Publicado: noviembre 4, 2025, 11:24 pm
La cita con los que serán los nuevos ‘ojos’ que vigilarán la Tierra estaba fijada a las 18.02 hora local de Kourou, la ciudad de la Guayana Francesa que alberga desde hace décadas el puerto espacial europeo. Desde allí comenzaría su viaje Sentinel-1D , el nuevo satélite de la Agencia Espacial Europea (ESA) que es capaz de observar tanto de día como de noche, a través de las nubes o incluso de las peores tormentas. Su misión es tan polivalente que va desde monitorizar el deshielo en los polos o ser testigo de los cambios en la masa forestal de los bosques, hasta detectar variaciones milimétricas en el terreno provocadas por terremotos e incluso reconocer posibles barcos ‘pirata’ modernos. Un sistema pionero en el mundo que es la base del Programa Copernicus , el proyecto más ambicioso (y exitoso) de observación de la Tierra creado por la Comisión Europea allá por 2014. La expectación era palpable en el Centro Espacial Guayanés, donde decenas de personas llegaron horas antes para ser testigos del lanzamiento. No solo venían por el nuevo centinela, sino por ver volar al flamante Ariane 6, el nuevo cohete del viejo continente que registraba su cuarto vuelo desde que fuera inaugurado hace algo más de un año –y firmando el fin de la llamada ‘ crisis de los lanzadores ‘ en la que Europa se quedó sin acceso autónomo al espacio por no tener disponibles cohetes propios-. Un ambiente parecido, si bien mucho más sofocante (en la Guayana Francesa ahora es primavera y la humedad supera el 80%), se respiraba en el punto de observación de Toucan, una plataforma exterior a tan solo 8 kilómetros del lugar de lanzamiento. Allí, el bullicio de un centenar de personas llenaba el recinto. Aunque toda clase de lenguas se mezclaban entre los asistentes -con predominio de la lengua local, el francés, seguido de cerca por el inglés y no muy lejos italiano y español-, llamaba la atención un grupo de coreanos sentados en primera fila delante de la pantalla habilitada para retransmitir el despegue. Su nacionalidad se adivinaba por banderas bordadas en sus camisetas o la leyenda ‘Team Korea’ en las gafas de un par de ellos. «Estamos aquí porque a finales de mes lanzamos nuestro satélite», dice una de las integrantes del grupo, quien forma parte del equipo de diseño del KOMPSAT-7, que proporcionará imágenes de alta resolución de la Tierra para la monitorización de catástrofes y desastres naturales. «Será en otro cohete más pequeño, pero queríamos ver volar este». A dos minutos del lanzamiento, el silencio se adueña de las instalaciones. En la retransmisión se puede oír la cuenta atrás, que puntual se produce a las 18.02. «Tres, dos, uno… ¡Despegue!», clama la voz serena pero firme de Jean-Frederic Alasa, director de lanzamiento del CNES. Este ingeniero espacial guayanés (la tradición estipula que preferentemente sea un local el encargado de comandar el despegue de los cohetes que salen desde el puerto espacial europeo) es el responsable en última instancia de dar el visto bueno final al despegue que salió, como acostumbran los Ariane, lo más parecido a la perfección posible (algo que últimamente en el espacio no suele abundar en beneficio de ‘equivócate mucho y aprende rápido’ que predican las emergentes empresas espaciales). La visión del fuego bajo el cohete llega primero del ensordecedor ruido, que llega una vez el lanzador está en el aire. Solo unos minutos después, y tras la separación de los propulsores laterales, a la vista se pierde el Ariane 6, que sigue su camino a colocar en órbita al Sentinel-1D. La telemetría señala en cada momento «un vuelo nominal», o lo que es lo mismo, que todo va según lo planeado. «He participado en cuatro lanzamientos y cada uno lo vivo como el primero. Apenas he dormido una hora», explicaba a ABC horas antes Ramón Torres Cuesta, jefe en la ESA del Proyecto Sentinel-1, la primera de las series de los satélites Sentinel, que según la versión (de 1 hasta 6) observan versiones distintas de nuestro mismo planeta: en radar (como los 1), espectro visible o incluso rastreando la temperatura de los océanos o el estado del hielo de los polos. «En ese cohete va el trabajo de mucha gente durante muchos años. Es muy emocionante». El primero de la serie fue el Sentinel-1A, lanzado en abril de 2014, seguido por Sentinel-1B en 2016. La misión de Sentinel-1B finalizó en agosto de 2022 tras sufrir una fallo técnico que le impidió adquirir datos. El satélite fue desorbitado con éxito. Sentinel-1C fue lanzado en diciembre de 2024 para reemplazar a Sentinel-1B. El que se alzó hoy sobre los cielos de Kourou, el Sentinel-1D, es gemelo de su antecesor y ambos poseen tecnología a su radar de apertura sintética (SAR) de banda C que les permite observar la superficie terrestre de día y de noche, sin importar las condiciones meteorológicas. Esto significa que pueden operar durante tormentas, lluvias intensas o incluso cuando el cielo está completamente cubierto. Las imágenes obtenidas son clave para vigilar inundaciones, desplazamientos de tierra, incendios forestales, deshielos y vertidos en el mar, entre otros fenómenos. Ambos satélites están equipados con instrumentos de identificación automática (AIS) que permiten detectar y seguir embarcaciones en los océanos. Gracias a esta capacidad, se podrá mejorar la vigilancia del tráfico marítimo, prevenir colisiones y combatir la pesca ilegal o los temidos piratas, que lejos de la literatura de aventuras, provocan pérdidas millonarias. Además, Sentinel-1D cuenta con compatibilidad con el sistema de navegación Galileo, el GPS europeo, y con otros sistemas globales de posicionamiento. Esto garantizará mediciones más precisas y confiables. Además, el programa Copernicus, que engloba a todos los Sentinel y mantiene una política de datos abiertos y gratuitos, lo que permite que gobiernos, empresas, universidades y ciudadanos tengan acceso libre a la información obtenida por los satélites. Esta apertura ha impulsado numerosos proyectos científicos y tecnológicos en toda Europa y en el resto del mundo. Llama la atención que, pese a que todo ha ido como estaba previsto, la tensión se mantiene durante largos minutos. A los 34, Alasa confirma que hay «adquisición de señal», lo que indica que el satélite ha llegado a su órbita y, desde allí, ha enviado su primer mensaje a la Tierra. En ese momento, los centros que coordinan el lanzamiento (además de Kourou otros cinco repartidos por todo el mundo han seguido el recorrido del Ariane 6 y de su preciada carga) estallan en aplausos y abrazos. El lanzamiento ha sido todo un éxito. Ahora quedan horas hasta que el satélite despliegue por completo sus instrumentos y sus paneles solares, vitales para que funcione correctamente durante la década que le queda por delante. En unos días enviará su primera imagen, que dará cuenta de que los nuevos ojos europeos que vigilan desde el espacio están preparados para cumplir su cometido.
