Ana León, psicóloga: "Muchas personas viven desconectadas de sus necesidades reales guiadas por la exigencia, la culpa o el miedo" - Estados Unidos (ES)
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Ana León, psicóloga: «Muchas personas viven desconectadas de sus necesidades reales guiadas por la exigencia, la culpa o el miedo»

Publicado: noviembre 16, 2025, 7:23 am

Cada vez son más las voces que nos invitan a detener la máquina en la que somos una insignificante pieza, y buscar tiempo de mirarnos con respeto y aprender a habitar (habitarnos) para ser conscientes de nuestra propia historia sin juicios ni presiones externas. En este contexto, entrevistamos a la psicóloga Ana Léon Alonso, que nos invita a través de su libro ‘Habita tu piel’ (ed. Kitaeru) a «reconocernos como suficientes tal y como somos, y no a intentar alcanzar eso que se dice tanto ahora de la mejor versión de nosotros mismos».

Como nos cuenta León, su libro «parte de una observación común en consulta: muchas personas viven desconectadas de sus necesidades reales, guiadas por la exigencia, la culpa o el miedo a decepcionar. Desde esa premisa, la experta ofrece un marco integrador que une psicología, neurociencia, teoría del apego y trabajo corporal, a través de reflexiones, ejercicios prácticos, meditaciones y recursos de regulación emocional».

¿Cuáles son tus miedos, anhelos, deseos, motivaciones y frenos?

Ana León comienza hablando de la importancia del autoconocimiento, para avanzar en otros aspectos de nuestra vida y mantener esa conexión tan necesaria con nosotros mismos. «El autoconocimiento es un proceso que todas las personas atravesamos a lo largo de la vida. No hay nadie que no pueda alcanzarlo. El autoconocimiento no es un fin, sino un aprendizaje que nos ofrece un punto de partida para vivir con coherencia y menos lucha interna; con calma, congruencia y armonía».

Y añade: «Del mismo modo que, para vincularnos con alguien, primero pasamos por el proceso de darnos a conocer y aprender a conocer al otro (solo así podemos construir relaciones sanas), con nosotros mismos sucede algo parecido. Necesitamos detenernos a entender quiénes somos, pero sobre todo, más allá de eso, cuáles son nuestras necesidades y de qué manera podemos cubrirlas siendo adultos funcionales».

Por lo tanto, en esa necesaria conexión con nuestro ‘yo’ se trata de «comprender cómo fuiste ‘construyéndote’ a lo largo de tu historia: qué experiencias significativas viviste, qué partes de ti necesitaste reprimir u ocultar (a los demás y a ti mismo) para evitar más dolor, cuál es el lenguaje con el que miras el mundo, a los otros y a ti; tus miedos, tus anhelos, tus deseos, tus motivaciones y tus frenos. Qué le da sostén a tu vida. Qué partes de ti habitan y conforman a la persona que hoy eres…»

«El trauma es una herida emocional que no llega a cerrarse»

Cuando era joven, la autora de ‘Habita tu piel’ trabajó en un centro de desintoxicación, experiencia que despertó su interés por el trauma, la regulación emocional y la conexión cuerpo-mente. «En aquel centro descubrí que las adicciones, los consumos o los síntomas no eran el problema principal, sino un grito de auxilio; la forma que muchas personas habían encontrado para sostener el dolor de negligencias, maltratos, abandonos, abusos o experiencias emocionales duras. Una manera de sobrevivir cuando no se tenían recursos internos suficientes para afrontar lo vivido».

Y es que, la psicóloga define el trauma como «una herida emocional que no llega a cerrarse, que no puede curarse cuando debería haberlo hecho. No es solo lo que te pasó, sino lo que tu cerebro pudo (o no pudo) hacer con aquello que te ocurrió. Es lo que quedó dentro de ti cuando quizá nadie supo cómo ayudarte a sostenerlo, y cuando no se atiende, no desaparece. El tiempo, por sí solo, no lo cura todo«.

Pero es que, «cualquier persona puede experimentar un trauma. La diferencia está en los recursos emocionales y en los apoyos externos con los que se cuente. Esos factores pueden determinar cómo se procesa el impacto y si la herida se transforma o se enquista. Cada trauma es distinto, porque cada historia lo es. Aún así, hay puntos en común: la desconexión, la vergüenza, la necesidad de control, el miedo a sentir o a recordar. Las sensaciones internas que surgen al evocar el pasado son una señal de que algo sigue sin resolverse».

La conexión entre el cuerpo y la mente, un trabajo pendiente

«Durante muchos años, la psicología en la que me basaba era principalmente cognitivo-conductual, centrada en los pensamientos y las conductas del individuo. Con el tiempo (y también gracias a mi propio proceso terapéutico) comprendí que era esencial colocar al cuerpo en uno de los vértices más importantes del trabajo psicológico. El cuerpo habla: a través de sus síntomas, de la enfermedad física, de la tensión o de la desconexión. El cuerpo guarda memoria», dice León.

La conexión entre el cuerpo y la mente «consiste en volver a habitar el cuerpo como un lugar seguro, sin miedo a sus sensaciones, a sus señales ni a su lenguaje. Es aprender a escucharlo antes de que tenga que gritar. Cuando el cuerpo y la mente se reencuentran, la vida deja de sentirse como una batalla».

¿Y cómo conseguimos ‘volver’ a él? La psicóloga explica que esa conexión «se cultiva mediante prácticas que nos devuelven al presente (que es lo único que realmente tenemos): la respiración, el movimiento consciente, el descanso verdadero, la alimentación consciente, la regulación del sistema nervioso y, sobre todo, la presencia emocional. Poniendo al cuerpo y a todo lo que se refiere a este, como algo prioritario».

El gran peligro que oculta la autoexigencia

«Siempre digo que la exigencia es como el sol: un poquito nos da calorcito, nos activa, nos ayuda a regular nuestro sistema nervioso. Pero cuando la exposición es excesiva, acaba quemando. Daña, agota y deja huella. La autoexigencia empieza como un intento de hacerlo bien, de mejorar, de dar lo mejor de uno mismo. Pero cuando se convierte en exceso, termina siendo una forma de no sentirnos nunca suficientes, en alerta constante».

El límite aparece cuando el deseo se convierte en un ‘debería’, «cuando el malestar por no conseguir algo es desproporcionado; cuando confundimos las normas externas con nuestros propios límites internos; cuando ya no se trata de crecer, sino de cumplir expectativas imposibles. Y, sobre todo, cuando la voz interna deja de ser una guía amable y se convierte en un juez implacable».

Ana León confiesa que ve cada día en consulta a decenas de personas atrapadas en esa dinámica: profesionales que no pueden parar sin sentir culpa; padres y madres que sienten que nunca hacen bastante; jóvenes que confunden el valor personal con el rendimiento… El cuerpo termina expresando lo que la mente no puede sostener: insomnio, rigidez, tensión muscular, agotamiento o crisis de ansiedad. La autoexigencia es una fuerza útil cuando nos impulsa, pero se vuelve destructiva cuando nos castiga».

¿Por qué nos desconectamos de nuestras necesidades reales?

Muchas personas viven desconectadas de sus necesidades reales, en pro de ‘lo que se espera de ellas’. Y es que, estamos tan acostumbrados a responder a las expectativas externas que muchas veces no sabemos distinguir lo que realmente queremos de lo que creemos que ‘deberíamos’ querer y, en este caso, lo que realmente necesitamos».

Por esta razón, «reconocer nuestras necesidades reales implica detenerse y mirar hacia dentro (no desde la exigencia de tenerlo todo claro, sino desde la curiosidad). El cuerpo suele darnos señales que la mente no siempre descifra, precisamente por el aprendizaje de desconexión de estas que tenemos: el cansancio que no se pasa, la tensión muscular, la apatía o el vacío emocional son señales de que estamos viviendo ‘ajenos’ a nosotros mismos».

Para concluir, la psicóloga afirma que «salir del piloto automático no significa transformar toda la vida de golpe, sino empezar a tomar pequeñas decisiones más conscientes: permitirte decir ‘no’ cuando antes decías ‘sí’ por compromiso, porque realmente es algo que te vulnera; descansar sin justificarte; darte tiempo para sentir sin buscar enseguida una explicación racional… Son gestos cotidianos, pero profundamente reparadores«.

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