Publicado: septiembre 26, 2025, 2:23 pm
En medio de la tormenta energética europea, Suiza parece vivir en una burbuja de prosperidad. En una reciente publicación, la analista geopolítica Velina Tchakarova mostraba cómo la industria suiza sigue creciendo frente a la Unión Europea. Y los datos no engañan a nadie: en el primer trimestre de este año la producción industrial helvética aumentó un 8,5% interanual, mientras que en Alemania registró el pasado junio un desplome del 1,9%, el peor dato en años. El contraste es aún más evidente en el largo plazo: desde 2011, la producción industrial suiza ha crecido casi un 40%, frente al estancamiento alemán.
El camino suizo. Fiel a su neutralidad, pero sabiendo posicionarse, la industria suiza está dominada por sectores de alto valor añadido y bajo consumo energético relativo, como la farmacéutica y la biotecnología. Pero aquí está lo más revelador: ese bajo consumo energético no es solo eficiencia, sino también externalización (una sofisticada estrategia de offshoring verde). Un estudio del consultor EBP para la Oficina Federal del Medio Ambiente (BAFU) muestra que dos tercios de la huella ambiental de Suiza se generan fuera de sus fronteras. El informe Umwelt Schweiz 2022 confirma este patrón: el país reduce su impacto interno a costa de desplazarlo al extranjero.
Hay diferentes ejemplos que lo ilustran bien: la compañía Roche anunció en mayo una nueva planta biofarmacéutica en Shanghái, la empresa Lonza operando en Guangzhou o, el caso más llamativo, Siegfried gestionando una red global con sedes en diferentes países que le permite distribuir fases de la cadena fuera del territorio helvético. En conjunto, estos movimientos ilustran cómo el “milagro” industrial suizo conserva en casa el valor añadido mientras desplaza al exterior la parte más contaminante y costosa. A ello se le suma un sistema eléctrico menos vulnerable al gas: la hidroelectricidad y la nuclear representan buena parte de su mix.
El laberinto de la UE. En este momento está atravesando un declive industrial: Eurostat informó que en junio la producción cayó un 1,0% en el conjunto de la UE y un 1,3% en la eurozona. El retroceso ya venía del año pasado, cuando el volumen manufacturero fue un 2% menor que en 2022. Y los analistas de ING Think advierten que la producción industrial europea se mantiene 5% por debajo de hace dos años, una señal de estancamiento prolongado.
A esta caída se suma una tormenta perfecta: altos costes energéticos, derechos de CO₂ y un debate interno sobre su modelo energético. Francia, con un sistema basado en reactores, lidera el bloque que defiende la energía nuclear como columna vertebral de la transición. España y Portugal, con abundancia solar y eólica, reclaman lo contrario: más interconexiones y redes para aprovechar el excedente renovable. Además, se añade la búsqueda incansable por parte de la UE de buscar otra fomra de abastecerse que no sea Rusia en cuanto al gas.
Mientras Suiza traslada sus cargas más pesadas a Asia, Europa se encierra en sus propias reglas, pagando derechos de CO₂ que encarecen aún más a sus industrias intensivas en energía. Suiza externaliza, Europa internaliza. Suiza cosecha valor añadido, Europa asume costes añadidos.
El contraste incómodo. Aquí emerge la paradoja. Suiza exhibe una industria en expansión, estadísticas ambientales favorables y un suministro eléctrico más estable. Todo parece indicar que ha encontrado la fórmula perfecta para prosperar en medio del caos europeo. Por su parte, la Unión Europea está pagando el precio de ser pionera: sus fábricas afrontan costes energéticos mucho más altos, sus industrias intensivas en energía pierden competitividad y sus gobiernos cargan con la presión de cumplir objetivos climáticos estrictos.
Pero el éxito suizo se apoya en una letra pequeña. El propio informe Umwelt Schweiz 2022 admite que dos tercios de la huella ambiental del país se generan fuera de sus fronteras. Es decir, Suiza conserva en casa el valor añadido de su industria farmacéutica y tecnológica, mientras que el coste energético y la contaminación se trasladan a otros lugares. Ese modelo, aparentemente virtuoso, implica un riesgo estratégico: depender de cadenas de suministro globales y exponerse a las vulnerabilidades políticas en Asia.
En términos climáticos, la pregunta es inevitable: ¿realmente se reducen las emisiones globales cuando Suiza “se limpia” a costa de que otros ensucien más? O, dicho de otro modo, ¿no es su milagro industrial otra forma de externalizar la factura ambiental?
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Previsiones. En el papel, Suiza parece más verde y más próspera. Pero la verdadera historia se cuenta en las chimeneas de China y en las fábricas cerradas de Alemania. El milagro helvético funciona, en buena medida, porque la factura energética y climática la pagan otros. Mientras la producción industrial se desploma en la Unión Europea, en Suiza se dispara. No obstante, ese equilibrio, sostenido en cadenas globales y en energía ajena, podría quebrarse cuando la geopolítica apriete. La verdadera incógnita no es cuánto puede durar el milagro suizo, sino quién está dispuesto a pagar su factura.
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La noticia
Mientras la producción industrial se desploma en la Unión Europea, en Suiza se dispara. Y es una cuestión energética
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Alba Otero
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