Publicado: septiembre 7, 2025, 4:30 am
Carmen Martín Gaite reivindicaba el feminismo “a su manera” en las pantallas de TVE. Era el año 1981, y se demonizaba tal palabra que solo es sinónimo de igualdad.
Con su capacidad de mirar más que ver el mundo, Martín Gaite verbelizaba «feminismo» con todas sus letras y, a la vez, se adelantaba al futuro pronosticando el peligro de que los avances sociales se luchen desde la simplificación del odio más que desde la inteligencia del pensamiento crítico. “Se desenfoca el problema cuando se imitan los defectos del varón que tanto se están denostando, como el avasallamiento. Si se va a copiar lo mismo que se está criticando, para ese viaje no había menester alforjas”, recalcaba la escritora acudiendo a esa frase hecha de la sabiduría de los barrios de su España.
Mismos barrios donde las mujeres tejían una red de cuidados en una convivencia que empezaba a pisar el acelerador de las agresividades del individualismo. Spoiler: ganó el individualismo disfrazado de independencia.
Martín Gaite lo vio venir y promovía la igualdad desde las diferencias que enriquecen y no desde las posiciones de mando que oprimen. Hasta encerrarnos en un único patrón. Su creativa madurez, a sus 54 años, había protegido la imaginación de cuando todavía somos niños y preguntamos todo el rato el porqué de las cosas, resistiéndonos a aceptar que hay realidades que solo pueden ser de una forma. Como insisten algunos adultos que dejaron de cuestionarse sus entornos y contornos.
Pero ella no era una replicante, era una observadora que siempre será una gran intérprete de la sociedad del siglo XX a través de la conversación. Eso también es la literatura. «Escribir es un sucedáneo de la conversación«, definía Gaite. Se lo explicaba así a Joaquín Soler Serrano en A fondo: «Lo que realmente motiva todas las neurosis del ser humano es lo mal que habla con sus semejantes, buscaría con más ahínco la forma de encontrar una pasarela entre tú y los demás. Si yo no hablo más con la gente no será porque no doy facilidades, porque estoy siempre deseándolo».
Quizá de ahí que Carmen Martín Gaite no necesitara discursos, prefería escuchar y ser escuchada, celebraba la charla que tanto ejercía durante aquellos años felices en los bares cuando el entretenimiento cotidiano solo podía ser hablar, leer o la radio. Quizá de ahí, también, que no confundiera nunca igualdad con homogeneidad.