Publicado: octubre 24, 2025, 3:23 pm
El planeta se está calentando más rápido de lo que nunca se había registrado. Según el Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC) de Naciones Unidas, la temperatura media global ya ha aumentado más de 1 °C respecto a los niveles preindustriales (1850-1900). Calculan, además, que durante los próximos 20 años se alcanzará o superará la cifra de los 1,5 °C. Parece un incremento pequeño, pero tiene consecuencias enormes para los ecosistemas, la salud humana y la economía mundial.
La causa principal es clara: las emisiones de gases de efecto invernadero generadas por actividades humanas, especialmente la quema de combustibles fósiles, la deforestación y la agricultura intensiva. El dióxido de carbono (CO₂), el metano (CH₄) y el óxido nitroso (N₂O) han alcanzado niveles sin precedentes. Desde mediados del siglo XIX, el CO₂ ha aumentado más del 40 %, el metano un 150 % y el óxido nitroso un 20 %, atrapando más calor en la atmósfera y alterando el equilibrio climático de la Tierra.
Las consecuencias ya son visibles y medibles. Los glaciares y los casquetes polares se derriten a gran velocidad, contribuyendo a una subida del nivel del mar de unos 20 centímetros desde 1880, según datos de la NASA. Los fenómenos meteorológicos extremos —olas de calor, sequías, lluvias torrenciales o incendios— son cada vez más frecuentes y devastadores. Además, los patrones de lluvias están cambiando, lo que amenaza la seguridad alimentaria y pone en riesgo a millones de personas.
El impacto humano es profundo. La Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte que, entre 2030 y 2050, el cambio climático podría provocar hasta 250.000 muertes adicionales cada año por malnutrición, enfermedades infecciosas y estrés térmico. También incrementa las desigualdades: las comunidades más pobres son las más afectadas por sus consecuencias.
Mantener el calentamiento por debajo de 1,5 °C es el gran desafío de nuestro tiempo. Superar ese umbral significaría multiplicar los riesgos de desastres naturales, pérdida de biodiversidad y desplazamientos masivos. En un panorama tan alarmante, algunos científicos creen que la solución podría estar en la geoingeniería solar.
Qué es la geoingeniería solar y cómo podría ayudar al planeta
La geoingeniería solar engloba un conjunto de técnicas diseñadas para reducir la cantidad de radiación solar que llega a la superficie de la Tierra, con la idea de enfriar el planeta de forma temporal. No pretende eliminar los gases de efecto invernadero, sino compensar su efecto mientras se avanza en la descarbonización de la economía.
Entre las propuestas más estudiadas se encuentra la inyección de aerosoles en la estratosfera, que consistiría en liberar partículas reflectantes —como dióxido de azufre— para reflejar parte de la luz del Sol.
Otra idea es el blanqueamiento de nubes marinas, que busca aumentar su capacidad de reflexión mediante la pulverización de partículas de agua salada.
También se ha planteado el uso de espejos espaciales o parasoles orbitales, aunque de momento son conceptos teóricos debido a su complejidad técnica y coste desorbitado.
En teoría, estas estrategias podrían rebajar la temperatura global en pocos años, ofreciendo un margen de tiempo para frenar los impactos del cambio climático más extremo. Pero ningún experimento se ha aplicado a gran escala y los efectos secundarios siguen siendo un enorme signo de interrogación.
Lo que opinan los científicos
Una encuesta realizada por New Scientist revela que aproximadamente el 66 % de los expertos en cambio climático esperan que se despliegue a gran escala la llamada geoingeniería solar antes de que termine el siglo.
¿Por qué? Los investigadores señalan que, a pesar de los avances en reducir emisiones de gases de efecto invernadero, la velocidad y magnitud del cambio climático y sus impactos (olas de calor, sequías, inundaciones) están haciendo que algunas voces contemplen la geoingeniería solar como plan B para ganar tiempo.
La encuesta muestra que más de la mitad de los científicos consideran que un actor individual (un país, una empresa, un multimillonario) podría lanzar este tipo de medidas de forma unilateral.
Entre las técnicas bajo consideración se encuentran las ya mencionadas: inyección de aerosoles en la estratosfera para reflejar la luz solar, blanqueamiento de nubes marinas para que reflejen más luz o incluso propuestas más exóticas como espejos espaciales o sombrillas en el espacio.
Sin embargo, estas posibilidades, que hasta hace poco era vista como ciencia ficción, plantean dilemas éticos, científicos y de gobernanza de enorme envergadura.
¿Cuáles son los riesgos y las incógnitas?
Los científicos insisten en que la geoingeniería solar no es una solución mágica. Podría tener consecuencias imprevisibles sobre las lluvias, los vientos o la capa de ozono, y provocar desequilibrios regionales difíciles de revertir. Además, el riesgo político y ético es evidente: ¿quién decidiría cuándo y cómo enfriar el planeta?
Es decir: las técnicas de ‘atenuar’ el Sol no son neutras ni están exentas de peligros. Pueden alterar patrones de lluvias, por ejemplo monzones, lo que afecta a agricultura y poblaciones vulnerables. También podrían dañar la capa de ozono o tener efectos secundarios atmosféricos imprevistos.
Además, cabe mencionar que la gobernanza global es prácticamente inexistente: no hay normas internacionales establecidas para decidir cuándo, cómo y quién asumiría los riesgos.
Pero, sobre todo, no resuelven la raíz del problema: los altos niveles de CO₂, la acidificación de los océanos, la pérdida de biodiversidad. Así, la geoingeniería solar sería más un parche que una solución.
Por eso, la mayoría de expertos ve la geoingeniería como una herramienta de emergencia, no como una alternativa a la reducción de emisiones. Su posible despliegue refleja la urgencia del momento climático que vivimos: si no actuamos ahora para limitar el calentamiento, puede que en las próximas décadas la humanidad se vea obligada a intentar ‘tapar’ el Sol.
