Publicado: septiembre 14, 2025, 8:23 am
ITER CRIMINIS


La política no es suficiente. Son incontables los asesinatos que se cometen en nombre de banderas e ideologías, pero a menudo esconden otras motivaciones. Las narrativas de bandos pueden convertirse en excusa e impulso para liberar otro tipo de emociones. Ocurre con gran frecuencia en el ámbito de la radicalización terrorista, pero no solo. También pasa en los casos aislados. Tyler Robinson se suma a una lista de chicos demasiado jóvenes que se convierten en muy poco tiempo en asesinos. Y es necesario preguntarse cómo es posible.
Se encuentran ciertas similitudes con Thomas Matthew Crooks, el chico de 20 años autor del atentado a Donald Trump en un acto de campaña en Pensilavania, en 2024. En ambos casos el perfil resultó confuso, poco definido, en cierto modo errático. Tyler tiene 22 años, es buen estudiante, su entorno lo define como retraído y tímido. Le gusta jugar con videojuegos. De familia republicana, no había mostrado con anterioridad signos de radicalización política demasiado evidentes. Del mismo modo, Matthew también era un joven solitario, inteligente y amante de los juegos online. Los dos, de repente, comenzaron a buscar información política en redes y, antes de que nadie pudiese darse cuenta, ya era demasiado tarde.
Matthew fue abatido por los agentes y la investigación no llegó a determinar con claridad su verdadera motivación. Tyler testificará la próxima semana, y quizá de su testimonio y análisis psicológico pueda esclarecerse algo más. La edad no es tan inusual. A nivel general los homicidas suelen tener entre 20 y 40 años, pero si se observan las estadísticas, por ejemplo, del perfil de los asesinos en masa de EEUU, la mitad son jóvenes que rondan los 20 años. Lo realmente llamativo es la escalada de velocidad que se observa en los procesos de radicalización de cualquier índole.
A la mayoría de chicos de su edad le gustan los videojuegos. Y claro que los hay violentos. Pero no existe una clara relación directa entre su consumo y el aumento de la agresividad, al menos, no en términos cuantificables, y no hay pruebas suficientes o consenso al respecto. Pero otro asunto es la exposición continua y constante a diversos contenidos fuertes. El bombardeo repetitivo de discursos o imágenes sí puede llegar a aumentar la crispación interna. Como ocurre con los mensajes subliminales, las ideas se acaban digiriendo y, en algunos casos, pueden llegar a alterar el raciocinio.
Varios familiares han contado en entrevistas que Tyler se había politizado más en los últimos tiempos. Criticaba a Charlie Kirk y pensaba que esparcía el odio. En la plataforma Discord se hallaron mensajes donde hablaba del rifle o cómo esconderlo, y habría utilizado un Mauser de caza que encontrado en una zona boscosa envuelto en una toalla. Algunos casquillos habrían llevado inscripciones como “hey, fascista, atrapa esto”, “Bella ciao”, la canción antifascista italiana, o “si lees esto eres gay jaja”. De los mensajes encontrados, podría discernir un tipo de personalidad inmadura.
En cuanto a la inmadurez emocional se le añade la baja empatía, el peligro aumenta. La polarización no ayuda, como tampoco la tensión social o el odio en foros y redes. Por supuesto que se reabre el eterno debate sobre el acceso a las armas en chicos tan jóvenes. Y el enganche perenne a Internet, el aislamiento social o el resentimiento se suman a la baja tolerancia a la frustración, una peligrosa dinámica que se ha detectado especialmente en las nuevas generaciones. El todo conforma una cadena de factores que terminan gestando el cóctel criminal, la “mano de póker”: se necesitan todas las cartas para cometer un crimen.
Reacciones más explosivas, emociones retraídas, rabia contenida. Y de pronto una motivación capaz de justificar las ansias internas y empujar al desahogo catártico. Es tan necesario dar con los culpables como perseguir las causas que los mueven. Son numerosos los estudios que confirman que los jóvenes de hoy son menos felices que los de hace 20 años. Se observa, por ejemplo, en el “fenómeno de la curva en U”: tradicionalmente, la felicidad puntuaría alto en edades tempranas, comenzaría a bajar en la mediana edad y luego volvería a subir. La típica crisis de los 40 ahora se da a los 20. Los datos recientes indican que para muchos jóvenes esa curva se está aplastando.
Y mientras todo esto ocurre, la sociedad vuelve a dividirse ante un asesinato, hasta instrumentalizarlo. El ruido de fondo sigue siendo político y conspirativo en lugar de humano. Todo suma en el cóctel criminal, y las emociones ocupan un lugar elevado. La ansiedad, la rabia o la soledad destrozan la paz mental que, en el fondo, es la felicidad. Criminales veinteañeros los ha habido siempre, y rara vez existe una sola explicación. Pero si la radicalización se acelera y la tristeza aumenta, convendría darle una vuelta.