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La gran maniobra de Trump: cómo prometió paz y preparó la guerra

Publicado: junio 22, 2025, 2:12 am

A las 18:01 de este sábado 21 de junio, Donald Trump emergió del helicóptero Marine One ante la columnata de la Casa Blanca, vestido con sus sempiternas corbata y gorra rojas, saludó sonriente a la prensa, levantó el pulgar como diciendo «OK» a una bandera gigante de barras y estrellas que acababa de erigirse por orden suya y, con aire grave, pero esbozando una sonrisa, cruzó directamente de la residencia al Ala Oeste, se reunió con su equipo en la sala de crisis y, en secreto, dio una de las órdenes más trascendentales de la historia reciente de la presidencia americana: el ataque aéreo directo contra las instalaciones nucleares de Irán.

Décadas de debate, tensiones y enfrentamientos políticos en Washington sobre la verdadera amenaza del programa nuclear iraní han marcado sucesivas presidencias desde los tiempos de Ronald Reagan. A Trump, en cambio, le han bastado apenas cinco meses de su segundo mandato y la acción unilateral de Israel para decidir borrar de un golpe las principales instalaciones nucleares de Irán. El presidente ha advertido de que, si por él fuera, aquí terminaría todo: no habrá más ataques si los ayatolás no responden. Pero esa contención, en un escenario tan volátil, está lejos de estar garantizada.

Es además notable que Trump, alguien muy locuaz, que o se ahorra amenazas y advertencias, ordenó este ataque bajo la cobertura de una campaña de disimulo portentosa. Llevaba días el presidente enfriando la posibilidad del ataque. El jueves, tras haberse visto con partidarios y asesores suyos opuestos al ataque, como Steve Bannon, hizo leer a su portavoz en rueda de prensa el siguiente mensaje: «Dado que existe la posibilidad de que haya negociaciones sustanciales —que pueden o no tener lugar— con Irán en un futuro cercano, tomaré mi decisión sobre si intervenir o no en las próximas dos semanas».

En 55 horas había ordenado el ataque sobre Fordo, Natanz e Isfahan en secreto. Nada se filtró, nada se supo. A las 18:51, la Casa Blanca mandó a la prensa a casa. Una hora y un minuto después, Trump hizo en anuncio en redes sociales. Este es signo también de la iconoclasia de Trump. Momentos de este calado, desde el anuncio de los bombardeos a Irak a la muerte de Osama bin Laden, se hicieron siempre en directo, ante las cámaras, con toda la pompa y ceremonia de la Casa Blanca.

Trump publicó el mensaje en Liu red Truth Social—«se lanzó una carga completa de BOMBAS sobre el objetivo principal, Fordo. Todos los aviones están regresando a salvo. Felicitaciones a nuestros grandes guerreros estadounidenses. No hay otro ejército en el mundo que pudiera haber hecho esto. ¡AHORA ES EL MOMENTO DE LA PAZ! Gracias por su atención a este asunto»— y después un meme, una captura de pantalla de la red social X con el mensaje «Fordo ha sido eliminado».

Después, antes de dirigirse a la nación a las 22:00, Trump se encerró en el Despacho Oval y comenzó a atender llamadas de periodistas, una práctica que disfruta especialmente. A cada uno les dijo lo mismo: que el ataque había sido un éxito rotundo, «ha ido de maravilla», «tremendo», y colgaba a los pocos segundos, recordando que debía prepararse para su discurso. Fue una secuencia en realidad medida, diseñada para marcar el tono antes de hablarle al país.

Antes de autorizar el ataque, tras regresar de su club de Nueva Jersey, Donald Trump telefoneó a Benjamín Netanyahu en Jerusalén, apenas concluido el sabbat. Le informó de que los B-2 detectados rumbo a Diego García formaban parte de una operación en marcha: los aviones estaban en vuelo, el bombardeo era inminente y abandonarían el espacio aéreo iraní en cuestión de minutos. Para Netanyahu, era la culminación de una demanda histórica. Lo que durante años pidió sin éxito a Barack Obama, Joe Biden y al propio Trump en su primer mandato, se hacía por fin realidad.

Pero con esta decisión, Trump también asume un riesgo político interno. Su base más populista y aislacionista lleva días presionándolo para que no traicione su promesa de campaña de evitar nuevas guerras. Le recuerdan que prometió ser recordado como un presidente pacificador.

El propio Trump parecía buscar ese legado apenas unas horas antes del ataque, cuando publicó en redes sociales que merecería el Nobel de la Paz por su labor diplomática: «No me darán el Nobel de la Paz haga lo que haga, ni con Rusia y Ucrania, ni con Israel e Irán, pero la gente lo sabe, y eso es lo único que me importa». Enumeró luego negociaciones que, según él, lideró personalmente: «Detuvimos la guerra entre Serbia y Kosovo» y «mantuvimos la paz entre Egipto y Etiopía».

Tampoco dudó Trump en desautorizar con dureza a quien se atrevió a contradecirlo dentro de su propio equipo. Fue especialmente tajante con su directora de Inteligencia Nacional, Tulsi Gabbard, una demócrata con posturas anti-intervencionistas que ha abogado por rebajar tensiones tanto con Rusia como con Irán. Gabbard ha sostenido en varias ocasiones que no existe información de inteligencia concluyente que indique que Irán esté cerca de fabricar una bomba nuclear. Trump la desacreditó públicamente: «Se equivoca, y punto», zanjó en declaraciones a la prensa.

Es llamativo que, tras el ataque inicial de Israel el 13 de junio, el primer instinto de Trump y su equipo fuera marcar distancia. El secretario de Estado, Marco Rubio, dejó claro en un mensaje que Estados Unidos no tenía nada que ver con los bombardeos. La Administración insistía entonces en la vía diplomática, en la contención. Solo cuando quedó claro que Israel se había adueñado del espacio aéreo iraní, que había neutralizado buena parte de las defensas y que Teherán no lograba responder con eficacia, Trump empezó a sumarse progresivamente a la operación.

Lo que comenzó como una acción unilateral de Israel se ha transformado en una guerra a gran escala por el control del programa nuclear iraní, en la que EE.UU. ha pasado de espectador a protagonista, reescribiendo los términos del conflicto y convirtiéndolo, en cuestión de días, en uno de los ejes de su presidencia.

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