diagnóstico sonó seco, casi quirúrgico. Muchas de las promesas de crecimiento anual del 5% gracias a la IA son más ilusión que realidad inmediata. La historia recuerda que la electricidad tardó cuatro décadas en desplegar su impacto; la IA, con su complejidad organizativa, no irá mucho más rápido.
Para países como España, donde la productividad lleva años en modo «latencia prolongada», sobre todo en los servicios, el Nobel encuentra que si las pymes no tienen herramientas para ampliar capacidades, la brecha no solo será tecnológica, sino también social.
A este escenario se suma el envejecimiento global, otro vértice incómodo. «En 20 años la población se estabilizará y habrá cambios enormes a nivel laboral», alertó. Un cóctel perfecto para tensar el mercado de trabajo, ralentizar el crecimiento y, de paso, alimentar esa combinación inflamable de desigualdad y populismos de extrema derecha. Su conclusión fue contundente: la productividad aumentará con la IA, pero «más lentamente y de forma más dolorosa de lo imaginado». Una IA «pro-worker», o cómo evitar quedar fuera del futuro
Acemoglu, que lleva años defendiendo un enfoque alternativo a la automatización a lo bruto, volvió a insistir en su receta: una inteligencia artificial «pro-worker», diseñada para ampliar las capacidades humanas en vez de sustituirlas. Según sus cálculos, la automatización real de tareas humanas será «gradual, entre un 3% y un 6%». Si cada trabajador pudiera mejorar su rendimiento un 40% mediante herramientas digitales, el crecimiento sería más estable y menos desigual.
¿Por qué no ocurre ya? Porque el mercado está dominado por seis gigantes tecnológicos que compran competidores, cierran opciones y concentran datos, según su explicación. La innovación, en sus palabras, necesita regulación activa y una sociedad civil capaz de frenar la deriva hacia monopolios «que el mercado no corrige solo».
Su apuesta teórica —la complementariedad humana— quedó clara: «Los datos no pueden ser gratuitos ni quedar solo en manos de unos pocos. Necesitamos una regulación que nos lleve en la dirección correcta». IA, ética y soberanía europea
La jornada también giró hacia la dimensión ética y política de la revolución digital. Emma Gómez, directora general de APD España, lanzó un aviso a Europa: «Reaccionemos antes de que la crisis nos golpee demasiado». La geografía del poder tecnológico es elocuente: entre las 20 empresas más valiosas del mundo, no hay ninguna europea.
La catedrática Amparo Alonso sumó otra capa de urgencia: la IA está reconfigurando empleo, geopolítica y economía. Sí, se crearán nuevos perfiles profesionales, desde ciberseguridad hasta filosofía aplicada, pero Europa debe blindar su «humanidad» en el proceso. Su propuesta se resumió en tres «s»: sostenibilidad, sentido y soberanía tecnológica.
Antón Costas, presidente del Consejo Económico y Social, coincidió en ese llamamiento a evitar el fatalismo: si la tecnología es útil y complementaria, la prosperidad puede ser compartida. Pero el «apocalipsis laboral», advirtió, es una sombra que crece si la incertidumbre se gestiona mal. Un cierre con humor (y un guiño a la IA)
El delegado del Estado en la Zona Franca de Vigo, David Regades, celebró la calidad del debate y confió en que Europa sabrá pisar el acelerador tecnológico. Y el alcalde, Abel Caballero, cerró con un gesto más propio de gala que de cumbre: según contó, le preguntó a la IA de su móvil cómo debía terminar el congreso. La respuesta fue diplomática —y algo predecible—: «Nos vemos aquí en dos años».
Si la IA se equivoca, siempre será culpa del algoritmo; si acierta, quizá solo estaba aplicando la teoría de Acemoglu de complementar a los humanos. En Vigo, al menos, esa colaboración ya arrancó.
