Publicado: julio 25, 2025, 12:04 am
Entre las más recientes e incendiarias sospechas sobre la relación entre Donald Trump y Jeffrey Epstein destacan las declaraciones del propio Epstein, grabadas en 2017, en las que asegura que el hoy presidente tuvo su primer encuentro sexual con Melania a bordo de su … jet privado, el repugnantemente célebre ‘Lolita Express’. Las grabaciones, que no prueban ningún delito, han salido a la luz ahora a través del autor Michael Wolff, quien afirma haber sido confidente de Epstein durante años y posee más de cien horas de entrevistas registradas.
Es otro más de los viejos enemigos de Trump que reaparece para desempolvar un pasado más vinculado a Jeffrey Epstein, para exasperación del presidente. Quienes han hablado recientemente con el inquilino de la Casa Blanca describen un estado de desasosiego real: irritación por la persistencia del tema, malestar creciente por las exigencias -incluidas las de trumpistas que en otros frentes le son ciegamente leales- de que todo se sepa ya, sin más demoras. Que se publiquen los documentos, que se conozcan los nombres, que se despejen las dudas.
El problema es que el nombre de Trump figura decenas de veces en los archivos de Epstein. No es ninguna revelación explosiva a estas alturas. Durante al menos una década, fueron cercanos: compartieron cenas, fiestas, confidencias y fotografías. Salían juntos en Nueva York y en Palm Beach, y formaban parte del mismo ecosistema de poder, lujo y excesos. La relación se rompió en 2004, tras una disputa por la compra de una mansión en Florida. Pero, hasta entonces, el vínculo fue estrecho, habitual, casi público. Se sabe que Trump aparece en los registros de vuelo del ‘Lolita Express’, en las libretas de direcciones personales de Epstein, en fotografías con chicas muy jóvenes. Se sabe que Epstein hablaba de él como su «mejor amigo». Hace poco, hasta se publicaron imágenes de Epstein como invitado en la boda de Trump con Marla Maples, en 1993.
Nada de esto es nuevo. Lo que sí resulta nuevo -y potencialmente devastador para el presidente- es que, en mayo pasado, la fiscal general Pam Bondi le comunicó personalmente a Trump que su nombre aparece reiteradamente en los archivos oficiales del Departamento de Justicia relacionados con Epstein. Eso, que hasta entonces era evidente pero no admitido formalmente, se volvió oficial. Confirmado. Sellado.
Y lo verdaderamente inquietante para los muchos seguidores del presidente que llevan años reclamando transparencia total sobre el caso Epstein es lo que vino después: nada.
Los papeles se quedaron ahí. Enterrados. Inaccesibles. No se han desclasificado, no se han explicado, no se ha publicado una sola línea adicional. Y es precisamente esa opacidad la que ha encendido todas las alarmas.
Más aún porque uno de los motivos por los que Trump eligió como director y subdirector del FBI a Kash Patel y Dan Bongino fue, precisamente, porque ambos se habían pasado años en pódcast y programas prometiendo que, si llegaban al poder, lo sacarían todo a la luz: la verdad sobre el presunto suicidio de Epstein, la verdad sobre sus clientes, la verdad sobre los vídeos con menores usados para chantajear a políticos, jueces y millonarios.

Un cartel en Times Square (Nueva York) pide la publicación de los archivos de Epstein
Pero, al asumir sus cargos, ni Patel ni Bongino cumplieron. Pidieron paciencia, aseguraron que no había nada nuevo que revelar, y trasladaron la responsabilidad a la fiscal general Bondi. Esta, por su parte, cometió el error de fingir, al principio, que sí lo estaba haciendo. En febrero, organizó en la Casa Blanca una recepción para un grupo selecto de influencers afines, a los que entregó carpetas como si fueran documentos inéditos. Pero eran recortes censurados ya publicados años antes. Pura escenografía. Días después, durante una entrevista en televisión, se le preguntó directamente si pensaba divulgar la lista de contactos, clientes y aliados de Epstein. Su respuesta fue: «La tengo en mi mesa, lista para revisarla».
Y, una vez más, nada. Silencio. Archivo. Mutismo oficial. Y ahí sigue el caso. Pegado como sombra. Sin despejarse. Y cada revelación -por antigua, confusa o escandalosa que sea- vuelve a poner a Trump en el foco.
Lo que queda por salir
Lo que se sabe, de momento, por amigos en común entre él y Epstein es que su relación fue estrecha, frecuente y duradera, al menos durante una década. Trump aparece al menos siete veces en los manifiestos de vuelo del avión privado del financiero. Su número personal, el de su secretaria y el de Melania figuran en las agendas de Epstein. Hay al menos una fotografía pública de los dos, juntos con Ghislaine Maxwell y Melania, en una fiesta en Mar-a-Lago en febrero de 2000.
A eso se suman ahora los audios del biógrafo Wolff, que grabó a Epstein en su mansión de Manhattan mientras preparaba el famoso libro ‘Fuego y furia’. Epstein no solo detalla escenas sexuales que involucran a Trump, sino que lo retrata como un hombre sin amigos, sin empatía y con estallidos de cólera hacia sus propios empleados. Dice que le gustaba hacer preguntas íntimas a sus amigos sobre sus esposas mientras estas escuchaban por el altavoz, solo para seducirlas después. Y que se jactaba de haber tenido relaciones con mujeres negras durante su matrimonio con Marla Maples, usando expresiones despectivas.
Trump ha desmentido estas acusaciones, calificándolas de «mentiras» y atribuyéndolas a un intento de interferencia electoral a favor de Kamala Harris. Pero lo cierto es que las grabaciones -más de cien horas, según Wolff- forman parte de un archivo más amplio que podría ver la luz en cualquier momento. Y eso es lo que mantiene al presidente en vilo, según quienes lo frecuentan: no lo que se ha dicho ya, sino lo que aún queda por salir.
Alarmante para la Casa Blanca: Trump dijo en 2002, en una entrevista con la revista ‘New York Magazine’, una frase que ha sido ampliamente citada en el contexto de su relación con Jeffrey Epstein: «He conocido a Jeff [Epstein] durante quince años. Es un tipo estupendo. Es muy divertido estar con él. Se dice incluso que le gustan las mujeres hermosas tanto como a mí, y muchas de ellas están en el lado más joven. No hay duda al respecto: a Jeffrey le gusta su vida social».
Esta declaración se hizo cuando la amistad entre ambos era aún pública y estrecha, y ha sido interpretada como una admisión de que Trump conocía -al menos en parte- las inclinaciones de Epstein por mujeres muy jóvenes. Aunque años después Trump se distanció del financiero, esa frase sigue siendo una de las más citadas cuando se examinan sus vínculos con este caso.