Publicado: octubre 29, 2025, 9:23 am
En las guerras, la sorpresa es posiblemente la táctica más eficaz para desgastar las defensas enemigas. En Ucrania habíamos visto de todo, desde cascos con antenas para sorprender, hasta señuelos en forma de drones, ilusiones ópticas o incluso esconderse bajo el suelo. Lo último: Rusia ha encontrado la forma de aparecer entre las fuerzas ucranianas “de la nada”.
El desgaste. Ucrania ha descrito un cambio silencioso pero profundo en el patrón táctico ruso: comienza con un zumbido y pequeños equipos de infiltración que, ocultos y guiados por drones, se deslizan entre las líneas para sembrar caos más que para ganar territorio visible. Son micro-unidades de pocos hombres camuflados, tratadas, según las fuerzas ucranianas, como material prescindible, que irrumpen por puntos no cubiertos de un frente de 1.300 kilómetros imposible de sellar de manera continua con tropas exhaustas y escasas.
Su misión es variable: capturar posiciones y retenerlas hasta refuerzos, o degradar la defensa revelando nodos de drones ucranianos, o sembrando minas directamente dentro de las posiciones. Lo que hace poco era contingente se convierte ahora en norma, especialmente en Donetsk, donde operadores ucranianos admiten que la presión de estas incursiones permite a Moscú profundizar por acumulación y por saturación.
Geometría de la sorpresa. El valor de la infiltración no reside tanto en la superficie ganada como en la fricción que obliga a Kiev a redistribuir fuerzas para apagar incendios simultáneos. Un oficial relataba a Insider cómo, al no poder cubrir unos pocos kilómetros de frente, llegó a tener que contener intrusiones en catorce puntos a la vez.
Hay que entender que la guía por dron permite al mando ruso reposicionar a los infiltrados, acumularlos discretamente en un punto y activar luego una acción que fuerza desvíos de tropas. Incluso hay casos de infiltradores sin fusil, portando solo una mina antitanque para detonarla dentro de un emplazamiento ucraniano. Esta lógica convierte la línea en difusa y obliga a Kiev a gastar atención, cohesión y reserva, la erosión como producto de la multiplicación de estas micro-amenazas.

Coste humano asimétrico. Ocurre que los operadores ucranianos señalan que las pérdidas rusas en estas acciones son enormes, aunque aparentemente irrelevantes para Moscú, que dispone de un flujo de hombres dispuesto a morir en asaltos puntuales. Algunas infiltraciones parten a pie kilómetros atrás, escondiéndose en arbolados o casas abandonadas.
Muchas mueren bajo artillería o drones, pero la saturación es lo nuclear: “hay cientos de rusos listos para morir cada día”, resumía un operador. Al responder con drones, Ucrania expone a su vez posiciones de lanzamiento que Rusia localiza para contragolpear, cerrando un bucle de detección-fuego. Esta misma familia de tácticas (infiltración, tanteo, oleadas humanas) ya fue documentada en el este del país y replicada incluso con tropas norcoreanas en Kursk, igualmente usadas como masa de choque de bajo valor.

Precedentes históricos. Todas estas infiltraciones rusas descritas por Ucrania recuerdan la lógica de las Stosstruppen alemanas de 1917-1918: evitar el frente fuerte, buscar las juntas, infiltrar micro-grupos con la misión de abrir huecos locales y forzar al enemigo a desorganizar su defensa por reacción. La diferencia es el ecosistema sensor: entonces el éxito dependía de humo, niebla y sorpresa.
Hoy, la sorpresa es más bien algorítmica y sistémica por drones que corrigen la trayectoria humana en tiempo real. Los asaltos urbanos en la primera guerra de Chechenia (grupos de choque pequeños, móviles, con autonomía táctica para agujerear nodos) también resuenan en el patrón actual: no buscan conquistar el mapa sino colapsar la arquitectura de respuesta del adversario forzando sobresaturación local repetida hasta quebrar el sistema.
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Paralelismos recientes. La URSS ya había usado células reducidas para degradar defensas en Afganistán: equipos mínimos penetrando para cazar radares, comandancias o logística blanda antes del golpe mayor. En Siria (y después en el propio Donbás 2014-2015) los “assault probes” rusos consistían en sondas humanas “de bajo valor” para obligar al enemigo a revelar fuegos, posiciones de ATGM o nidos de drones.
Lo que hoy se ve en Donetsk es más o menos la evolución industrializada de esa misma idea bajo escasez de personal ucraniano y saturación de sensores rusos. Como entonces, el objetivo no es tanto “ganar” el punto infiltrado sino obligar al enemigo a gastar munición, foco y masa, lo que en un contexto de guerra larga transfiere la ventaja al actor con mayor tolerancia al desgaste.
Micro-guerra invisible. Si se quiere también, aquí, más que innovación tecnológica, es conductual: la densidad y el ritmo de micro-incursiones, invisibles hasta el último momento con la llegada del zumbido del dron que indica que la táctica se ha activado, generan un cambio gradual de presión que no se mide en kilómetros ganados sino en la capacidad adversaria de absorber tensión y ansiedad sin colapsar.
Así, bajo las condiciones propias de una guerra que se alarga y la falta de personal, toda grieta es explotable, y bajo vigilancia continua, el coste de reaccionar revela las posiciones del enemigo. Es, a fin de cuentas, una guerra de pequeñas heridas que nunca cierran, donde cada infiltración no busca resolver el frente, sino reabrirlo indefinidamente.
Imagen | picturedesk, Рюмин Александр, Picryl
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La noticia
Un zumbido imperceptible está sembrando el caos en Ucrania. Cuando llega no hay marcha atrás: los rusos ya están en todas partes
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Miguel Jorge
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