Publicado: febrero 10, 2025, 4:10 pm
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Ríos de tinta corren cada vez que algo se mueve en Oriente Próximo. Y miles de teclas se activan cada vez que Trump se acerca a un micrófono. Comentaristas y ‘trumpólogos’ de todo orden y condición vaticinan el fin del mundo con cada … nueva sugerencia del presidente estadounidense.
Pero nada de esto ayuda en la compleja situación de un conflicto que se extiende ya demasiado en el tiempo, y cuyas repercusiones son más profundas de lo que en muchas ocasiones alcanzamos a imaginar, porque es una encrucijada histórica de tres continentes y eso le da una importancia geoestratégica única en el mundo.
Conviene recordar que mirar hacia la Historia nos ayuda para evitar repetir nuevamente errores, y también nos puede inspirar en la búsqueda de soluciones a distintos tipos de problemas.
Y la historia reciente nos lleva a otros intentos de solución permanente del conflicto en Oriente Próximo: los Acuerdos de Oslo. Era 1993 y Clinton anfitrión en EE.UU. de aquella jornada histórica en la que Mahmoud Abbas, de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Shimon Peres, ministro de Relaciones Exteriores de Israel, y el canciller ruso Andréi Kozyrev firmaron en presencia de Yasser Arafat, del primer ministro israelí Yitzhak Rabin y del propio Bill Clinton.
La OLP reconocía por primera vez el derecho de Israel a vivir en paz y seguridad, comprometiéndose a una solución pacífica del conflicto y renunciando a la violencia terrorista. Israel aceptaba que Gaza se convirtiese en esa especie de «zona franca de atracción de inversiones y de negocio», una idea similar a la propuesta de estos días del presidente Trump.
Pero no fue suficiente, y el proceso de paz se vio afectado por la masacre de la Tumba de los Patriarcas, así como por los atentados suicidas y otros ataques de Hamás y la Yihad Islámica Palestina. Los israelíes de extrema derecha también se opusieron a los Acuerdos de Oslo, y Rabin fue asesinado en 1995 por un extremista israelí de derecha por haberlos firmado.
Más recientes aún son los Acuerdos Abraham, apadrinados por el presidente Trump durante su primer mandato. Israel, Emiratos Árabes Unidos y Bahréin formalizaron en 2020 la normalización de sus relaciones (y después se sumarían Sudán y Marruecos). Esto fue un éxito diplomático porque implicaba pasar del Telón de Acero de 1949 a la normalización de las relaciones entre Israel y los Estados árabes. Se pasó del paradigma «paz por territorios», a una visión de «paz por paz».
Como curiosidad, diré que la elección de Abraham para dar nombre al acuerdo no es casual, ya que de este patriarca nacen las líneas dinásticas del judaísmo (de Issac) y del islam (de Ismael o Ibrahim, como le conocen los musulmanes). Además, la piedra sobre la que Abraham se dispuso a sacrificar a su primogénito es el lugar donde se erige la Cúpula de la Roca, uno de los lugares que generan más enfrentamiento entre israelíes y palestinos.
Si bien los acuerdos en sí son solo un reconocimiento internacional mutuo y una manifestación de la voluntad de iniciar una relación bilateral por la vía diplomática, esto abría la puerta también al comercio e inversiones. Al desarrollo económico y social de una zona en permanente crisis humanitaria… qué idea tan loca, ¿no? Léase con ironía, porque escribo estas líneas desde la UE, que es ejemplo de cómo la economía fue más eficaz que la política o la fuerza para unir en paz a un conjunto de países que se mataron durante siglos. Recordemos que el Tratado de Roma de 1957 creó una Comunidad Económica Europea, que después fue evolucionando.
Por desgracia, el ataque terrorista de Hamás el 7 de octubre de 2023 no sólo tuvo apuntó a personas inocentes, en una barbarie histórica sin paralelo en las últimas décadas. La masacre también tenía por objetivo a este proceso diplomático con potencial para rediseñar profundamente Oriente Próximo y hacerlo avanzar hacia la paz. Y logró, al menos, dejar este proceso en pausa a la espera de un nuevo liderazgo que lo reimpulse.
En este contexto, si hay algo difícil de poner en duda es el liderazgo del presidente Trump; no es suyo todo el mérito, pero sí al menos una parte, del alto al fuego del mes pasado. No hay duda de que logra que las cosas se muevan y evolucionen.
La Administración estadounidense tiene un compromiso sólido e incuestionable con la paz en la región, y hace años que busca el mejor modo de ayudar a encontrar una solución permanente. Más allá de la grandilocuencia presidencial, el objetivo es lograr una paz duradera, contando con todos los implicados, y basada en la diplomacia serena y eficaz. Abraham sienta las bases para este objetivo, que pasa necesariamente por la reconstrucción de la zona y por el desarrollo socio económico para que los ciudadanos puedan tener una perspectiva de futuro en la región. Y pasa también por la contención de Irán entre todos, que es el principal desestabilizador en la región además de una amenaza para la seguridad de todo Occidente.
Si bien, compartiendo el objetivo, hay algunos puntos que hemos de tener en consideración al evaluar la última propuesta del presidente Trump.
En primer lugar y más importante: el desplazamiento forzoso de la población palestina de Gaza sería una grave violación del derecho internacional. Y más allá de los problemas legales, algo así desestabilizaría aún más la región, alentando a Irán y a los grupos terroristas que financia, que lo utilizarían para reforzar sus narrativas anti-estadounidenses.
Además, es muy dudoso que Egipto y Jordania estén dispuestos o sean capaces de absorber a millones de refugiados palestinos adicionales. Supondría un riesgo de seguridad inasumible para ellos, por la previsible afluencia de miembros de Hamás y la Yihad Islámica. Incluso si se ofreciera compensación financiera, el trastorno político y social causado por una transferencia de población tan masiva sería inmenso.
En definitiva, las acciones unilaterales y las propuestas provocativas no parecen el mejor modo de avanzar hacia una resolución duradera. Pero es relevante que la cuestión esté entre las prioridades del presidente estadounidense, junto con la necesidad de contener la amenaza iraní y los grupos terroristas que causan inestabilidad constante en Oriente Próximo.
Lo que se necesita es un compromiso renovado con la diplomacia paciente, y basada en principios que respete el derecho internacional. Solo a través de tal enfoque se puede encontrar una solución sostenible a este conflicto, más allá del alto al fuego.
No creo que el presidente Trump tenga ninguna intención de violar el derecho internacional. La manera de actuar de Trump es la que es. No deberíamos dejarnos impresionar por la manera ecléctica en la que anuncia sus planes. Me inclino a pensar que estas propuestas son un intento de romper con las dinámicas consolidadas, de sacudir el statu quo y abrir espacio para otras formas de pensar en soluciones, a la vista de que este conflicto está enquistado. Dicho esto, es innegable que la gran diferencia entre lo que se acordó en Oslo y lo que Trump pone hoy sobre la mesa es que no es posible un proceso de paz duradero que no tenga en cuenta la voluntad del pueblo palestino.
Fui uno de los poquísimos entusiastas de los Acuerdos Abraham en el Parlamento Europeo, quizás incluso en Europa. Pero siempre lo tuve muy claro. Así como la Unión Europea ha logrado a través de la interdependencia económica sacar a Europa de un círculo vicioso de guerras, siempre estuve convencido de que la normalización e intensificación de las relaciones comerciales entre Israel y los países árabes sería la base para una paz duradera en Oriente Próximo.
La situación sigue siendo altamente compleja y no hay soluciones simples. Pero es esencial que la comunidad internacional asuma su responsabilidad. Mientras los europeos se mantienen al margen de las mesas de negociaciones, y muchas veces, como en el caso de España, solo echan más leña al fuego, otros demuestran liderazgo. El plan de Trump no se puede y no se debe implementar como parece anunciado, pero abre las puertas para una discusión que, sin duda, tiene el potencial de promover un cambio constructivo para el futuro de la paz en la región. Y la Unión Europea es el mejor ejemplo de que se puede.