Publicado: mayo 23, 2025, 12:23 pm
250 dólares al mes por usar la IA más avanzada. Esa es la cifra que ha puesto Google. Hace seis meses, OpenAI fijó la suya en 200. Hace unos días Anthropic amplió los escasos límites de Claude con otros 200. En cualquiera de los casos no se trata solo de pagar por tecnología. Se trata de comprar poder. Y, por tanto, de marcar distancias.
Hasta hace poco, hablar de IA era hablar de acceso universal. Las versiones gratuitas de ChatGPT o Gemini estaban lejos de sus hermanas mayores, sí, pero permitían probar, aprender, beneficiarse de sus capacidades aunque fuese un poco. Hoy eso ha cambiado.
La versión potente ya no está al alcance de todos. Se ha encapsulado tras una suscripción mensual de tres cifras que ni siquiera empieza por ‘1’. Es el inicio de una nueva brecha: no entre quienes usan IA y quienes no, sino entre quienes pueden automatizar sus tareas, pensar con ayuda, ejecutar flujos complejos… y quienes no.
Lo que Google u OpenAI ofrecen no es solo un mejor chatbot. Es un sistema operativo del trabajo intelectual. Un asistente que no solo responde, sino que entiende el contexto, recuerda, actúa, genera, automatiza.
Herramientas como Deep Research (OpenAI) o Project Mariner (Google) representan el paso decisivo hacia los agentes autónomos. Ejecutan tareas que antes ocupaban días de trabajo humano. Y en muchos casos lo hacen mejor. Con eso se redefine la productividad. Pero también se redefine la desigualdad.
La cuestión no es solo qué puede hacer esta tecnología, sino quién puede permitírsela. Porque no hablamos de un lujo. Hablamos de una herramienta que multiplica el rendimiento de quien la usa. Una ventaja invisible pero que impacta en todo: desde la calidad del trabajo hasta la velocidad con la que se alcanzan objetivos.
Quien accede a estos modelos vive en otra curva de aprendizaje, en otra economía de resultados. Quien no puede pagarlos, se queda atrapado en una versión más lenta, menos capaz, más limitada de sí mismo.
Esto tiene un eco claro en la historia: la maquinaria de la revolución industrial también multiplicó la productividad… pero al principio sólo para quienes pudieron costearla. Lo mismo ocurre ahora.
{«videoId»:»x9jxdmc»,»autoplay»:false,»title»:»Conversación entre Sam Altman Jony Ive tras el anuncio de compra de io por parte de OpenAI», «tag»:»tecnología», «duration»:»562″}
La IA avanzada empieza a consolidarse como una infraestructura de élite. Como si a principios de siglo Internet solo estuviera disponible para quienes pagaran 3.000 dólares al año.
Y eso cambia el mapa del conocimiento. Porque estas herramientas no solo informan: modelan cómo se aprende, cómo se decide, cómo se compite. Su efecto no es inmediato ni visible, pero sí acumulativo. Día tras día, quienes acceden a ellas van a trabajar con menos fricción, a tomar mejores decisiones, a delegar más tareas, a generar más y mejor contenido.
Los otros solo observan, como mucho con acceso a lo bueno, pero no a lo mejor. Y se rezagan.
El futuro ya tiene precio.
Imagen destacada | Xataka con Mockuuups Studio, OpenAI
(function() {
window._JS_MODULES = window._JS_MODULES || {};
var headElement = document.getElementsByTagName(‘head’)[0];
if (_JS_MODULES.instagram) {
var instagramScript = document.createElement(‘script’);
instagramScript.src = ‘https://platform.instagram.com/en_US/embeds.js’;
instagramScript.async = true;
instagramScript.defer = true;
headElement.appendChild(instagramScript);
}
})();
–
La noticia
El acceso a Internet democratizó el conocimiento fueras rico o pobre. La IA está destruyendo paso a paso esa conquista
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Javier Lacort
.