Publicado: agosto 13, 2025, 4:23 am
La historia será inevitable que no se interfiera el viernes cuando los presidentes de los Estados Unidos y Rusia se sienten en Alaska a negociar el final de la guerra de Ucrania. Naturalmente que es pronto para conocer, o cuando menos anticipar, cual será el acuerdo que adopten. Puestos a ser realistas es que ni Donald Trump ni Vladimir Putin van a levantarse de la mesa anunciando un fracaso. Habría que ver qué estarán tramando los diplomáticos de las dos delegaciones encargadas de redactar el comunicado final para dejar airosos a sus líderes sin necesidad de tener que anunciar el fin del conflicto y la devolución de las regiones ocupadas como parece de justicia.
Será difícil soslayar la realidad de una negociación de esta naturaleza sin contar con una de las partes del conflicto, precisamente la agredida e invadida que a duras penas y dejando en su defensa muchas víctimas, consiguió mantener hasta ahora el honor patriótico nacional. Llegado a este punto cabría preguntarse por qué si en la solución participa un norteamericano, lo más normal es que también participase algún representante europeo. Ucrania en su defensa ha contado con la ayuda de la OTAN, con los Estados Unidos a la cabeza, pero también de los otros miembros de la Alianza que dentro de sus posibilidades han contribuido desde cerca.
Alaska, el lugar geográficamente más aproximado entre Rusia y los Estados Unidos, aporta a la reunión, aparte de un clima más bien fresco para la época, algunos recuerdos del pasado que permiten a Trump disfrutar de anfitrión y probablemente a Putin a lamentar la flaqueza de algún antepasado suyo con ambiciones o dificultades económicas, que vendió aquel territorio a la potencia que con el paso del tiempo seria su principal adversario, cuando no enemigo. Recordando este detalle de imprevisión política del Kremlin el 18 de octubre de 1.867 la rusa Alaska de los zares se convertiría en un Estado de los Estados Unidos.
Aunque las negociaciones, largas y difíciles, corrieron a cargo de representantes del Imperio y la Federación, la operación se realizó bajo la autoridad del Alejandro II, paradójicamente conocido como el Zar Libertador, y el décimo quinto presidente Andrew Johnson. La cantidad fijada fue de 7,2 millones de dólares oro que los Estados Unidos pagó a tocateja y cambio amplió su extensión en más de dos millones y medio de kilómetros cuadrados. Alaska se convirtió en el Estado 49, el penúltimo antes de Hawái. Aunque han transcurrido muchos años, recordar aquel trato seguramente no será especialmente agradable. Anexionarse parte de Ucrania, que también ha sido rusa en un pasado, quizás Putin lo considere ahora como un reto en sus ambiciones. En la espera, por especular que no quede.