Publicado: mayo 16, 2025, 5:23 am
Adolf Hitler, uno de los hombres más malvados que recuerda la historia, no fue derrotado por falta de carisma ni por que fracasaran sus iniciativas para poner en pie de guerra al pueblo alemán. Al contrario, Hitler consiguió crear un Ejército eficaz y lleno de fe en su líder y en su nación. Le perdió su error estratégico al invadir Rusia sin haber terminado la guerra en el frente occidental. Ya le había ocurrido lo mismo a Napoleón, otro organizador capaz y, en su caso —tan diferente del de Hitler por muchas razones—, un genio de la táctica.
La historia recuerda muchos casos parecidos, aunque en menor escala. Entre los más recientes, tenemos los de Slobodan Milosevic y Sadam Huseín. ¿Por qué son tan frecuentes los errores estratégicos graves en los líderes autocráticos? No hay ningún misterio en ello. Los dictadores, siempre rodeados de cortesanos elegidos por esa lealtad mal entendida que se manifiesta con la adulación —algo que, por desgracia, no les pasa solo a los autócratas reconocidos como tales—, se acostumbran a tener razón. Con el tiempo, pierden el contacto con el mundo real y rechazan cualquier consejo que vaya en contra de sus ideas… si es que queda alguien que se atreva a darlos.
Los dictadores, siempre rodeados de cortesanos elegidos por esa lealtad mal entendida que se manifiesta con la adulación, se acostumbran a tener razón»
En esta línea está Vladimir Putin, dictador de Rusia desde hace 25 años. No neguemos sus méritos: el antiguo espía es un despiadado criminal, pero ha sido capaz de convertir la Rusia desordenada, democrática y corrupta que heredó de Yeltsin en un estado totalitario y policial en el que todo, hasta la corrupción, está a su servicio… o muere.
Desde sus primeros días, que vieron el final del conflicto checheno, la herramienta que el dictador ha utilizado para crear este régimen a su medida ha sido la guerra. O, por mejor decirlo, la victoria. Y, en esta línea, es probable que Putin esperara que la ocupación de Ucrania tuviera un papel similar al que tuvo la conquista de Sevilla para Fernando III el Santo: «La cosa que dio cima a las otras cosas todas que este rey don Fernando fizo». Gracias a ella —puede leerse en nuestras crónicas medievales— «reyes y reinos le rindieron vasallaje».
Imagino que, si ese era su planteamiento, Putin tenía motivos para la esperanza. Una victoria en Ucrania le habría dado prestigio y poder. Rendido Kiev, el mundo no tardaría en aceptar la situación de hecho y, no habiendo nadie que reclamase la península, hasta las sanciones económicas impuestas por la anexión de Crimea irían desapareciendo. Pero también Hitler y Napoleón tenían razones para invadir Rusia y, al contrario que nuestro Fernando III, fracasaron en su empeño. Es el éxito, y no la intención, lo que hace la diferencia.
Putin ya ha perdido dos grandes oportunidades
¿Fracasará Putin en Ucrania? Por el momento, ya ha perdido dos grandes oportunidades para esa victoria que le convertiría en semidios. La primera, en los primeros días de la invasión, quizá se perdió por mala suerte. El derribo relativamente incruento del gobierno ucraniano, en una operación calcada de la que puso fin a la Primavera de Praga en 1968, fracasó por los pelos. Podía haberse acobardado Zelenski, como hizo en su día el checoslovaco Dubcek, o podían haberlo asesinado los comandos que se enviaron para ello. Podía haberse puesto de perfil el Ejército ucraniano, como había ocurrido en Crimea. Nada de esto ocurrió, es cierto, pero eso no es culpa solo de Putin. Quizá Virgilio, el autor del aforismo que asegura que «la fortuna sonríe a los audaces», olvidó añadir al final un prudente «o no».
La segunda oportunidad la perdió Putin por falta de juicio. Si en las conversaciones de marzo de 2022 —celebradas, como ahora, en Estambul— hubiera aceptado la neutralidad que le ofrecía Kiev y, en lugar de presionar para conseguir la cesión formal de Crimea y el reconocimiento de la independencia del Donbás, hubiera ordenado un alto el fuego sobre las líneas entonces ocupadas, es probable que se hubiera quedado para siempre con mucho más territorio del que ahora posee. No era el pleno soñado, es cierto, pero sí una victoria estratégica indudable. Recuerdo que en aquel momento yo estaba convencido de que esa iba a ser la gran jugada del dictador. Sin embargo, él prefirió continuar unos combates para los que carecía de fuerzas suficientes y, en pocos meses, tuvo que retirarse del norte de Ucrania, de Járkov y de la ribera occidental del Dniéper. Quizá le faltó a Putin el asesoramiento leal de sus militares, pero eso es algo que nunca sabremos; quizá, simplemente, prefirió no hacerles caso.
La tercera oportunidad que se le presenta a Putin —no hay dos sin tres— es la que va a perder estos días, también en Estambul, cuando, después de dejarle marear un poco la perdiz, el mundo se dé cuenta de que no tiene la menor intención de llegar a un acuerdo con Zelenski. Esta vez la perderá por soberbia. Solo esa soberbia que tantas veces ciega a los poderosos puede explicar que, con los frentes casi estabilizados, el dictador ruso rechace las generosas condiciones que le ofrecen los EEUU para poner fin, si no a la guerra —la de Corea no ha finalizado 75 años después— sí a los combates en Ucrania.
Solo la soberbia puede explicar que, con los frentes casi estabilizados, el dictador ruso rechace las generosas condiciones que le ofrecen los EEUU para poner fin a la guerra»
Probablemente Putin crea que todavía puede ganar la guerra. Pensará que puede alejar a Trump de Ucrania y, como al magnate le gusta Zelenski tan poco como a él mismo, quizá tenga razón. Es posible que confíe más de lo que debe en las elevadas cifras de reclutamiento que ha alcanzado estos últimos días —de la que el presidente norteamericano, que ha dado esperanza a la sociedad rusa, tiene parte de la culpa— olvidando que si su contingente en Ucrania apenas crece es porque hay casi tantas bajas como nuevos voluntarios. Es incluso posible que, de tanto repetirlo, se haya creído que de verdad existe esa pretendida supremacía de la etnia rusa que, contra todo pronóstico, le permitió derrotar a Napoleón.
Olvida Putin, sin embargo —y espero que, con el tiempo, la historia se lo demuestre— que esta vez es él quien hace de Napoleón.