Publicado: diciembre 14, 2025, 5:30 am
La idea parece sólida. Si no se pueden confiscar legalmente los activos rusos congelados en Europa, al menos podrían servir como aval. Con esa lógica, la Comisión Europea (CE) ha empujado un plan de préstamo a Ucrania que, según las últimas versiones públicas, usaría hasta 165.000 millones de euros en activos del Banco Central de Rusia como garantía directa.
Y aquí es donde empieza la parte delicada. Porque esto no solo tensiona la legalidad internacional, también activa un riesgo económico inmediato que huele a revancha y podría dejar a empresas europeas con presencia en Rusia sin la mitad de sus activos.
El BCE marca distancias y Moscú pone el contador en marcha
Hasta ahora el modelo era más prudente. El G7 acordó en 2024 que los intereses generados por las reservar rusas retenidas sí podían ir a parar a Ucrania. Así nacía el mecanismo ERA (Extraordinary Revenue Acceleration), con un primer paquete de 50.000 millones en préstamos respaldados solo por rendimientos, sin tocar el capital. La idea era clara. Evitar cualquier movimiento que pudiera parecer expropiación encubierta.
Pero Bruselas ha ido más allá. Ya no se trata solo de intereses. Según varios documentos filtrados a los medios de comunicación, el plan europeo prevé formalmente usar como colateral los activos del Banco Central de Rusia, en su mayoría bonos soberanos aparcados en Euroclear, la cámara de compensación financiera con sede en Bruselas. Y eso, para el Banco Central Europeo (BCE), ya es demasiado.
Según la presidenta del BCE, Christine Lagarde, esta arquitectura legal es un stretch. Un esfuerzo forzado. No porque se toque directamente el capital, sino porque se crea una estructura en la que ese capital queda implícitamente comprometido. Y eso abre un nuevo frente.
El BCE teme dos cosas. Una es jurídica. La otra, reputacional. Si el euro se percibe como moneda que puede ser usada para mover reglas cuando conviene, pierde su estatus como reserva internacional, especialmente en los países BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica, Egipto, Etiopía, Irán, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita e Indonesia)
Mientras tanto, Rusia se prepara para responder y las empresas europeas lo saben. Las amenazas no son nuevas. Pero esta vez, Moscú ha puesto nombre, cifras y calendario. Según fuentes recogidas por Reuters y EU Perspectives, el Ministerio de Finanzas ruso ya ha diseñado un marco legal para nacionalizar de forma acelerada los activos de empresas europeas si el plan de la CE avanza. La lógica es directa. Si tocas nuestro capital, tocamos el vuestro.
No es un farol. El valor de esos activos europeos en Rusia supera los 200.000 millones de euros, según estimaciones del gobierno ruso. Algunas empresas, como Auchan, Bayer, Raiffeisen, TotalEnergies, Engie o Pirelli, todavía operan en territorio ruso. Muchas aguantan en modo supervivencia. Otras están atrapadas por licencias, regulaciones locales o por la imposibilidad legal de vender.
Desde que empezó la guerra, las pérdidas declaradas por desinversiones forzosas en Rusia superan los 90.000 millones de euros, según cálculos de Yale CELI. Pero el mayor golpe puede estar por venir. Porque ahora hablamos de nacionalización directa. De perderlo todo. Y de forma legal, desde el punto de vista ruso.
El nuevo mecanismo permitiría subastar activos occidentales casi de inmediato. Las condiciones ya están preparadas. El instrumento legal está aprobado. Solo falta la señal.
Euroclear y Bélgica en el punto de mira
La sede del gran nudo financiero está en Bruselas. Y eso convierte a Bélgica en el blanco perfecto de futuras demandas. Euroclear gestiona en torno a 190.000 millones de euros de los activos rusos soberanos congelados. Y aunque la CE intenta repartir responsabilidades incluyendo a otros países como Alemania, Francia, Suecia o Irlanda, Bélgica sigue siendo el eje estructural del sistema.
Por eso, el gobierno belga exige garantías muy concretas. Quiere saber quién paga si Rusia no paga. Quiere saber quién responde si llegan demandas internacionales. Quiere saber hasta dónde puede tensarse el derecho internacional sin que todo el sistema legal europeo sufra un cortocircuito. De momento, Bruselas no tiene respuestas firmes. Y la presión crece.
El mundo observa y toma nota
Más allá del pulso entre la UE y Rusia, hay otro bloque que está sacando cuentas. En países como India, Brasil, Arabia Saudí o Sudáfrica, este tipo de movimientos se analiza con lupa. Porque si el capital de un banco central puede ser usado como colateral por decisión política, entonces las reservas en euros ya no son intocables.
Un informe reciente del Council on Foreign Relations señala un patrón claro. Cada vez que Occidente activa sanciones financieras de este tipo, los bancos centrales de otros países y regiones recalibran sus reservas. Ya lo hicieron tras las sanciones al Banco Central de Irán. Lo repitieron después del bloqueo a Venezuela. Y ahora la tendencia vuelve con Rusia.
El oro, el yuan o incluso monedas más pequeñas como el franco suizo o el dólar australiano ganarían peso como refugios alternativos. Y ese es el riesgo sistémico que el BCE intenta frenar.
Con todo, el diseño final del préstamo sigue en el aire. La arquitectura legal aún no está cerrada. Bélgica sigue sin firmar. Pero lo que era un debate hipotético ya se ha convertido en propuesta concreta, con apoyos explícitos de países como Estonia, Irlanda o Polonia.
Al mismo tiempo, el esquema del G7 sigue operando con más cautela. Y eso marca una diferencia importante. Mientras Estados Unidos y Reino Unido solo tocan los rendimientos, Bruselas intenta convertir el capital congelado en una garantía activa. Aunque lo haga sin cambiar de manos, el mensaje es el mismo.
Las últimas cifras disponibles en Euractiv confirman que solo entre banca, distribución y energía, las exposiciones europeas en Rusia superan los 180.000 millones de euros. Y buena parte de esas empresas ya han pedido a sus gobiernos que frenen el avance de este plan. Pero el margen fiscal se estrecha y la ayuda a Ucrania es urgente.
El BCE insiste en que todavía hay margen para corregir el rumbo y Moscú mantiene su amenaza en modo latente. Y Bruselas se juega no solo su relación con Rusia, sino su rol como emisor de confianza para el resto del mundo.
