Publicado: julio 21, 2025, 2:19 am
Por la carreterilla modesta que lleva de Bratunac a Potočari y a Srebrenica, el cartel de la oficina de turismo del lugar da la bienvenida a visitantes y foráneos de ocasión. Por todo el valle del río Drina, frontera fluvial con Serbia, los topónimos … sobre señales y direcciones dejaron de ser inocentes justo hace ahora treinta años, en plena guerra de Bosnia-Herzegovina (1992-1995).
Uno no puede evitar asociarlos bajo el reverbero del horror. ¿Turismo de la barbarie? La conmoción y la inevitable atracción morbosa no siempre delimitan su halo en quienes viajan por el este de Bosnia, de Foča a Zvornik y Bijeljina. Srebrenica pertenece a la llamada República Srpska, la entidad de los serbobosnios que desde los acuerdos de Dayton que pusieron fin a la guerra convive –es un decir– con la otra entidad paralela (la Federación integrada por bosniacos musulmanes y bosnio-croatas).
Un Alto Representante Internacional, el alemán Christian Schmidt, vigila el formidable embrollo institucional atenazado por la etnicidad y el nacionalismo entre serbios, bosniacos y croatas. Bosnia, sí, podría ser la democracia más compleja del mundo.
Del 11 al 16 de julio de 1995 se perpetró por toda esta zona umbría y boscosa el genocidio de Srebrenica: 8.372 bosniacos musulmanes fueron asesinados en masa en hangares, centros diversos y granjas. Milicias serbobosnias, al mando del general Ratko Mladic (condenado por los tribunales internacionales a cadena perpetua), llevaron a cabo una bestial matanza de varones musulmanes tras la caída de Srebrenica y la inacción del Dutchbat, el contingente neerlandés que debía proteger a la población musulmana de Srebrenica según la resolución 819 de la ONU. De entre los más de 8.372 asesinados, hay casi un millar de los que aún no se han encontrado sus restos (el número total de víctimas podría llegar a 9.000).
Este año se ha cumplido el 30º aniversario del genocidio. Cada 11 de julio se inhuman en el cementerio aledaño al Memorial de Srebrenica los restos de víctimas que han podido identificarse de año en año tras arduos trabajos de la antropología forense.
En su día los matarifes arrojaron los cuerpos en cinco grandes fosas comunes, desde la propia Potočari hasta el más lejano entorno de Zvornik, curso arriba del Drina. Poco después las reabrieron para evitar su hallazgo y esparcieron los restos, a menudo ya desmembrados, en otras fosas secundarias y terciarias distantes entre sí. El sacro de una víctima aparecía en una fosa, mientras un trozo de cráneo o un fémur eran hallados –y con suerte– en otro siniestro hoyo (es el caso de Mirzeta Karic, quien este 11 julio pudo enterrar al menos la mandíbula de su padre).



Familiares visitan a sus seres queridos fallecidos en el genocidio de Srebrenica
Asistir a la liturgia luctuosa y al ambiente que roza a veces lo festivo es dejarse llevar por el gentío variopinto que llegado de toda Bosnia acude a honrar a los mártires. El Memorial de Potočari (el vasto cementerio, el oratorio o musalla y un muro ovoide con los nombres de todas las víctimas), se alza frente a las naves de la antigua fábrica de baterías de Potočari.
Fue aquí donde el batallón Dutchbat estableció su cuartel general de 1994 a 1995. En las hoy tétricas instalaciones (herencia fabril de aquel socialismo autogestionado de la era yugoslava de Tito), se encuentra el centro documental y expositivo sobre Srebrenica. Su director actual es Emir Sugaljić, autor de ‘Postales desde la tumba’, turbador testimonio sobre la matanza. Sugaljić, veinteañero y autodidacto, hizo de intérprete entre Naciones Unidas y el propio Ratko Mladic. Sobrevivió para contarlo.
La película Quo vadis, Aida? (2020), de la directora bosnia Jasmila Zbanic, refleja fielmente lo sucedido en la fábrica de Potočari en las horas fatídicas que transcurrieron entre el 11 y el 13 de julio. Los hombres que no habían huido por los indómitos recodos junto al Drina (miles de los huidos serían cazados finalmente), fueron separados de mujeres y niños y asesinados en las inmediaciones del lugar. Conmueve contemplar hoy el olvidado puesto de observación de Naciones Unidas que quedó en los aledaños a la fábrica, o los grafitis obscenos y los chistes que escribieron los soldados neerlandeses mofándose de las mujeres locales («No teeth?, A moustache?, Smel like shit?… Bosnian girl!!»).



Enclaves de la ciudad asociados al genocidio 30 años más tarde
Las visitas reiteradas a enclaves asociados al genocidio te depura la mirada y te hace posarla, como el polvo resabiado, en los detalles. Uno: hallé al azar, entre los millares de estelas blancas del cementerio de Potočari, el túmulo con la cruz de la única víctima no musulmana del genocidio (el bosnio-croata y católico Rudolf Hren). Dos: en la carretera de Bratunac a Srebrenica te recibía un cartel electoral con la imagen de Mladen Grujicić, el alcalde serbobosnio que de 2016 a 2024 ocupó el cargo negando el genocidio como tal (fue votado incluso por musulmanes del municipio). Tres: un grafiti naíf en Srebrenica mostraba a un adolescente que martillea un muro, por cuyo boquete asoma un cielo azul con direcciones que llevan a la paz y la felicidad. Cuatro: una nueva iglesia serbia ortodoxa, en oposición a una nueva mezquita, se alzaba en una colina de la sombría ciudad (el entorno acogía la tumba de un soldado serbobosnio muerto en 1992). Cinco: observar en las calles a las mujeres bosniacas en su pormenor diario te hacía recordar la singularidad de la propia Srebrenica, único enclave en zona serbia que es auténticamente mixto (asombra el regreso de muchos bosniacos al trágico lugar de origen, como hizo Suhra Mladic en 2001, la primera mujer en volver a Srebrenica: dos de sus hijos murieron en 1995).
Hoy por hoy, la matización en torno al genocidio y el abierto negacionismo por muchos serbobosnios preña hasta el aire en muchas partes de Bosnia. Kilómetros al sur, en Visegrado (otro enclave truculento asociado a las masacres), un grabado del general Ratko Mladić se halla junto a la orilla del Drina. De fondo uno podía admirar el majestuoso puente otomano que dio lugar a la novela El puente sobre el Drina, del Nobel yugoslavo Ivo Andrić, de quien ahora se cumplen 50 años de su muerte. Paradojas.