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Cuestión de confianza

Publicado: julio 25, 2025, 6:23 am

Tiene la Federación Rusa un expresidente, Dmitri Medvédev, que a grandes rasgos ocupa en el organigrama del Kremlin un hueco parecido al de Rodríguez Zapatero en la Moncloa. Formalmente alejados del poder, ambos llevan su voz a lugares donde los Gobiernos a los que sirven no se atreven a llegar. Así, mientras Putin se esfuerza por dar al mundo la imagen de un líder respetable —la última de sus fanfarronadas, esa “antigua regla” que al parecer dice que “donde pisen las botas de los soldados rusos aquello es Rusia”, estaba destinada al consumo interno— Medvédev sale a la palestra para, por poner un ejemplo, llamar hermafroditas, autocastrados o drogadictos a los líderes europeos.

Junto a su tocayo Dmitri Peskov —el atildado portavoz del Kremlin— Medvédev forma un dúo que parece inspirado en los números clásicos de los payasos de los circos. El payaso listo, Peskov, pone voz a la postura oficial de la Federación de cara a la opinión pública internacional. Fiel a su papel, se da aires de sabihondo mientras nos adoctrina con frases rebuscadas, que suenan bien pero carecen de sentido. Así, nos asegura que Rusia no quiere conquistar territorios, sino el “reconocimiento de la realidad sobre el terreno”… y, pagado de sí mismo, el hombre se creerá que nos ha engañado.

Es también Peskov quien nos dice que Rusia quiere la paz, pero que antes debe resolver las causas de la guerra. Causas que, para la mayoría de los observadores neutrales, se reducen a una: cualquiera que sea el régimen político que en cada momento se haya sentado en el trono del Kremlin, Moscú continúa sintiéndose legitimado para imponer por la fuerza su voluntad sobre la soberanía de sus vecinos. Finlandia, Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Georgia y Ucrania pueden dar fe de ello. Moldavia será, seguramente, la siguiente en la lista.

Como en el circo, el payaso tonto —el expresidente Medvédev— dice cosas mucho más simples y, aparentemente, más sinceras. A él no le va el disimulo y llama al pan, pan y al vino, vino. Sus palabras gustan a los halcones rusos —únicas aves que tienen permiso para volar en el espacio aéreo de Moscú— y, ya de paso, asustan a los pusilánimes en Occidente. Es él quien a menudo amenaza con ataques “preventivos” contra las capitales occidentales, devolviendo un poco de autoestima a sus atribulados compatriotas y dando argumentos a las voces prorrusas que, en lugares como España, agitan el argumento del miedo para tratar de conseguir más libertad de acción para sus amos en Moscú.

No debe el lector prestar atención a las amenazas de Medvédev. Putin quiere Ucrania, pero no hasta el punto de suicidarse por ella. La única precaución que conviene adoptar para alejar esos hipotéticos ataques “preventivos” es la de mantener la credibilidad del mecanismo de disuasión. Medvédev lo sabe y, por eso, cuestiona el rearme europeo; pero lo hace con un argumento que desenmascara su alma de payaso: “Permítanme recordarles que nuestro presidente ha declarado inequívocamente que Rusia no tiene intención de luchar contra la OTAN ni de atacar Europa”.

No debe el lector prestar atención a las amenazas de Medvédev. Putin quiere Ucrania, pero no hasta el punto de suicidarse por ella

¿Qué presidente? —cabe preguntarse— ¿El que unos días antes de la invasión de Ucrania aseguró que los avisos de Washington eran producto de la histeria de los servicios de inteligencia occidentales? ¿El que nos dijo que Rusia no tenía ambiciones territoriales en Ucrania? ¿El que prometió que no movilizaría reservistas forzosos hasta el mismo día en el que dio la orden de hacerlo? ¿El que se pasó meses insistiendo en que la “operación especial” transcurría según lo planeado? ¿El que niega los crímenes de guerra o los ataques a objetivos civiles en Ucrania? Si la garantía que nos da Medvédev es la palabra de ese presidente… casi me quedo más tranquilo confiando en el programa de rearme que nos propone la Comisión Europea.

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