Publicado: octubre 1, 2025, 2:23 am

Donald Trump, en su inconfundible estilo hiperbólico, salió de su último encuentro con Benjamin Netanyahu llamándole «guerrero». El elogio, dirigido a un primer ministro israelà cercado por acusaciones de crÃmenes de guerra, no pasó inadvertido. Lo curioso es que el mismo Trump, apenas unos … meses antes, habÃa humillado a otro lÃder judÃo enfrascado en una guerra, el ucraniano VolodÃmir Zelesnki, durante una rueda de prensa en el Despacho Oval. Dos lÃderes judÃos con dos formas opuestas de encarnar la resistencia de su pueblo y dos maneras muy distintas de ser tratados por el inquilino de la Casa Blanca.
El contraste es llamativo: Netanyahu, un polÃtico curtido en décadas de batallas internas y externas, convertido en sÃmbolo de la obstinación israelÃ; Zelenski, un comediante transformado en héroe épico que transformó la comunicación en un arma de guerra. Ambos comparten la condición judÃa y la adversidad de luchar por la supervivencia de su paÃs, también comparten la audacia de David contra Goliat como se vio en la voladura de los buscapersonas de Hizbolá o del Nordstream 2, pero lo hacen con estrategias radicalmente distintas. ¿Qué habrÃa ocurrido si hubieran intercambiado sus papeles?
Si Zelenski gobernara Israel en lugar de Netanyahu, la guerra de Gaza habrÃa tenido un rostro muy diferente. Para empezar, su instinto comunicativo le habrÃa llevado a reconocer explÃcitamente el dolor de las vÃctimas civiles palestinas e israelÃes. Cada discurso suyo en parlamentos extranjeros habrÃa transformado Gaza en un drama global, insistiendo en la necesidad de distinguir entre Hamás y la población. La narrativa dominante no habrÃa sido la de un castigo colectivo, sino la de un Estado sitiado que se defiende con pesar.
Militarmente, Zelenski hace caso a sus generales y evita la microgestión. Probablemente habrÃa aceptado operaciones contundentes, pero siempre buscando legitimidad internacional. Su táctica habrÃa sido mantener la empatÃa de Occidente, incluso a costa de perder margen operativo en Gaza. Quizá Israel se habrÃa visto limitado en su capacidad destructiva, pero habrÃa evitado a toda costa la imputación por crÃmenes de guerra en La Haya. Zelenski sabe que en el siglo XXI la guerra se libra tanto en los tribunales como en los campos de batalla.
El precio de esa estrategia, sin embargo, habrÃa sido interno. En Israel, una sociedad acostumbrada a respuestas duras, Zelenski habrÃa sido percibido como un lÃder blando, más preocupado de los titulares en Europa que de la seguridad en Ashkelón. Sus concesiones diplomáticas habrÃan alimentado a una oposición feroz. En Gaza habrÃa menos ruinas, pero en Jerusalén más inestabilidad polÃtica.
Núcleo occidentalizado
Si Netanyahu hubiera sido el presidente de Ucrania, la guerra con Rusia se habrÃa desarrollado bajo un signo mucho más pragmático y cruel. Desde el inicio, habrÃa insistido en que se trataba de una guerra civilizatoria contra un enemigo bárbaro y habrÃa buscado alianzas sólidas, pero bilaterales: Washington, Londres, Varsovia. DifÃcilmente habrÃa confiado en la volátil solidaridad de la Unión Europea, dependiente de sus opiniones públicas.
Netanyahu, a diferencia de Zelenski, rara vez promete victorias imposibles. Su estilo consiste en garantizar lo esencial y negociar lo demás. En lugar de proclamar que «todo empezó en Crimea y todo terminará en Crimea», probablemente habrÃa planteado que Ucrania debÃa asegurarse un núcleo de supervivencia occidentalizado, aunque ello implicara renunciar de hecho al Donbás o a Crimea. Lo suyo es la supervivencia territorial mÃnima, no la epopeya maximalista.
Pero esto no significa que hubiera sido débil. Netanyahu habrÃa usado la fuerza sin remilgos y no hubiera aceptado las limitaciones de EE.UU. y los aliados para llevar la guerra a territorio ruso, con bombardeos selectivos y castigos disuasorios que, en el contexto europeo, habrÃan levantado polémica. Frente a la amenaza nuclear rusa, hubiera recurrido a armas sucias, quÃmicas o bacteriológicas. La comunidad internacional lo habrÃa señalado por ataques indiscriminados contra civiles rusos.
El punto decisivo en esta comparación es jurÃdico. Netanyahu ya está en la picota de la Corte Penal Internacional, acusado de crÃmenes de guerra por el uso del hambre como arma y por ataques desproporcionados en Gaza. Su estrategia de disuasión –golpear fuerte para que nadie se atreva a repetir la ofensa– tiene un coste legal y reputacional enorme. Zelenski, en cambio, no ha recibido imputaciones formales, a pesar de que su ejército también ha sido acusado de abusos puntuales.
Si Zelenski gobernara Israel, probablemente no estarÃa bajo la lupa de la CPI, porque habrÃa cuidado más la comunicación humanitaria. Si Netanyahu gobernara Ucrania, la CPI ya tendrÃa a Moscú y a Kiev en la misma balanza.
Zelenski es el guerrero de la emoción. Convierte la vulnerabilidad en un arma polÃtica, sabe hablar al corazón de las audiencias extranjeras y usa la épica para mantener en pie a un paÃs devastado. Netanyahu es el guerrero de la fuerza: mide cada movimiento con la lógica de la disuasión, aunque ello le cueste legitimidad internacional. Uno apela al mundo; el otro, al instinto de supervivencia.
Ambos reflejan, en el fondo, dos almas judÃas. La del profeta, que clama ante las naciones por justicia, y la del guerrero bÃblico, que asegura la supervivencia a cualquier precio.