Publicado: noviembre 15, 2025, 7:23 am
Los seres vivos desarrollamos el estrés en nuestro tránsito por los senderos de la evolución natural como una ingeniosa forma de responder a retos excepcionales para nuestra supervivencia. En los últimos siglos, no obstante, algo se ha torcido para los humanos; a día de hoy, millones de personas en el mundo viven con este mecanismo permanentemente activado, como si estuvieran bajo una amenaza existencial constante e omnipresente, a causa de factores como el trabajo que desempeñamos cotidianamente.
Cuando hablamos específicamente del estrés laboral crónico, los datos dibujan una situación dramática. Algunos estudios recientes han hallado que hasta la mitad de los empleados por cuenta ajena en España siente que ha padecido episodios de esta clase en el último año, y hasta uno de cada cuatro reconoce que el trabajo impacta con frecuencia en su salud. Otro trabajo similar encontró hace poco que ocho de cada diez personas en edad de trabajar relaciona la falta de desconexión laboral con un impacto directo en su salud y su bienestar.
«El trabajo está generando problemas de salud mental»
Los expertos coinciden en que este fenómeno tiene sus raíces en la cultura del trabajo que se ha impuesto en países como España. «La OMS lleva años alertando de que algunos de los componentes del sistema actual del trabajo, está generando problemas de salud mental, especialmente trastornos estrés y ansiedad», explica a 20minutos la psicóloga Lucía Camín, del centro Alcea en Madrid: «Los estudios hablan de que entre un 25% y un 40% de los trabajadores sufren estrés laboral crónico».
Su experiencia como profesional, dice, corrobora este avance del problema: «En consulta, observo que cada vez son más frecuentes este tipo de demandas asociadas al trabajo y en personas cada vez más jóvenes».
De manera similar se expresa a este medio Marcos de Andrés, codirector de enGrama Psicología, un proyecto dedicado a la terapia online y a los cursos de psicología. «Una de las formas que tenemos de aprender y regir nuestra conducta es mediante reglas verbales que vamos interiorizando a partir de procesos de socialización e interacción en el mundo», reflexiona. «En la última era tales reglas verbales sí parecen apuntar hacia ideas relacionadas con la sobreestimulación, la hiperproductividad y el rechazo a parar, como si viviéramos constantemente a contrarreloj y el detenernos un mísero segundo implicara ser arrollados por la estampida».
Sin embargo, advierte en contra de la etiqueta de epidemia, ya que a su juicio pone el foco en las personas que sufren las consecuencias y no en el origen del problema. «El término aporta unos tintes patologizantes a la conducta y desvía la atención del problema», valora. «Acaba catalogando a la persona casi como enferma cuando probablemente el problema esté fuera; lo enfermo suele ser más el cesto que las manzanas».
«Ese cesto lo hemos urdido todos, ya que la sociedad delimita al ser a la par que el ser delimita a la sociedad», apostilla. «No veo pertinente utilizar lógicas biomédicas que yerguen el dedito acusador principalmente hacia el individuo«.
«Tenemos condiciones de trabajo desfavorables»
En cuanto a los factores estructurales que explican la dimensión social del problema, los expertos apuntan en la misma dirección. «Existen unas condiciones de trabajo desfavorables y unas condiciones de vida cada vez más difíciles», recalca Camín. «Muchas personas refieren tener una carga de trabajo excesiva, con muchas tareas, horarios desbordados, horas extras habituales no remuneradas, mucha presión por llegar a objetivos altos y continuos etc. Además, los compañeros también pueden estar estresados, cansados, exigidos, por lo que las relaciones laborales se tornan también cada vez más tensas».
«El coste de la vida se ha disparado y no así los salarios. Como seres humanos necesitamos, un equilibrio entre lo que damos a la sociedad y lo que recibimos»
«De esta manera, al llegar a casa, los trabajadores están cansados y sin energía para llevar a cabo actividades placenteras, revitalizantes o que les llenen», agrega.
De Andrés concuerda: «Las causas del estrés laboral son muy variables según el caso», dice, «pero a menudo tienen que ver con la precariedad y las malas condiciones; las malas relaciones con los compañeros; la incertidumbre y la falta de estabilidad; los objetivos e incentivos poco apetitosos y la dificultad de conciliación con otras fuentes de disfrute».
Y sigue: «en muchos países del mundo atravesamos un momento de crisis económica, o al menos de inminente crisis. Las guerras, las nefastas gestiones de algunos gobiernos, la inestabilidad y la incertidumbre generadas por fenómenos como la inteligencia artificial pueden ser algunos de los factores reseñables».
Camín también resalta que «el coste de la vida se ha disparado (especialmente de la vivienda y la cesta de la compra) y no así los salarios. Como seres humanos necesitamos que haya un equilibrio entre lo que damos a la sociedad y lo que recibimos; creo que hay una gran descompensación, que cuando se vuelve crónica se convierte en desmotivación y ese es uno de los principales signos del síndrome del burnout.
Además, opina que la cultura laboral española tiene algunas características que pueden acentuar la problemática: «tenemos una cultura organizacional que favorece las jornadas partidas con horarios amplios, mayor sobrecarga de trabajo por falta de personal, falta de reconocimiento y salarios más bajos que la media de la UE con coste de vida desproporcionado.
«Muchas mujeres siguen teniendo peor trato en el trabajo»
Mucha de la evidencia de la que disponemos sugiere que el estrés laboral está atravesado por una notable asimetría de género. Son las mujeres quienes se llevan la peor parte, ya que consistentemente arrojan en las estadísticas que sufren más problemas de salud mental por esta causa, tanto en términos absolutos como específicamente de forma crónica.
Al respecto, De Andrés dice que «aunque de nuevo hay que individualizar cada caso», en España muchas mujeres «siguen recibiendo un peor trato en el entorno laboral, con dinámicas machistas. También, por otro lado y aunque se haya equilibrado bastante, es probable que sigan siendo ellas las que más tienen que ocuparse de cuidar ciertos vínculos y encargarse de la crianza en mayor medida. Esto puede llevar a una peor conciliación y mayor colapso».
Camín recuerda que «las mujeres sufrimos casi el doble de patologías mentales asociadas al trabajo que los hombres por una combinación de varios factores». Como De Andrés, señala que «al estrés del trabajo hay que sumarle el estrés por las cargas en el trabajo doméstico y de cuidados, ya que existe una abismal desigualdad (el 75% de las que se encargan son mujeres)».
«Además», continúa, «existe una brecha salarial notable, las mujeres de media cobramos un 20% menos y sufrimos una mayor desigualdad de oportunidades (falta de oportunidades en ascensos). Con mayor carga de trabajo y con menores oportunidades económicas y de reconocimiento, el estrés es una consecuencia lógica y desafortunada».
«Es generalizado que a los hombres no se les haya educado en la expresión del malestar y la posibilidad de comunicarlo»
De Andrés también matiza que «muchos hombres sí sufren un gran estrés, ansiedad u otros malestares psicológicos, pero lo ocultan, lo tapan, lo evaden, puesto que es generalizado el hecho de que se les haya educado menos en la expresión del malestar y la posibilidad de comunicarlo en espacios seguros».
«Hace mella en nuestra salud de muchas maneras»
Estos estados crónicos de estrés, cuando están provocados por un ámbito de nuestra vida como es el trabajo (del que depende nuestro acceso a los medios que necesitamos para subsistir y que cubre a menudo casi la mitad de nuestro tiempo de vigilia en el día a día) tienen consecuencias devastadoras para nuestro bienestar.
«Hace mella en nuestra salud y nuestra vida de diversas maneras», enumera el experto. «Puede provocar irritabilidad, dificultad para el descanso o insomnio, ansiedad generalizada, apatía, desesperanza, neblina mental, desmotivación, cefaleas, aumento del riesgo cardiovascular, trastornos gastrointestinales, problemas dermatológicos, dolores musculares, alteraciones del sistema inmunitario, alteraciones endocrinas, aislamiento social, disminución del rendimiento diario, impulsividad…».
«En resumidas cuentas, nuestra calidad de vida baja, el disfrute o descanso cada vez se encuentra en menos lugares, todo se va haciendo cuesta arriba, cada vez se engrosa más la bola de nieve, hasta que toca, ineludiblemente, parar», apostilla.
«El estrés crónico en el trabajo puede derivar en depresión o ansiedad si no se trata adecuadamente», coincide Camín. «A nivel emocional, la persona afectada puede experimentar agotamiento o cansancio emocional, acompañado de desmotivación y falta de energía, y pueden aparecer emociones asociadas como irritabilidad, miedo a ir al trabajo, angustia sobre el futuro laboral, tristeza, etc., y sentimientos de ineficacia, incompetencia y culpa por no saber salir de la situación».
«A nivel físico, se salda con cansancio, dificultad para conciliar el sueño, etc. A nivel cognitivo, puede haber negatividad, pensamientos repetitivos, desapego del trabajo…», prosigue. «Incluso, a nivel conductual puede haber una bajada en el rendimiento laboral y que tendamos a evitar o posponer ciertos aspectos o tareas en el trabajo; y a nivel relacional, puede existir cierto aislamiento de los compañeros, de reuniones, de actividades de ocio…».
«Hay que cambiar lógicas y dinámicas globales»
Las respuestas no son sencillas, teniendo en cuenta que muchas veces nuestra capacidad de cambiar aspectos dañinos de nuestro entorno laboral o nuestra situación económica son limitadas.
«Fundamentalmente», opina De Andrés, «el cambio implicaría la modificación de lógicas y dinámicas globales generalizadas que acaban vendiendo la idea de que si no produces eres inservible, y también condiciones de precariedad, a veces más explícitas y otras más sibilinas, que hacen implosionar al empleado, emprendedor o autónomo».
«Se necesita mejorar los incentivos, reducir la carga, y a mi parecer, lo más importante es brindar una mayor certidumbre y estabilidad, de manera que las personas puedan relativamente acomodarse en sus puestos de trabajo sin sentir que cada día es una carrera diaria, una competición donde no pueden frenar porque quién sabe si mañana van a contar con esa vía para llevar algo de comida a sus platos», estima. «Así también podrían involucrarse más en sus momentos de ocio, familia, amigos… para poder despejarse, desconectar y no vivir en una vorágine tormentosa que sigue y sigue por inercia».
«En ocasiones», dice, «contar con terapia psicológica puede ser una gran opción, ya que puede brindarnos herramientas y recursos que permitan una mejor adaptación al medio. Quizá no es lo ideal, pero desde luego no siempre podemos cambiar el mundo de raíz, y por desgracia en ocasiones lo mejor que podemos hacer es aprender a adaptarnos para sobrevivir«.
«La terapia no tiene que ser una especie de parche del sistema»
Y aclara: «Incluso, la terapia no tiene por qué ser meramente una especie de parche del sistema, sino que también puede ayudarnos a explorar otros caminos, ganar habilidades, aprender a poner límites, y un sinfín de aspectos que mejoren nuestra interacción en el mundo».
Camín también concede que existen métodos que podemos poner individualmente en práctica para lidiar con el estrés laboral: «Lo primero sería reconocer la situación de estrés, identificar su problema y sus causas», arranca.
«Debemos practicar la asertividad y la negociación, aprender a expresar nuestras necesidades, decir que no y poner límites, negociar y llegar a acuerdos con nuestros responsables; priorizar el descanso, y desconectar del trabajo fuera de él; practicar la higiene del sueño y mantener ahora más que nunca hábitos saludables; compartir con nuestras redes de apoyo nuestra situación para buscar un acompañamiento relacional positivo; y practicar estrategias basadas en la evidencia científica para disminuir los síntomas del estrés (como técnicas de respiración, ejercicio físico, relajación etc.)», añade: «Y, si los síntomas no desaparecen, acudir a un profesional de la salud mental».
Por otra parte parte, la experta también destaca que los empleadores y los legisladores tienen a su alcance la posibilidad de desplegar medidas que pueden ser transformadoras.
«A nivel institucional», defiende, «se debe buscar evitar la sobrecarga laboral, revisando y reduciendo las funciones de los trabajadores o reduciendo la carga administrativa optimizando procesos; blindar los horarios, para proteger equilibradamente los espacios de trabajo y descanso y respetar el tiempo fuera del trabajo; fomentar en los espacios públicos y privados los contratos indefinidos para mejorar la seguridad y estabilidad laboral; revisar los salarios para que sean más acordes a los del resto de la Unión Europea; fomentar climas laborales positivos y trabajo cooperativo; poner en marcha programas de formación en manejo del estrés, inteligencia emocional y asertividad; evitar los cambios laborales continuados, y en los casos necesarios consensuarlos con los trabajadores; y promocionar o financiar y facilitar el acceso a la terapia psicológica a aquellos trabajadores que lo necesiten».
En último término, concluye, el estrés laboral se ha convertido en un mal colectivo que nos afecta a todos: «espero de verdad que existan soluciones reales y prácticas para atajar este problema tan severo que tenemos como sociedad».
