Publicado: noviembre 17, 2025, 7:23 am
En una villa privada sobre las aguas casi irrealmente turquesas de las Maldivas, Cassidy O’Hagan —28 años— desliza la cortina del dormitorio para comprobar si el niño sigue dormido. No está de luna de miel ni de vacaciones. Está trabajando. Horas antes, la familia había llegado en un jet privado desde Nueva York. Ella, como parte del «equipo de cuidado infantil», viajaba con ellos.
Para muchos jóvenes podría parecer un sueño improbable. Para ella —y para un número creciente de personas de su edad—, es simplemente la alternativa más sólida a un mercado laboral corporativo que sienten roto. En un mundo donde los despidos son constantes, las trayectorias se desmoronan y la inteligencia artificial empieza a competir por los mismos puestos de oficina, decenas de jóvenes están eligiendo otro camino: convertirse en niñeras, asistentes personales o chefs privados de los ultrarricos. Un giro laboral inesperado que, lejos de ser anecdótico, se está convirtiendo en tendencia global.
El auge de las «niñeras multimillonarias». Según Business Insider, jóvenes de la Generación Z están abandonando carreras tradicionales para trabajar en el mundo del llamado «servicio privado»: desde asistentes ejecutivos y administradores de casas hasta choferes, chefs o niñeras para familias con patrimonios ultraelevados.
Los salarios son contundentes. Diferentes reportajes describen sueldos que van de 100.000 a 250.000 dólares anuales para niñeras y asistentes personales en Estados Unidos, y 150.000 libras o más en Reino Unido, como documenta The Guardian. Incluso existen situaciones extremas: Fortune describió una oferta de casi 240.000 dólares para un tutor que prepare a un niño de un año para su futuro ingreso en Eton o en una universidad de élite.
El mensaje entre líneas es claro: el servicio doméstico de alto nivel se ha convertido en uno de los sectores laborales más rentables, dinámicos y competitivos del momento.
La riqueza que lo sostiene. Detrás del auge hay una explicación evidente: la riqueza global se ha multiplicado. A ello se suma lo que UBS denomina «el auge del millonario común»: 52 millones de personas en el mundo poseen entre 1 y 5 millones de dólares en activos invertibles. Toda esta riqueza necesita personal: mansiones, aviones privados, megayates y extensas carteras de residencias requieren equipos enteros para funcionar.
En ciertos epicentros de riqueza, la demanda se ha disparado hasta lo absurdo. The New Yorker documenta que en Palm Beach —convertido últimamente en laboratorio del capitalismo extremo— los salarios de niñeras superan los 140.000 o 160.000 dólares anuales, con vivienda parcial incluida, bonos y jornadas interminables. La economía, literalmente, se está reconfigurando alrededor de quien puede pagar para delegar cualquier tarea imaginable.
La Gen Z frente al corporativismo. La otra mitad de la ecuación está en los jóvenes. Según el informe de Deloitte, solo el 6% aspira a un puesto directivo. Buscan equilibrio, realización personal y estabilidad emocional. No obstante, como muestra una encuesta de Bankrate, sus expectativas financieras han aumentado: muchos creen necesitar salarios cercanos a las seis cifras anuales para sentirse «libres» o «cómodos» económicamente.
La realidad de la contratación, sin embargo, avanza en dirección opuesta: dificultades para encontrar empleo, salarios de entrada que no cubren alquileres y empresas donde la IA ya reemplaza tareas humanas. Enterrados en este contraste, muchos jóvenes están optando por trabajar para el servicio privado: dinero, estabilidad, viajes, beneficios y —para algunos— la sensación de hacer un trabajo más humano que cualquier Excel.
El precio del lujo: lo que no aparece en Instagram. Detrás de las cifras extraordinarias y las fotografías junto a piscinas infinitas, la realidad es más compleja. Según testimonios recogidos por Business Insider o The New Yorker, estos empleos son tan lucrativos como exigentes. Las jornadas pueden superar las 70 u 80 horas semanales, y durante los veranos o las giras internacionales rozan las 100. La «disponibilidad absoluta» —24 horas al día durante semanas consecutivas— es la verdadera moneda de cambio.
Y es que el lujo no aligera la carga: la intensifica. En algunos casos, las niñeras vuelan en primera clase, participan en cenas exclusivas o se alojan en suites de hoteles de cinco estrellas. En otros, como explica The Guardian, comen aparte, vuelan en clase turista mientras los padres lo hacen en business o deben seguir protocolos estrictos sobre cómo entrar en una habitación, dónde colocarse, qué decir o qué no decir.
A esto se suma la exigencia de discreción absoluta. The New Yorker documenta acuerdos de confidencialidad, control de redes sociales, manuales domésticos y normas sobre vestimenta, horarios o incluso el tipo de calzado permitido en determinadas estancias. El personal vive «al borde de la intimidad y el anonimato»: conocen todo, pero no pueden contar nada. Y todo ello deriva en un coste muy alto a nivel emocional. Muchas niñeras reconocen que este tipo de empleo hace casi imposible tener hijos propios, mantener una relación o construir un círculo social estable. Una de ellas lo resume así, citada por el mismo medio: «Es vivir la vida de otros, no la tuya».
¿Hacia dónde va todo esto? Palm Beach, Londres, Nueva York, Los Ángeles, Dubái, Mónaco. Las geografías se repiten: allí donde llega la riqueza, aparecen las agencias, las listas de espera y la competición por el mejor personal. En algunos lugares, la presión es tan intensa que el personal cualificado es escaso incluso en medio de cientos de solicitudes. Las familias quieren experiencia, discreción, profesionalización y, cada vez más, formación universitaria.
El servicio doméstico ha dejado de ser un empleo: se ha convertido en una carrera. Pero con esa profesionalización también crece la distancia. Son trabajos que exigen estar dentro sin ser nunca parte del dentro. Cercanía sin pertenencia. Intimidad sin reciprocidad. Una frontera silenciosa que define la era. Mientras tanto, a otra mitad del sector del cuidado sigue atrapada en salarios que apenas permiten vivir. El contraste es brutal: el mismo sistema que eleva a una niñera a 200.000 dólares relega a otra, fuera del circuito de la élite, por el salario mínimo.
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Lo que este fenómeno revela. En un mundo donde los jóvenes se suben a megayates para encontrar la estabilidad que las oficinas ya no ofrecen, el auge de las niñeras y asistentes de élite no es un simple cambio laboral. Es un síntoma.
Habla de una economía que se organiza alrededor de quienes pueden pagar por tiempo, atención y afecto. Habla de una generación que, ante un mercado laboral roto, encuentra sus mejores oportunidades no en construir su propio futuro, sino en sostener —con absoluta dedicación— el futuro de los más ricos.
Y plantea, de fondo, una pregunta inquietante: ¿Qué tipo de sociedad estamos creando si las trayectorias laborales más prometedoras consisten en servir, desde la excelencia y la invisibilidad, al 1% que concentra la riqueza?
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La noticia
El otro mercado laboral que ya despunta: niñeras multimillonarias para familias que compiten por el mejor talento
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Alba Otero
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