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La buena voluntad verde del consumidor se topa con la inflación

Publicado: diciembre 21, 2025, 2:26 am

Nunca hubo tanto interés por lo que se come, por cómo se produce y por qué impacto tiene la alimentación en la salud y el planeta. La conciencia nutricional y ecológica crece, los supermercados amplían sus secciones ‘bio’ y los estudios confirman que el consumidor medio se informa más que nunca. Pero, al mismo tiempo, la inflación alimentaria y el encarecimiento general de la vida frenan la adopción real de estos hábitos saludables y sostenibles. El resultado es una paradoja: el consumidor español quiere comer mejor, pero no siempre puede pagarlo. Y eso, según los expertos, pone en cuestión el grado real de arraigo del consumo saludable en el país. La paradoja aumenta cuando nos asomamos a otro dato. España se ha consolidado como el mayor productor ecológico de la Unión Europea por superficie cultivada. S egún los datos de Ecovalia ( Asociación profesional española de la producción ecológica), actualmente, la producción de alimentos ecológicos en nuestro país representa el 13% de la superficie agraria útil, lo que nos sitúa como el país con mayor número de hectáreas de Europa, por delante de Francia, Italia y Alemania. El 75% de estas fincas se encuentra en Andalucía, Castilla-La Mancha y Cataluña, siendo los cultivos predominantes los frutos secos, el olivar y los cereales. Sin embargo, a pesar de contar con la mayor superficie de producción ecológica entre los 27 países miembros, España ocupa la novena posición en cuanto al consumo de alimentos ecológicos en Europa. «Casi la mitad de nuestros países vecinos ya regulan porcentajes mínimos de consumo de productos ecológicos en la restauración y comedores públicos, pero nosotros aún no lo hemos conseguido, y tenemos que trabajar entre todos para que nuestro país suba en ese ranking», afirma Diego Granado, secretario general de Ecovalia. En términos absolutos, el mercado ecológico español alcanzó los 3.100 millones de euros en 2024, según la patronal Asobio, un 10% más que el año anterior. Pero la mayoría de esa producción acaba fuera: buena parte de los alimentos ecológicos españoles se exportan, sobre todo a Alemania y Francia, donde la disposición a pagar más por lo ‘bio’ es mayor. «La inflación ha afectado de manera más pronunciada a los productos convencionales en comparación con los ecológicos. Nuestra posición de liderazgo en el mercado nos permite mitigar mejor estos efectos económicos adversos, ya que tradicionalmente, los alimentos orgánicos han tenido un precio superior, y nuestros clientes están dispuestos a asumir un coste adicional pues saben que ofrecemos alimentos que contaminan menos y son mejores para la salud, el planeta y el futuro. Esta percepción de valor por parte de los consumidores nos permite mantener una posición más estable frente a las fluctuaciones económicas que estamos viviendo», explica David Caré, presidente de Asobio. Basándose en los datos de consumo y las tendencias recogidas en el Informe Anual 2025 de Ecovalia, así como en análisis sectoriales recientes, la cesta ecológica media de los españoles está compuesta principalmente por frutas frescas ecológicas, que lideran el consumo tanto por volumen como por valor económico, seguidas de las hortalizas ecológicas, que constituyen la segunda categoría vegetal más consumida. Junto a estos productos frescos, destaca el aceite de oliva ecológico (Aove) como un alimento de alto valor dentro de la dieta mediterránea. En cuanto a los productos de origen animal, la cesta incluye carne ecológica, apreciada por su valor añadido, así como huevos ecológicos y lácteos ecológicos –como leche, yogures y quesos–, que mantienen una presencia relevante en el gasto ecológico. Esta creciente conciencia de los consumidores respecto a la elección de los alimentos marcaba las principales conclusiones del informe ‘Voice of the Consumer 2025’, elaborado por PwC. Según este estudio, el 66% de los españoles se declara ‘preocupado o muy preocupado’ por los alimentos ultraprocesados y por el uso de pesticidas en la agricultura. Además, el estudio refleja que el 80% de los consumidores expresa inquietud por el cambio climático y la sostenibilidad del sistema alimentario. Este mismo informe explica que el 61% de los consumidores españoles identifica el precio como el factor más determinante al elegir alimentos, muy por encima de la sostenibilidad (38%) o del origen del producto (27%). El dato se repite en otros estudios: el II Estudio Radar SaluDiable, avalado por la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria (SENC), confirma que el alto precio de los alimentos saludables es la principal barrera para mejorar la dieta, señalado por un 73,1 % de los encuestados. Le siguen la falta de tiempo (30,6 %) y la escasa oferta de productos sanos a precios razonables (27,6 %). «El 95% de los españoles dice querer comer más sano, pero menos de un 30% lo logra de forma constante», destaca el nutricionista Javier Aranceta, presidente del Comité Científico de la SENC. «No se trata de falta de voluntad, sino de condiciones materiales. Si un aceite de oliva cuesta el doble y un plato preparado es más barato, la elección no es solo de conciencia, sino de supervivencia económica», afirma Aranceta. Aunque cada vez existen más propuestas para ayudar a los consumidores a comer sano sin repercutir en su presupuesto, la percepción general sigue siendo crítica. Según la segunda edición del Radar SaluDiable, ocho de cada diez encuestados considera muy difícil elaborar una comida saludable por menos de 2,5 euros por persona, una cifra que se agrava ligeramente respecto al 70% que lo creía así en 2024. Este escepticismo se vincula especialmente al consumo de alimentos frescos: un 64% de los encuestados cree que una dieta variada basada en productos frescos y mínimamente procesados es más cara que otra basada en productos ultra procesados o preparados. Tan solo un 15% considera que es más barata, y un 19,5% cree que ambas opciones cuestan lo mismo. Según David Caré, presidente de Asobio, «para que la alimentación ecológica pase al siguiente nivel tenemos que conseguir más implicación a nivel estatal y gubernamental. Algunas medidas interesantes serían: reducción del IVA en los productos bío, políticas de compra pública de alimentos ecológicos en escuelas o colectivos relacionados con la salud, mayor promoción, etc . Tiene que existir un impulsor ‘oficial’ que obligue a ganar presencia y penetración en el día a día de los consumidores y, por tanto, de su árbol de decisión a la hora de hacer la compra. Es necesario que las administraciones públicas tomen medidas que estimulen la demanda, reconociendo que la producción y el consumo ecológicos son bienes públicos que benefician a toda la sociedad. El sector ecológico es fundamental para el futuro de las personas y el planeta». En este contexto, el auge del llamado healthy marketing ha transformado en los últimos años la forma en que se presentan los alimentos. En los supermercados proliferan productos que se anuncian como ‘naturales’, ‘bio, ‘eco’ o ‘sin azúcares añadido’», acompañados de envases verdes y mensajes que evocan salud y sostenibilidad. Sin embargo, esta avalancha de etiquetas ha provocado que muchos consumidores se sientan perdidos y desconfiados ante lo que realmente están comprando. España aplica y refuerza la normativa europea de etiquetado alimentario (Reglamento UE 1169/2011), que obliga a ofrecer información clara sobre ingredientes, valores nutricionales, alérgenos y origen de ciertos productos. Esta norma limita el uso engañoso de declaraciones nutricionales y de salud, permitiendo solo aquellas que estén científicamente demostradas y autorizadas por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA). La Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (Aesan) supervisa el cumplimiento de estas normas y puede sancionar prácticas de publicidad engañosa. Ante esta situación, han surgido aplicaciones móviles como Yuka y otras similares, que buscan ayudar a las personas a entender mejor qué están comiendo. Estas herramientas permiten escanear productos y conocer su composición, su calidad nutricional o si contienen aditivos poco recomendables, respondiendo a una necesidad creciente de transparencia. Su popularidad refleja una preocupación real por la alimentación y el origen de los productos.

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