Publicado: noviembre 4, 2025, 1:17 pm

El despliegue militar de Estados Unidos en el Caribe y la presunta inminencia de un posible ataque en territorio venezolano han motivado el aplazamiento de la Cumbre de las Américas, evento al que cada tres o cuatro años están convocados los presidentes de los … 35 países del continente americano. Iba a celebrarse en República Dominicana los días 4 y 5 de diciembre, y quién sabe si para entonces las bombas habrían ya alterado el orden interamericano.
La Cumbre, puesta en marcha por impulso de Bill Clinton en 1994, cuando el fin de la Guerra Fría multiplicaba el número de democracias en el mundo y Estados Unidos inauguraba una relación más amigable con los países de su entorno geográfico, se convierte así en la primera víctima de la nueva política regional de Washington, que algunos han etiquetado como Doctrina Monroe 2.0.
Esa doctrina, enunciada en el siglo XIX y ejecutada hasta finales del XX –bien con botas sobre el terreno (de la guerra contra España en Cuba de 1898 a la invasión de Panamá de 1989), bien mediante otras formas de injerencia política o económica– se había dado por superada.
Con su regreso a la Casa Blanca, Trump ha puesto el foco en el «patrio trasero» estadounidense: EE.UU. se repliega del mundo y al atender sus intereses más inmediatos (inmigración, droga, seguridad…) culpabiliza de esos males a sus vecinos. La próxima Estrategia de Seguridad Nacional, el máximo documento estratégico de EE.UU., que se espera para antes de fin de año, pondrá el acento en el propio hemisferio occidental, situándolo en la prioridad de las preocupaciones nacionales por primera vez en décadas.
Izquierda populista
No es que la Cumbre de las Américas estuviera pasando por su mejor momento. En realidad, el deterioro democrático en la región ya ha estado laminando su aureola y entorpeciendo su labor. Si la iniciativa arrancó en la década de los 90 con la novedad democrática, el populismo que luego ha ido tomando gobiernos y tornándolos en «iliberales» en algunos casos y en otros directamente en dictaduras ha acabado por tensar las relaciones vecinales.
Cuba no asistía a esas citas, pero lo hizo en 2015 ante el acercamiento entre Obama y Raúl Castro; desde entonces, sin embargo, no ha vuelto a acudir y la tiranía en Caracas y en Managua se ha acentuado, de forma que para muchos presidentes es difícil estrechar la mano de los dirigentes de esos países con naturalidad. En la IX Cumbre, celebrada en Los Ángeles en 2022, Joe Biden excluyó a Cuba, Venezuela y Nicaragua, y eso supuso el boicot del México de López Obrador. Esos tres países también fueron vetados en esta X Cumbre de Punta Cana, y aunque la decisión no la tomó un presidente estadounidense sino un «hermano» dominicano, la mexicana Sheinbaum y el colombiano Petro anunciaron que no asistirían.
La unidad regional, incluso entre los países latinoamericanos, se ha roto y la actitud de Washington para con sus vecinos hemisféricos no va sino a crear más grietas. Un ataque de EE.UU. en Venezuela los próximos días, aunque sea muy contenido y contra elementos del narcotráfico, habría dinamitado la Cumbre, dejando en mal lugar a los socios más próximos a Trump y empujando a los demás a aparecer en un frente común con la izquierda regional que disculpa a Maduro.
Pero aunque el ataque no se hubiera producido para el 4 y 5 de diciembre, el clima pre-bélico que se vive en el área del Caribe habría promovido comunicados críticos con Estados Unidos que la diplomacia estadounidense prefería evitar. El secretario de Estado norteamericano, Marco Rubio, ha sido el primero en expresar su apoyo al presidente dominicano, Luis Abinader, por aplazar el encuentro.
Si bien Abinader ha asegurado que la cita se llevará a cabo en unos meses –alegando también para el aplazamiento los destrozos causados por el huracán Melissa–, una actuación de EE.UU. en Venezuela eliminaría la posibilidad de una reunión con asistencia nutrida y, por tanto, probablemente también su misma celebración.
