Publicado: junio 23, 2025, 3:23 am
Desde la muerte de John le Carré los seguidores del espionaje literario estábamos sin un autor de cabecera en los escaparates de las librerías. Claro que en buena parte es que esta profesión de tanto riesgo había caído por la escasez de puestos de trabajo. No había guerras para inspirar a los autores. Esta situación, según los expertos, temporal, se ha reactivado no tanto en el conflicto entre Rusia y Ucrania, que en esta materia no está dando mucho de sí, como los bombardeos sobre Irán que viene ejecutando la aviación israelí con un resultado elocuente.
Ahí si que hay buen tema para describir el papel que sin duda están jugando los espías del Mossad o de cualquier otro servicio de inteligencia israelí, vaya usted a saber. La cosa es que los cazas vuelan sobre el territorio que consideran enemigo y dejan caer las bombas sobre unos objetivos milimétricos planificados. Y no solo sobre los centros de desarrollo nuclear, que para eso los ayatolás no tienen reparos, también lo que parece más difícil, sobre las personas con mando en plaza que se estima necesario matar. ¡Qué precisión, tú! Como para arriesgarse a pasear por Teherán con paraguas.
El espionaje convencional es evidente que ha evolucionado igual que tantas otras cosas dependientes de las nuevas tecnologías y sobre todo de la inteligencia artificial. Ahora el espionaje es de laboratorio. A los nuevos espías viajar gratis por el extranjero, que en las novelas siempre incluía una nota de color, se les ha acabado.
El espionaje ahora es cuestión de codos. Artilugios de precisión a distancia pueden ofrecer más información por minuto que un buen espía in situ durante años. Ya no puede ser espía cualquiera dispuesto a arriesgarse. Y para contarlo, tampoco.