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El inevitable aumento de los viajes aéreos nos está llevando a una realidad: no hay sitios, ni aviones, ni planeta para tanto turista

Publicado: octubre 9, 2025, 8:23 am

El inevitable aumento de los viajes aéreos nos está llevando a una realidad: no hay sitios, ni aviones, ni planeta para tanto turista

Antes de que los aeropuertos se convirtieran en pequeñas ciudades y las low cost se multiplicaran llenando el cielo de Europa, volar era un privilegio reservado a unos pocos. Hoy, en cambio, el turismo global y masivo crece sin freno, empuja a las aerolíneas a multiplicar rutas y aviones, y amenaza con desbordar no solo los destinos más icónicos, sino también la capacidad misma del planeta para sostenerlo.

Una curva infinita. La aviación comercial refleja de manera directa la evolución de la economía mundial. Cada vez que el PIB global aumenta, también lo hace el número de pasajeros que vuelan y, con ello, la demanda de nuevos aviones para sustituir a los antiguos o ampliar flotas. 

Las crisis (desde la burbuja tecnológica a la recesión de 2008, pasando por los atentados del 11-S, la pandemia del COVID o la guerra en Ucrania) solo han conseguido frenar momentáneamente el tráfico aéreo. Tras cada parón, la curva ha retomado su tendencia de crecimiento, que se sitúa en torno al 4% anual. Los denominados Revenue Passenger Miles ya se han recuperado a niveles prepandémicos, consolidando la idea de que volar es una de las industrias más resilientes de la globalización.

El ”bleirure”. Aunque la gran mayoría de kilómetros aéreos corresponde a turistas (se calcula que el 85 % del total) son los pasajeros de negocios, apenas un 12-15% del volumen, quienes generan hasta tres cuartas partes de los beneficios. Estos clientes pagan asientos premium, hacen cambios de última hora y compran servicios adicionales. 

Sin embargo, la pandemia introdujo un nuevo patrón: el “bleisure”, viajes que combinan trabajo y ocio gracias a la flexibilidad del teletrabajo. Las aerolíneas han reaccionado multiplicando las categorías de cabina y buscando captar al viajero que ya no se conforma con el binomio tradicional entre turista low-cost y ejecutivo de primera clase. La proliferación de clases intermedias refleja un mercado en el que las fronteras entre trabajo y placer se diluyen cada vez más.

Las hordas y las urbes. Recordaban en Forbes que la reapertura tras la pandemia provocó el fenómeno de “revenge travel”: millones de viajeros sacaron sus listas de lugares soñados y se lanzaron a visitar los destinos más icónicos. Francia, que lidera el turismo mundial desde hace tres décadas, superó los 100 millones de visitantes anuales, España, Italia, Turquía y Estados Unidos completan el top cinco

¿El problema? Que esta avalancha ha tenido un coste: el Coliseo, la Torre Eiffel o el Louvre viven jornadas de saturación extrema, mientras otros lugares emblemáticos han tenido que imponer restricciones. Notre Dame exige entradas con horario, el Partenón limita los accesos, Machu Picchu cerró temporalmente y el Monte Fuji ha establecido cupos y tasas. La lista de destinos “A” no crece al ritmo de la demanda, y la presión sobre los mismos espacios amenaza con hacerlos inhabitables.

Landscape Creative Cloud People Camera Photography 364034 Pxhere Com

Saturación. El concepto de “overtourism”, o también la “turistificación”, se ha convertido en la mayor pesadilla de los destinos más populares. Ciudades como Venecia, Barcelona o Florencia han tenido que imponer límites al alojamiento turístico, prohibiciones de pisos de alquiler o tasas de acceso para intentar recuperar el equilibrio perdido. 

El fenómeno no solo erosiona la calidad de vida de los residentes, sino que también pone en riesgo el propio atractivo cultural y natural que atrae a los visitantes. La saturación estival, además, ya no se concentra solo en julio y agosto: los viajeros, empujados por olas de calor extremas como las de Europa en 2025, se desplazan hacia el otoño o la primavera, extendiendo la presión durante todo el año. Lo que se planteaba como un alivio temporal se ha convertido en otra vuelta de tuerca.

Impacto climático. El crecimiento aéreo no solo tensiona ciudades y monumentos, también pone al planeta contra las cuerdas. Estudios recientes estiman que el turismo es responsable del 8,8% de las emisiones globales, y la aviación concentra hasta tres cuartas partes de esa huella si se incluyen efectos indirectos como las estelas. 

El problema es que la eficiencia tecnológica avanza demasiado despacio: apenas un 0,3% anual frente al 3,8% de incremento del tráfico. Los combustibles sostenibles, el hidrógeno o la electrificación aún son proyectos incipientes, incapaces de cubrir vuelos de largo radio. Así, cada nuevo avión entregado garantiza crecimiento en las emisiones, pese a que los presupuestos de carbono del planeta ya están prácticamente agotados.

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Un planeta al límite. La expansión del turismo aéreo genera un triple límite: físico, social y climático. Físico, porque aeropuertos, aviones y ciudades no pueden absorber volúmenes ilimitados de viajeros. Social, porque las comunidades locales comienzan a rebelarse contra la turistificación masiva que encarece la vivienda y degrada los espacios comunes. Y climático, porque la huella de carbono del sector amenaza con neutralizar cualquier avance hacia los objetivos de sostenibilidad global. 

La paradoja es que, mientras la industria aeronáutica acumula una cartera de pedidos de más de siete años y defiende que aún queda espacio para crecer, los expertos en sostenibilidad y gobernanza insisten en que solo con límites (cupos, tasas ambientales, diversificación de destinos) podrá evitarse un colapso irreversible.

El dilema del turismo. Así, el turismo de masas, tal como lo hemos conocido, se enfrenta a una encrucijada histórica. La industria acelera hacia la expansión y los consumidores mantienen el deseo de viajar más lejos y más a menudo, pero la realidad es que no hay espacio físico suficiente, ni ciudades capaces de absorber tanto visitante, ni margen climático para sostener un sector de crecimiento infinito. 

La cuestión, por tanto, ya no es solo cómo viajaremos en el futuro, sino si el planeta puede permitirse que lo hagamos todos, a todas horas y todo el tiempo. Si se quiere también, el mito de un turismo global sin freno parece estar resquebrajándose: porque no hay sitio, no hay aviones, y no hay planeta que resista tanto turismo.

Imagen | RawPixel, PXHere

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El inevitable aumento de los viajes aéreos nos está llevando a una realidad: no hay sitios, ni aviones, ni planeta para tanto turista

fue publicada originalmente en

Xataka

por
Miguel Jorge

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