Publicado: septiembre 28, 2025, 11:23 am
«Fukuyama se equivocaba porque basta ver cómo está hoy el mundo…» Es éste uno de los tópicos que se repiten a menudo cuando se habla del libro donde el famoso politólogo defendía que la Historia, entendida como una lucha de distintas ofertas ideológicas, había llegado a su fin gracias al paradigma liberal que se impuso tras el final de la Guerra Fría y la disolución de la URSS.
Sin embargo, esa es una lectura muy superficial y errada de aquel lúcido ensayo. Lo que su autor sostenía en 1992 no es que una democracia no pueda caer, sino que su caída solo conduciría a una involución hacia recetas y esquemas políticos ya conocidos, caducados y fracasados. Lo que sostiene Fukuyama en El fin de la Historia y el último hombre es que no se nos ha ocurrido ni histórica ni antropológicamente ninguna fórmula que supere a la que nos brinda la democracia liberal, que combina el sufragio universal y la economía de libre mercado. Con todos sus defectos, lacras, injusticias y carencias, que pueden subsanarse con las políticas sociales, no hay nadie que dé más en la subasta ideológica. No ha habido en el pasado, y hasta el presente, una oferta política que proponga más cuotas de libertad y de reparto efectivo de la riqueza, más igualdad de oportunidades y más medios para que el individuo pueda desarrollar sus capacidades y potencialidades.
En realidad, lo que hace Fukuyama es suscribir la célebre afirmación de Churchill: «La democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás.» Lo que él añade a esa sentencia es la constatación de ese hecho en la cronología de las ideas. No es que se hayan acabado los episodios revolucionarios ni los golpes de Estado. Lo que se ha acabado, aunque haya quien no quiera enterarse, es la discusión verosímil entre comunismo y capitalismo. Esa vieja dialéctica muere con el derrumbe del Imperio Soviético. Pero no es que muera solo en el plano temporal (que también pese a sus posteriores resurrecciones), sino que muere sobre todo en el plano conceptual. Reeditar la fórmula del fallido socialismo real en cualquier país, a pequeña o a gran escala, no sería más que revivir a un muerto. La Venezuela de Maduro o la Corea de Kim Jong-un no son más que caricaturas de esa resurrección que aún hay quien nos propone como una alternativa utópica al orden liberal y una inédita ilusión de futuro colectivo.
Una de las voces que hoy siguen insistiendo en postular la receta comunista como solución del mundo, y que goza de un asombroso predicamento, es el filósofo esloveno Slavoj Žižek. Para dar a su discurso una pátina de falso izquierdismo y originalidad intelectual, Žižek ha ideado la tesis de que el islámico radical es el relevo revolucionario del proletariado del siglo XIX. Se olvida de una de las más célebres citas de Marx: «La religión es el opio del pueblo». Al margen de la extravagancia de interpretar como marxista una propuesta que contradice a Marx en sus primeros pasos, ¿de verdad puede ser una fuerza transformadora de la sociedad la que nos remite al pasado teocrático?
Žižek también cree que el fin de la Historia no ha llegado y que él tiene mucho que aportar. Žižek cree que detrás de la democracia liberal hay grandes posibilidades políticas y creativas, entre ellas la de recortar las libertades en Occidente.
¿De verdad eso es el futuro? ¿De verdad se equivocaba Fukuyama?