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El mercado mira a 2026 con calma, pero con la duda sobre la liquidez

Publicado: diciembre 14, 2025, 5:30 am

A simple vista, el escenario es casi idílico. Tipos de interés a la baja, inflación en retroceso y sin señales inmediatas de recesión en las grandes economías. Desde Nueva York hasta Fráncfort, los mercados entran en 2026 sin grandes sobresaltos. El discurso que se ha ido imponiendo en los últimos meses apunta a una rotación ordenada, un aterrizaje suave y una inteligencia artificial (IA) que mantiene el pulso alcista de las grandes tecnológicas. En ese contexto aparentemente estable, empieza a ganar peso una incógnita que el mercado aún no termina de despejar sobre si la liquidez disponible será suficiente para seguir sosteniendo las valoraciones.

La duda no es nueva, pero gana peso a medida que las condiciones monetarias dejan atrás la fase expansiva más agresiva y entran en una etapa de dosificación. Bank of America calcula que en 2026 se producirán 78 recortes de tipos en todo el mundo, una cifra nada desdeñable, aunque muy inferior a las de 2024 y 2025, cuando se acumularon 164 y 155 recortes respectivamente. Aun así, el banco considera que esa pauta descendente sigue siendo suficiente para sostener las bolsas a los niveles actuales, con un crecimiento previsto del 8% para el índice MSCI ACWI.

Sin embargo, sostener no es lo mismo que impulsar. Ese matiz empieza a ser relevante. Porque lo que hasta hace poco era un entorno de dinero casi incondicional, ahora se convierte en un proceso más exigente, más selectivo y con menos margen para errores.

La expansión monetaria ya no corre sola

El informe anual de JP Morgan AM sobre perspectivas globales es claro en este sentido. Para 2026, la gestora espera un entorno de liquidez todavía constructivo, pero matiza que los flujos ya no serán tan amplios ni tan automáticos. “La liquidez sigue disponible, pero está más condicionada a la visibilidad de beneficios, la estabilidad macro y la disciplina fiscal”, explican. Una visión que comparten también desde Fidelity International y Goldman Sachs, donde ya no se habla de estímulo, sino de asignación eficiente de capital.

El contexto ayuda a entender el cambio. La Reserva Federal (Fed) ha recortado tipos en seis ocasiones (tres en 2024 y tres en 2025) desde septiembre de 2024 y mantiene abiertas las puertas a al menos dos recortes adicionales durante 2026, según Reuters. Pero también ha empezado a frenar su proceso de reducción de balance. De hecho, ha vuelto a comprar deuda a corto plazo para suavizar tensiones en los mercados de financiación. La medida se presenta como técnica, pero no deja de ser una señal de que el margen de maniobra ya no es ilimitado.

En el caso del Banco Central Europeo (BCE), el margen es aún menor. Standard Chartered y AXA Investment Managers coinciden en que, tras las bajadas realizadas en 2025, lo más probable es que solo quede espacio para un último recorte en 2026, si acaso. Renta 4, en cambio, cree que no se producirá ninguno. El mensaje que se consolida en Fráncfort es que la política monetaria ha cumplido su papel, pero no puede seguir haciendo todo el trabajo.

A medida que ese apoyo monetario pierde intensidad, el foco se desplaza hacia cuáles son los factores que están sosteniendo realmente las valoraciones. De momento, el mercado se apoya en la fortaleza de los resultados, en el tirón tecnológico y en una rotación que mantiene la presión compradora activa. Pero esa misma rotación implica también que el dinero se mueve, cambia de destino y no se queda quieto.

Como explicaba recientemente Juan Carlos Ureta, presidente de Renta 4, la liquidez “se desplaza de un sector a otro y de unos valores a otros, lo que hace que los índices se mantengan o suban sin necesidad de estímulos adicionales”. Esa dinámica, según el propio Ureta, es el principal antídoto contra un crash.

Pero no todo el mercado reacciona igual. Mientras las grandes tecnológicas resisten, algunas muestran ya signos de fatiga. Alphabet ha corregido más de un 3% en la última semana. Amazon acumula una caída superior al 2% en el último mes. Nvidia, que venía de una revalorización anual del 36 por ciento, ha recortado un 5% en los últimos 30 días. Al mismo tiempo, valores defensivos y compañías de pequeña capitalización comienzan a atraer flujos de capital que antes estaban concentrados en los grandes nombres del sector tecnológico.

El Russell 2000, índice que agrupa a las small caps estadounidenses, ha alcanzado máximos históricos. Y firmas como State Street o Schroders ven en esa rotación una señal de madurez, no de debilidad. “El mercado se está reajustando hacia activos que ofrecen valor relativo y menos dependencia del múltiplo”, señalan desde Pictet Asset Management.

Pero aun con ese reequilibrio, el sistema financiero sigue navegando sobre una base de confianza. No es solo una cuestión de liquidez, sino de percepción sobre la estabilidad de las reglas del juego. Aquí entra en escena un factor menos visible, pero cada vez más mencionado por bancos de inversión e instituciones multilaterales: la seguridad jurídica y financiera de los activos refugio.

El informe de estabilidad financiera del BCE publicado en noviembre advierte de posibles disrupciones en segmentos no bancarios del sistema, donde la liquidez no es tan evidente. La banca en la sombra, el crédito privado y el sector inmobiliario muestran niveles de apalancamiento elevados y cierta dependencia de condiciones que podrían no mantenerse si el flujo de capital se ralentiza o cambia de dirección.

Además, decisiones como la gestión de los activos rusos congelados han reactivado el debate. ¿Qué ocurre si los países tenedores de reservas internacionales empiezan a dudar de la neutralidad financiera de Estados Unidos o de la Eurozona? ¿Puede eso alterar el mapa de tenencias y modificar los flujos estructurales de capital? Según TD Securities, cualquier movimiento hacia la utilización directa de esos activos como garantía de deuda podría abrir un nuevo capítulo en la distribución global de liquidez. Y aunque no supondría una escasez inmediata de dinero, sí podría encarecer la financiación de los déficits occidentales y alterar el equilibrio actual entre refugios tradicionales y alternativas emergentes.

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