Publicado: junio 17, 2025, 2:28 am

El G7 arrancó ayer en Kananaskis, un entorno idílico de montaña en las Rocosas de Canadá, entre esfuerzos por encontrar consensos, cada vez más elusivos, entre las grandes democracias occidentales. El gran protagonista de la cita, Donald Trump, dejó claro que no se lo … va a poner fácil: no dio muestras de cejar en su guerra comercial y apuntó a no sumarse a una declaración conjunta sobre la guerra Israel-Irán, en un día en el que se agravaba el conflicto en Oriente Próximo.
La reunión está dominada por dos elementos. Por un lado, el distanciamiento creciente del principal de sus miembros -EE.UU.- frente a sus aliados tradicionales; y, por otro, las dos guerras que dominan la cita: la que acaba de estallar en Oriente Próximo y la comercial que Trump ha declarado al planeta con sus aranceles.
El principal objetivo de la reunión es que los jefes de Estado y de Gobierno de los siete países -EE.UU., Canadá, Reino Unido, Francia, Alemania, Italia y Japón-, además de los representantes de la Unión europea y otros mandatarios invitados -Volodímir Zelenski, de Ucrania; Narendra Modi, de India; Claudia Sheinbaum, de México, entre otros- se vayan de las Rocosas sin un mayor distanciamiento, con un mínimo consenso en temas puntuales y sin empeorar ninguna de esas guerras.
«Nos reunimos en uno de esos momentos que es un punto de inflexión», dijo el anfitrión de la cita, el primer ministro de Canadá, Mark Carney, en el primer momento en el que los líderes del G7 se sentaron en una mesa redonda para las primeras conversaciones. «El mundo está más dividido y es más peligroso, hay estados hostiles y terroristas que han ampliado sus capacidades, están amenazando la seguridad global, las comunidades locales, el comercio global o los sistemas energéticos», declaró.
Carney no tardó en utilizar un arma que se ha convertido en una constante en las relaciones internacionales: agradar a Trump. Los mandatarios han aprendido -al igual que los altos cargos de la Administración Trump- que toda conversación con el multimillonario neoyorquino debe estar engrasada con elogios a su figura.
«La nostalgia no puede ser una estrategia», dijo Carney sobre los cambios geopolíticos a los que asiste el mundo. «Tenemos que cambiar con los tiempos para construir un mundo mejor. Y algunos de vosotros, como usted, señor presidente, habéis anticipado esos cambios enormes y habéis tomado medidas decididas para enfrentarlos», aseguró mirando a Trump.
Punto de partida
Carney pasó a reconocer el punto de partida de la reunión: «Es posible que no estemos de acuerdo en absolutamente todo, pero allí donde cooperemos conseguiremos una gran diferencia», señaló.
El primer ministro canadiense decía estas palabras en un momento en el que Trump ya había dejado claro que los consensos serán muy caros. De hecho, los organizadores canadienses ya habían descartado desde la semana pasada que la cumbre acabe con el comunicado tradicional, en el que los países acuerdan compromisos y objetivos. En su lugar, podrían consensuar declaraciones sobre temas puntuales.
La posibilidad de que Trump hiciera imposible un comunicado de aquel estilo -ya lo complicó hasta el extremo en el pasado, en su primera presidencia- es muy cierta. En su segundo mandato, el presidente de EE.UU. no ha dudado en pegar una sacudida al orden internacional surgido de la Segunda Guerra Mundial, con organizaciones internacionales lideradas por EE.UU., y basadas en una alianza fuerte con sus socios tradicionales occidentales. Su actitud combativa con Ucrania y amable con Rusia -representada mejor que en ningún sitio en la bronca con Zelenski en la Casa Blanca el pasado marzo- y la guerra comercial que ha desatado al mundo, acompañada de críticas feroces a Europa, son la prueba de que EE.UU. ha cambiado el tablero.
En sus primeras horas en Kananaskis, Trump dejó claro que alcanzar consensos en el G7 no es prioritario para él. Antes de llegar a Canadá, cuando viajaba desde Washington, ya explicó cómo iba a negociar los acuerdos sobre aranceles, en un momento en el que las conversaciones son urgentes: la moratoria a sus tasas abultadas -del 20% para la Unión Europea, más altas para otros países- concluye el próximo 9 de julio.
Hasta el momento, solo ha llegado a un acuerdo con Reino Unido, que todavía no se ha firmado de forma oficial, algo que Reuters aseguró que podría ocurrir en los próximos días. Sus amenazas e insultos a la Unión Europea alrededor de la guerra comercial son constantes. Ocurre lo mismo con dos de sus grandes socios comerciales y vecinos, Canadá y México. «Todo lo que tenemos que hacer es mandar una letra que ponga ‘esto es lo que vais a pagar’», aseguró Trump. «Creo que vamos a tener unos cuantos nuevos acuerdos comerciales».
Una reunión «fantástica»
Nada más llegar a la reunión, Trump se vio con Carney, en un momento de grandes tensiones entre ambos países. Además de los aranceles del 25% que ha impuesto EE.UU., Trump insiste desde hace meses en su intención de «anexionar» Canadá.
«Soy un hombre de aranceles», dijo a la prensa delante de Carney y aseguró que las negociaciones comerciales son su principal prioridad para el G7. En especial, las que mantiene con Canadá. Después, ambos se reunieron durante más de una hora y Carney, siempre optimista, sin separarse de su misión de no enfadar a Trump, aseguró que había sido «fantástica».
Trump también tuvo un encuentro con el canciller alemán, Friedrich Merz, uno de los grandes defensores de salir de Canadá con una posición común sobre la guerra Israel-Irán, en medio de esfuerzos diplomáticos de los europeos para que Teherán vuelva a la mesa de negociación nuclear. Merz ha propuesto un texto muy básico, que incluye referencias a que Irán no puede tener acceso a armamento nuclear y que Israel tiene derecho a defenderse, nociones con las que EE.UU., en un principio, debería estar de acuerdo.