Publicado: mayo 16, 2025, 4:47 pm
Hace un año, la fragilidad del presidente era evidente. Se movía con dificultad y, ante las preguntas, Joe Biden se quedaba inmóvil, como atrapado en un vacío, para luego murmurar respuestas ininteligibles. Sin embargo, en la Casa Blanca, el tema era intocable. Cuestionar algo … tan legítimo como el estado de salud del líder de la primera potencia mundial significaba arriesgarse al ostracismo. Portavoces, funcionarios e incluso diplomáticos cercanos a la familia del presidente tachaban de sensacionalistas, en el mejor de los casos, y de falsarios, en el peor, a quienes osaban plantearlo.
Un simple titular o una frase sobre su aparente declive físico podía costar el acceso a fuentes clave y cerrar puertas en Washington. Los grandes medios del país no contribuían a despejar las dudas. Cabeceras de referencia como ‘The New York Times’ o cadenas como CNN aseguraban, citando fuentes internas, que Biden seguía alerta, incluso sagaz, en reuniones privadas, algo que era categóricamente falso. Solo su desastrosa intervención en el debate presidencial contra Donald Trump, el 27 de junio, rompió ese espejismo y forzó su relevo en la candidatura demócrata.
Ahora, una investigación de los periodistas Alex Thompson (Axios) y Jake Tapper (CNN) destapa la magnitud de una operación en el Ala Oeste de la Casa Blanca para ocultar al país y al mundo lo que ya parece incontestable: Joe Biden no podía con la carga de la Presidencia. El reportaje revela episodios en los que el presidente dejaba de reconocer rostros familiares, olvidaba nombres clave, confundía fechas y mezclaba hechos recientes. Entre los altos cargos, incluso, se barajaba la posibilidad de que, en caso de lograr la reelección —una apuesta que su equipo creía ganadora—, Biden debería terminar en una silla de ruedas a los 86 años.
El libro ‘Original Sin’ (Pecado Original), que se publica el 20 de mayo, es un relato marcado por anécdotas que exponen su deterioro físico y mental y las dudas sofocadas dentro del Partido Demócrata.
Uno de los episodios más reveladores tuvo lugar días antes del debate, en una exclusiva gala en Hollywood, donde Biden fue recibido por celebridades y donantes. Entre los organizadores, George Clooney, un rostro inconfundible para el público estadounidense. Sin embargo, cuando el presidente se aproximó al actor, se limitó a decir: «Gracias por venir», sin mostrar señales de reconocerlo.
Un asistente de Biden le echó un capote: «Conoce usted a George», le recordó al presidente, pero Biden, tras un titubeo incómodo, volvió a repetir: «Gracias por venir». No fue hasta un segundo recordatorio, ya con el apellido, que Biden finalmente reaccionó: «¡Ah, sí! ¡Hola, George!». Clooney quedó visiblemente afectado por el incidente, un reflejo del deterioro cognitivo que el libro describe como progresivo e innegable.

La prensa no podía hablar con Biden. Las ruedas de prensa eran escasas y, cuando se producían, el presidente llegaba con un papel con nombres y medios escritos, y sabía siempre a quién debía darle la palabra
Clooney, sin embargo, solo se atrevió a pedir el relevo de Biden en la candidatura tras la intervención de este en el debate. El equipo del presidente alegó que acababa de regresar de una reunión del G-7 en Italia y estaba afectado por el ‘jet lag’.
Agendas extenuantes y descanso insuficiente
Según el libro, el doctor Kevin O’Connor, su médico personal, advirtió en varias ocasiones a la primera dama y al equipo del presidente sobre el riesgo de una caída grave que podría dejar a Biden en una silla de ruedas. «Si se cae en 2023 o 2024, es probable que necesite una», sentenció el médico en conversaciones privadas con el entorno del presidente. Sin embargo, los asesores políticos descartaron esa opción por el impacto visual y simbólico que tendría en plena campaña de reelección.
El propio O’Connor bromeaba en privado con que mientras él intentaba mantener a Biden con vida, su equipo de campaña «trataba de matarlo» con agendas extenuantes y sin descanso suficiente.
La ausencia de Biden en reuniones clave y el acceso limitado a su persona generaron tensiones dentro del gabinete, que se reunía muy esporádicamente. Varios secretarios se quejaron de no poder interactuar directamente con el presidente, algo inusual para un mandatario estadounidense, y recibir indicaciones solo de su jefe de gabinete o alguno de sus más estrechos asesores, como Mike Donilon o Anita Dunn.
«Desde octubre de 2023, el gabinete fue mantenido a distancia», relató uno de los secretarios a los autores bajo condición de anonimato. Los informes se entregaban a asesores de segundo nivel, que luego trasladaban la información al presidente. «Estábamos siendo filtrados», se lamentó un alto cargo. El control del círculo cercano sobre su agenda era absoluto, con la intención de reducir al mínimo su exposición pública y evitar que los signos de fragilidad se hicieran evidentes.
Lapsus recurrentes
En reuniones privadas, Biden olvidaba nombres de asesores muy cercanos. Entre ellos, su propio consejero de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, y su directora de comunicaciones, Kate Bedingfield. En un evento, confundió al secretario de Salud, Xavier Becerra, con el de Seguridad Nacional, Alejandro Mayorkas. Estos lapsus, que al principio se justificaban como despistes, se volvieron cada vez más frecuentes, avivando los rumores sobre su estado de salud mental.
La prensa no podía hablar con él. Las ruedas de prensa eran escasas. Cuando se producían, Biden llegaba con un papel con nombres y medios escritos, y sabía siempre a quién debía darle la palabra.
La renuncia de Biden a la reelección en julio de 2024 dejó al Partido Demócrata en una situación de emergencia. David Plouffe, el exdirector de campaña de Barack Obama, describió la campaña de Kamala Harris como «una misión de rescate» en medio de un caos absoluto. «Nos jodió a todos», confesó Plouffe al recordar el modo en que Biden alargó su candidatura, incluso cuando sus capacidades físicas y mentales estaban visiblemente mermadas. Harris asumió el desafío, pero el daño estaba hecho: la campaña se percibía como una carrera contra el tiempo y la narrativa de debilidad se había instalado en la opinión pública.
Los autores relatan cómo durante 2024, el círculo cercano de Biden endureció el control sobre sus apariciones públicas y el acceso a su despacho. «La estrategia era clara: exponerlo lo menos posible», cuenta un miembro del gabinete en el libro. A las reuniones privadas, solo accedían un puñado de asesores que, según la descripción del libro, «le filtraban información y limitaban las preguntas que podía recibir».