Publicado: noviembre 20, 2025, 7:31 am
Cuando los analistas del Baker Institute de la Universidad de Rice se reunieron en octubre pasado para discutir el futuro de México, el diagnóstico fue contundente: 2026 será otro año perdido. No habrá colapso, pero tampoco habrá despegue. Simplemente, más de lo mismo: crecimiento anémico, reformas postergadas y dogmas ideológicos. El reporte «Mexico Country Outlook 2026», recién publicado, confirma lo que muchos sospechábamos: México navega sin timón en aguas cada vez más turbulentas.
La narrativa oficial insiste en que vamos por buen camino. Pero los números cuentan otra historia. El Baker Institute proyecta un crecimiento de apenas 1.3-1.5% para 2026, continuando el patrón de estancamiento que caracterizó al sexenio anterior. La deuda pública alcanzó 51.3% del PIB en 2024, su nivel más alto en un cuarto de siglo, mientras que la inversión pública en infraestructura se desplomó 29% en los primeros meses de 2025. Como señaló la revista The Economist, «México tiene todas las ventajas geográficas para prosperar, pero ninguna de las instituciones necesarias para hacerlo».
Las reformas constitucionales de 2024-2025 han reconfigurado el tablero político de manera profunda. La eliminación de organismos autónomos como el INAI, COFECE y la CRE no es un asunto menor: significa que las decisiones en competencia, transparencia y regulación energética ahora responden directamente a Palacio Nacional. El Poder Judicial, tras la elección de jueces con mayoría morenista, difícilmente será el contrapeso que la democracia requiere. El Financial Times advirtió que «la concentración de poder en México no tiene precedente desde el PRI hegemónico.»
En el ámbito comercial, el panorama es igualmente preocupante. La revisión del T-MEC en 2026 no será una simple formalidad. Washington exigirá restricciones a la inversión china, mayor contenido norteamericano en manufactura y, probablemente, acceso para operativos estadounidenses contra el narcotráfico. México tiene poco margen de negociación. Las remesas, que alcanzaron $64.7 mil millones en 2024, están cayendo por las deportaciones masivas y el impuesto del 1% anunciado por Trump. Reuters reportó que el nearshoring, esa promesa dorada, se está estancando ante la incertidumbre jurídica y la falta de infraestructura.
El sector energético ilustra perfectamente nuestras contradicciones. Pemex sigue siendo la petrolera más endeudada del mundo, requiriendo subsidios crecientes mientras su producción declina. Iberdrola vendió sus activos y salió de México citando «inseguridad jurídica.» Dependemos de Texas para más del 70% de nuestro gas natural, pero no hemos construido reservas estratégicas ni diversificado proveedores. Mientras tanto, la transición energética es más retórica que realidad.
Lo más inquietante es la ausencia de un plan B. El «Plan México» presentado en enero carece de financiamiento real en el Paquete Económico 2026. La oposición permanece fragmentada, incapaz de articular una alternativa creíble. Y el gobierno de Sheinbaum, atado al legado de su predecesor, parece más enfocado en administrar el discurso que en transformar la realidad.
El Baker Institute concluye que México mantendrá «estabilidad sin progreso» en 2026. Es un veredicto duro pero justo. Tenemos las herramientas para revertir este curso: ubicación geográfica privilegiada, tratado comercial con la mayor economía del mundo, y una población joven y emprendedora. Lo que falta es voluntad política para tomar las decisiones difíciles que se han aplazado por décadas.
2026 podría ser el año en que finalmente enfrentemos estas realidades. O podría ser simplemente otro capítulo en nuestra larga historia de oportunidades desperdiciadas. La elección, aunque cada vez más limitada, sigue siendo nuestra.
