Publicado: junio 14, 2025, 4:14 am

En la eterna e inconmensurable Odisea, Ulises y sus hombres, en su arduo regreso a Ítaca, donde es rey, llegan a la isla de los cíclopes y son capturados por Polifemo, el más famoso de ellos, en su cueva, donde comienza a devorarles uno por … uno. Superado en fuerza, pero no en astucia, Ulises trazó un plan: ofreció todo su vino a Polifemo mientras afiló en secreto uno de los extremos del bastón del gigante hasta convertirlo en una lanza. Embriagado, antes de caer dormido, el cíclope preguntó a quién debía agradecer el licor y Ulises respondió «Nadie». Aprovechando su sueño, Ulises le clavó la estaca que antes había usado como centro de poder en su único ojo, cegándole e inundando la isla de gritos de dolor. Los otros cíclopes acudieron a su auxilio, pero cuando le preguntaron quién le había atacado y éste respondió «Nadie», marcharon, dejando al gigante en completa soledad.
Aún quedaba una última baza a Polifemo. Ciego, pero no débil, usó sus grandes brazos para bloquear la salida y aplastar a los hombres de Ulises allí atrapados cuando quisieran escapar. Pero nuestro héroe superó nuevamente al cíclope en ingenio: ordenó a sus hombres que se colgasen del vientre lanudo de las gigantescas ovejas que el gigante criaba como su sustento y éste, al palpar únicamente el lomo de ellas, las dejó salir, ignorante de que llevaban a sus enemigos a la libertad. Así Ulises escapó de la furia del gigante cegado y retornó a Ítaca, recuperando su trono.
Los arquetipos nos explican como humanos, pero también como proyectos colectivos civilizatorios. EE.UU. también se dejó embriagar por el vino de la deslocalización, por el néctar de la impresión masiva de dólares para intercambiar por materias primas y bienes reales, por el licor de una globalización que ha terminado por ser su condena. Y, como Polifemo, también se durmió en su competitividad, recibiendo una lanzada con su propio bastón del libre comercio que otrora enarbolaba, quedando ciego y furioso por la mano de aquellos a los que creía menos productivos.
China, como Ulises, también ansía regresar a su Ítaca particular y recuperar su trono perdido. A lo largo de la historia, el gigante asiático ha sido la principal economía del planeta representando un tercio del PIB global hasta la revolución industrial, una anomalía histórica que ahora se está corrigiendo con la globalización de la tecnología, que lleva a manifestarse en que una IA china como Deepseek aparecida de la nada sea capaz de hundir las cotizaciones de los gigantes tecnológicos del S&P 500 en cuestión de horas.
Y como Polifemo, Donald Trump, en su difícil rol de cabeza de un gigante cegado, herido y humillado, ha optado por la misma respuesta: bloquear su cueva desconectándola del resto del mundo con sus grandes brazos arancelarios, indiscriminados, ciego de dolor ante un mundo que parece incapaz de comprender.
Pero el Ulises asiático no se ha amilanado: ha respondido con una subida similar de aranceles, desafiando la autoridad del cíclope, y ha urdido un plan para escapar de la encerrona. Al igual que el griego, se ha colgado de las lanas de las gigantescas ovejas que el gigante necesitaba para alimentarse y ha comenzado a vender parte de su formidable reserva de bonos del Tesoro de EE.UU., la segunda más grande del mundo con 760 mil millones de dólares después de Japón, hasta disparar su tipo de interés al 4,5%, una cifra letal con la deuda estadounidense en máximos históricos. Así, el gobernador de Ítaca ha logrado escapar de su encierro comercial y, de momento, lograr una sustanciosa reducción de los aranceles a productos tecnológicos chinos, los cuales suponen el 22% de todas las importaciones de China a EE.UU.
Y, puesto que la historia se escribe con nombres de héroes y villanos, de reyes y sacerdotes, de guerreros y monstruos, también le preguntarán algún día a EE.UU. el nombre de quien le cegó con su propio bastón. Y, como Polifemo, tendrá que responder y dirá: «Nadie. Lo hizo el mercado».