Publicado: marzo 18, 2025, 4:32 am

A punto de cumplir nueve semanas y media de su retorno a la Casa Blanca, no se puede decir que Trump haya perdido el tiempo. Sobre todo, a la hora de poner en práctica la «teoría del ejecutivo unitario», que con escasos méritos constitucionales … implica, a golpe de motosierra y rotulador grueso, maximizar el poder presidencial en detrimento del venerado sistema americano de separación de poderes a través de controles y equilibrios.
Desde el primer minuto, el Congreso está incumpliendo su esencial obligación –controlar al Ejecutivo– y su principal dominio –el poder presupuestario–. En este asalto constante a la democracia de EE.UU., la Justicia no se libra. Y este fin de semana, Trump ha incumplido con ayuda de Bukele la expresa decisión de un juez federal prohibiendo utilizar una ley del siglo XVIII para deportar a detenidos venezolanos hasta El Salvador.
Junto a esta perversa demolición de la arquitectura institucional de EE.UU., Trump también ha emprendido una visible remodelación el histórico escenario de la Presidencia: el Despacho Oval. Como si su decorador fuera Pablo Escobar, el presidente ha triplicado el número de cuadros que cuelgan de las paredes y saturado la estancia de 75 metros cuadrados con una sobredosis de oropel vacuo: estatuillas en las repisas, medallones en la chimenea, águilas en las mesas auxiliares, espejos rococo, querubines de oro enviados desde Mar-a-Lago. Hasta el mando a distancia de la televisión del vestíbulo está recubierto en oro.
Frente a la sobriedad republicana de un puesto diseñado como antítesis a las monarquías absolutas del siglo XVIII, Trump es adicto al ‘bling-bling’, la pomposidad y circunstancia de nuevo rico, las chandeliers, los palacios ostentosos, redibujar fronteras, indultar a sus cómplices, abusar de su inmunidad y jugar a catastrófico rey Midas por derecho divino. Su estética de casino hortera hace juego con su creciente autoritarismo. Recuerda a la película Marie Antoinette (2006), cuando la reina, ante la perspectiva de asearse delante de una veintena de damas de compañía, dice: «Esto es ridículo». Y le responden: «Esto, madame, es Versalles».