Publicado: agosto 16, 2025, 4:30 am
Chica y chico, chica y chico, buscan el posado perfecto frente al Palacio de la Magdalena de Santander. Han encontrado una estructura de acero ideal para colocar su móvil y que el selfie teledirigido haga el resto. Sonríen. Pero no quedan a gusto con las fotos automáticas y piden ayuda a un cántabro que pasa por allí.
«¿Nos puede hacer una foto?», ruega la chica. El paseante, duda: «¿con qué la quieren, con el Palacio o con el Chillida?» Silencio incómodo. «Con el Palacio, con el Palacio», responden rápido, sin dudar y, a la vez, dudando. No comprenden a qué se refiere el señor, que ya ha cogido el móvil y empieza a intentar que quepa toda la fachada palaciega en la estrechez de una pantalla vertical.
Chica y chico levantan cabezas y aprietan abrazo para que su felicidad compartida quede retratada en su smarrrtphone. A sus espaldas, el palacio más famoso de Santander. Postal obligada. A solo un metro delante de ellos: Consejo al espacio VII, la escultura de Eduardo Chillida. Que podía haber sido protagonista de otro de sus retratos, como apuntaba el fotógrafo por auxilio. Pero su acero lo vieron más útil como apoya móviles.
No obstante, no iban mal encaminados. Las grandes obras de Chillida encuadran la naturaleza y su vida. Como una fotografía. Lo hacen las esculturas que son casi invisibles a ojos de los turistas, como esta. O las más populares. El Elogio al horizonte (1990), en Gijón, invita a meterse entre sus paredes de hormigón para, de repente, sentirse protagonista minúsculo de un cuadro donde nuestra pequeñez queda delatada ante la inmensidad del mar Cantábrico. O El peine del viento (1976) en San Sebastián. De preciso nombre oficial, Peine del viento XV. Tres esculturas de acero, de diez toneladas cada una, encaramadas a las rocas del acantilado y situadas en un paseo donde se cuelan, cual bufones, las olas disfrazadas de aire. Incluso en el Paseo de la Castellana de Madrid cuelga de un puente Lugar de encuentros III (1972), la primera obra en hormigón de Chillida, conocida popularmente como La Sirena Varada. Sus seis toneladas de peso son soportadas por cuatro tensores de acero, agarrados en los capiteles de las columnas del puente sobre el río de coches. Algunos peatones se sientan encima, como si la escultura fuera un columpio macizo que desafía a la gravedad. Y al ruido de la propia ciudad. Lo consigue, levita, permitiéndose no tocar las losas del cemento recalentado de la capital del Reino.
El legado de Eduardo Chillida echa arraigo en los lugares. También cuando está de paso. Es el caso de Consejo al espacio VII (1996), en pleno veraneo en Santander. Escultura contundente y, al mismo tiempo, discreta. Sin necesidad de estridencias ni protagonismo exacerbado, pero permitiéndose ser lo que quiera ser. De escondite de niños, que también es un arte, hasta, por lo que se ve, palo selfie.