Publicado: abril 29, 2025, 6:52 pm

Fue la noche en que en Canadá ganó la prosa y se hundió el fulgor, en que la promesa de una derecha regeneradora se evaporó, dejando paso a otro mandato de la izquierda tras una década de desgaste y una economÃa estancada.
Mark Carney … , banquero sin épica ni consignas, se alzó como el inesperado vencedor de unas elecciones federales marcadas por las amenazas de Donald Trump. Frente a él, Pierre Poilievre, joven, telegénico, disciplinado, que durante tres años recorrió Canadá con 180 mÃtines y una ambición meticulosamente construida, se desmoronó en apenas dos semanas. Ni siquiera logró conservar su escaño en Ottawa, que ocupaba desde 2004.
El resultado, otro gobierno en minorÃa del Partido Liberal, no lo hubiera imaginado ni el más optimista entre sus filas. El ambiente en el TD Arena de Ottawa, donde se congregaron para celebrar la victoria, era más de incredulidad que de euforia. A las pocas horas del cierre de las urnas, quedaba claro: la hegemonÃa socialista seguirÃa otra legislatura pese a la inflación, el alza del coste de la vida, el aumento de la delincuencia, el desempleo y los escándalos de Justin Trudeau.
La clave de este resultado, además del factor Trump, fue Trudeau. Su retirada a tiempo, forzada por el desgaste y la impopularidad, permitió que un perfil tecnocrático como Carney retuviera al electorado progresista sin cargar con su legado, atrayendo además a un número crÃtico de centristas.
A estos últimos les convenció el enfoque crudo del vencedor, que resumió su estrategia en sus últimos mÃtines: «Hay un dicho que dice que las campañas se hacen con poesÃa y luego se gobierna en prosa. Yo he hecho campaña en prosa y ahora voy a gobernar en econometrÃa». Toda una advertencia, también a Trump, quien el mismo dÃa de las elecciones volvió a agitar en las redes sociales la idea de anexionarse Canadá, hundiendo un poco más a una derecha que imitó su retórica y perdió el paÃs.
En su discurso triunfal, Carney, sereno pero firme, prometió reconstruir la economÃa tras el ajuste, marcó distancias con Trudeau, y concentró sus dardos en Trump. Lo nombró varias veces, bajo una lluvia de abucheos, como el adversario que habÃa acabado desarmando a los conservadores.
El mensaje más claro enviado desde Ottawa: «Cuando me siente con el presidente Trump, será para discutir el futuro económico y de seguridad entre dos naciones soberanas. Y será con pleno conocimiento de que tenemos muchas, muchas otras opciones además de Estados Unidos para construir nuestra prosperidad». Se acabaron las bromas, los apodos y las insinuaciones de sumisión. Se acabó aquello de llamar «gobernador» al primer ministro de Canadá.
El mapa de las elecciones federales refleja una fractura geográfica clara. El oeste del paÃs y las zonas rurales se mantuvieron fieles al Partido Conservador, que ganó amplias mayorÃas en Alberta, Saskatchewan y en distritos rurales de Manitoba y la Columbia Británica. Sin embargo, las grandes ciudades —Toronto, Ottawa, Montreal y Vancouver— se volcaron de forma decisiva hacia el Partido Liberal, impulsándolo hasta los 168 escaños, a apenas cuatro de la mayorÃa absoluta.
Cae el independentismo
La otra gran vÃctima de la jornada fue el independentismo quebequés. El Bloc Québécois, que aspiraba a convertirse en árbitro del próximo gobierno, se hundió. Perdió terreno frente a los liberales incluso en sus bastiones tradicionales, quedándose en apenas 23 escaños y un 6,4% del voto. La apuesta por la unidad frente a las amenazas exteriores, encarnadas en las declaraciones de Trump, terminó por desplazar las tentaciones separatistas y reforzar la cohesión patriótica.
Estas elecciones fueron, sobre todo, un plebiscito de patriotismo. Desde el arranque de la campaña, los eslóganes se confundÃan en mÃtines, carteles y redes sociales: «Canadá por delante», «Canadá primero», «Canadá ante todo». La bandera roja con la hoja de arce ondeaba como nunca en plazas, calles y estadios. Más que una votación sobre programas o candidatos, fue una movilización nacional contra una amenaza externa: el propio presidente de Estados Unidos.
Trump, en sus intentos de agitar la campaña canadiense, propuso convertir a Canadá en el estado número 51 de la Unión, resucitando retóricas anexionistas que aquà se interpretaron como una humillación sin precedentes y sin explicación lógica. Sus ataques verbales y provocaciones públicas unieron a los votantes en una defensa cerrada de su soberanÃa. No solo entre el electorado progresista: incluso votantes moderados o conservadores vieron en Trump una amenaza mayor que cualquier diferencia interna.
Poilievre llevaba años tratando de encarnar lo más atractivo de Trump sin Trump: bajar impuestos, recortar el gasto, cerrar medios públicos, reforzar las fronteras, reconocer solo dos géneros, acabar con las neologÃas medioambientales y de identidad. Llegó a gozar de una ventaja de 25 puntos sobre Trudeau, pero eso se evaporó en apenas dos semanas ante el temple de Carney, que venÃa de gestionar bancos, fondos y empresas, sin demasiadas ideologÃas ni aspavientos.
La ira popular que alimentó esta elección no estaba dirigida a un programa polÃtico concreto, sino a algo más visceral: la sensación de que Ottawa era tratado peor desde Washington que Moscú, PekÃn o Pionyang. Esa indignación cruzó partidos, generaciones y provincias. Y fue esa ola de orgullo herido la que decidió el resultado, y la que lanza un mensaje claro a los conservadores de todo el mundo: abrazarse a Trump puede acabar quemándolos.