Publicado: octubre 27, 2025, 1:17 am
La Generación Z (1994-2010), comúnmente denominada Generación de cristal –siempre tildada bajo estigmas de fragilidad e hipersensibilidad frente a las críticas o adversidades–, se ha convertido, paradójicamente, en el motor principal de las revoluciones de los últimos años, llegando incluso a derrocar a varios … gobiernos y desafiar sistemas políticos.
El origen de estas manifestaciones, mayormente conocidas como las protestas de la Gen Z, comenzó en marzo de 2022, cuando en Sri Lanka estalló lo que se conoce como el movimiento Aragalaya. Miles de jóvenes salieron a las calles a protestar contra la situación económica del país: apagones diarios, precios disparados por una inflación del 50% y escasez de suministros como el combustible o el gas. Finalmente, las revueltas culminaron con la dimisión del presidente Gotabaya Rajapaksa, quien acabó escapando del país en julio de ese año mientras una turba irrumpía en su mansión y se bañaba en su piscina. Además de ser el símbolo de toda una quiebra social, dicha revolución marcó un antes y un después en los movimientos juveniles del siglo XXI.
Desde entonces, las revueltas de la Gen Z se han extendido, estando presentes desde Nepal hasta Perú, pasando por Marruecos o Madagascar. Sin embargo, pese a que su fin coincidía –movilizar a la población para la reivindicación de mejoras–, sus motivaciones han sido dispares: la libertad digital, la lucha medioambiental, la justicia social o la situación económica.
Los movimientos de esta generación han destacado frente a las revueltas de promociones anteriores gracias a su consolidación en internet. Según Antonio Díaz, especialista en comunicación en redes sociales, utilizar nuevas tecnologías para el activismo político «facilita que la voz de la ciudadanía se escuche horizontalmente, demoliendo antiguas jerarquías y, en parte, creando otras nuevas».
La evolución de este ciberactivismo y los intentos de frenarlo por las autoridades desencadena lo que Díaz denomina «efecto bola de nieve»: «Cuanto más se intente prohibir o condenar, más sentido se está dando al hecho en sí mismo: el derecho a ser escuchado y también a proponer un ideario o rumbo nuevo en la sociedad».
No obstante, a pesar de que las movilizaciones de la Gen Z tienen una efectividad inmediata gracias a su organización en comunidades, su fuerza puede decaer si no se trabaja particularmente. Díaz asegura que «la modalidad de caminar en grupo alivia pero no calma, y, por tanto, no llena a medio y largo plazo. Hay que trabajar más lo individual y abrazar la soledad de la que se huye».
En este contexto, el descontento digital se ha materializado en las calles, impulsando la revuelta de miles de jóvenes bajo un mismo deseo de lucha y transformación hacia una mejora nacional. Ciudades como Katmandú, Rabat, Lima o Antananarivo han sido testigos de estas olas de movilización, poniendo en riesgo las jerarquías de poder.
Madagascar
Un joven sostiene una bandera con una versión malgache del logo del popular manga japonés One Piece, un símbolo adoptado por los movimientos de protesta de la Generación Z en todo el mundo
Levantamiento de barricadas, manifestaciones con consignas por servicios públicos y demandas al presidente. Así protagonizaron los jóvenes las protestas en Madagascar. Antananarivo y otras ciudades del país vivieron la lucha protagonizada por la Generación Z. Furiosos contra la escasez de agua y los cortes prolongados de electricidad, los jóvenes malgaches empezaron una ola de revueltas para revertir esta situación.
Bajo el movimiento Leo Délestage, los manifestantes –organizados y convocados por aplicaciones de mensajería como Discord– reclamaban soluciones inmediatas y el derrocamiento del Gobierno. Sin embargo, a medida que las protestas se intensificaron, las fuerzas armadas del país se volvieron más violentas, utilizando gas lacrimógeno y pelotas de goma, dejando incluso 22 muertos. Sin embargo, no todo el Ejército estuvo de acuerdo con reprimir estas manifestaciones: la unidad de élite militar Captsa se sumó a estas revueltas, provocando así un ruptura y debilitamiento del Gobierno.
Finalmente, el 29 de septiembre el presidente de Madagascar, Andry Rajoelina, disolvió el Ejecutivo. Tras la huida de Rajoelina al temer por su vida, el Ejército tomó el poder, suspendió la Constitución y creó un Gobierno civil, nombrando al coronel Michael Randrianirina, líder de la unidad Captsa, como nuevo presidente de Madagascar. Ante esta situación, los jóvenes esperan con esperanza y cierta cautela.
Jóvenes participan en una manifestación para exigir reformas en la sanidad pública y la educación frente al Parlamento en Rabat (Marruecos)
«¡Queremos hospitales, no Mundiales!» fue el grito de los jóvenes que lideraron las manifestaciones en Marruecos desde finales de septiembre. Durante varias semanas, el reino alauí vivió uno de los episodios más tensos y preocupantes de los últimos años. Los jóvenes, que pertenecen a la Generación Z, salieron a las calles de las principales ciudades para mostrar su hartazgo ante la falta de servicios públicos de calidad. Las protestas de los jóvenes magrebíes, nacidas de reivindicaciones en Discord, adquirieron una punzante dimensión política con llamamientos a la caída del Gobierno y solo apaciguadas por un discurso del Rey Mohamed VI, quien no anunció ninguna medida pero frenó en cierta medida las protestas.
Bajo el nombre en la plataforma de Discord GenZ 212, los jóvenes denunciaban un sistema educativo deficiente, hospitales precarios, desempleo endémico y corrupción. La Gen Z no pareció tener ninguna adscripción política, y de momento se desconoce si tiene un cabecilla o un grupo de líderes que manejen los hilos. Lo que sí quedó claro es que tiene una gran conciencia política y que sus integrantes pertenecen a una clase media que se ha visto diezmada por la subida de precios debido a la inflación galopante.
La mayoría de los manifestantes de la Generación Z, marcados con la bandera de One Piece, exigen reformas profundas en medio de la creciente inseguridad y una década de inestabilidad política
La marcha en Lima dirigida por los jóvenes de la Generación Z que tuvo lugar el 13 de septiembre sorprendió a todos en Perú porque esta forma de protesta se había aparcado tras la fuerte represión estatal, en la que habían muerto 49 personas.
La razón de la marcha contra el Gobierno de Dina Boluarte (2022-2025) tuvo un motivo concreto: el partido Fuerza Popular, que dirige Keiko Sofía Fujimori, aprobó en el Congreso la ley donde toda persona de 18 a 40 años debía afiliarse de modo obligatorio a un sistema privado de pensiones, tributando además un impuesto extra al cobrar cualquier ingreso. La ley fue derogada a los pocos días, pero la mecha prendió y a ella se unieron los transportistas, que marcharon para que se detuvieran las extorsiones contra ellos.
Estas movilizaciones coincidieron con otras protestas en Nepal e Indonesia. Por esa razón, usaron el símbolo de la bandera ‘One Piece’ que une a la Generación Z en todo el mundo.
Entre los líderes visibles de la Generación Z, en Perú destacan Orlando Carrasco (conocido como Lando), Jorge Calmet y Milagros Rojas.
En un encuentro con la prensa en Lima, Jorge Calmet aseguró que seguirán marchando en Lima, y en pleno estado de emergencia, por Inti y Bryan, las víctimas de Dina Boluarte, y el rapero Luis Diaz. Su plan es organizar una vigilia en el centro de Lima en nombre del músico a la que asistirá su padre, Roger Ruiz.
«Buscamos salir de toda esta porquería en la que vivimos, a lo que nos han sometido los gobernantes y los partidos que están ahí, especialmente los congresistas y sus líderes que están fuera del Congreso. Buscamos salir de toda esta corrupción. No pedimos algo extraño, algo fuera de lo común. Pedimos cosas básicas, cosas que todo el mundo tiene derecho a tener simplemente por ser una persona, por tener dignidad, por ser un ser humano», clamó Calmet.
Entre tanto, Milagros Rojas, de 21 años, explicó que no apoyan a ningún partido político y que están elaborando un documento de la Generación Z que pide que se deroguen las leyes que favorecen el sicariato y las extorsiones dictadas por el actual Congreso, que mejoren las condiciones laborales de los jóvenes y que «nuestro futuro no vuelva a estar marcado por obtener un pasaporte y salir del país como les pasó a otras generaciones».
Bangladés
Estudiantes corearon consignas mientras protestaban para exigir responsabilidades y juicio contra la destituida primera ministra de Bangladesh, Sheikh Hasina
Asia quizá suponga la región donde las protestas de la Generación Z han tenido más éxito a la hora de lograr un cambio político efectivo. Todos estos movimientos comparten una participación juvenil mayoritaria, reclamaciones estructurales y lo digital como espacio constitutivo; una confluencia de factores de particular relevancia en países que han experimentado un acelerado desarrollo económico, pero donde aún imperan sustanciales déficits democráticos y escasa redistribución de riqueza.
Se produce así una colisión tectónica entre una sociedad civil alfabetizada, conectada y sin perspectivas de mejora con una estructura de poder rígida y elitista. En los últimos meses, estas movilizaciones han causado al menos dos cambios de gobierno.
El primero de ellos, en Bangladés. En agosto de 2024, varias semanas de altercados acabaron por provocar la huida de la por entonces primera ministra, Sheikh Hasina, tras quince años al frente del país, veinte en total, un periodo marcado por una progresiva represión generalizada. La explosión del hartazgo, no obstante, tuvo origen socioeconómico: un proyecto de ley que pretendía reservar empleos del sector público para veteranos de la guerra de independencia, interpretado como la institucionalización de una red clientelar al servicio del Ejecutivo.
La revuelta, que dejó más de 1.400 muertos y 13.000 heridos, acabó con Bangladés en manos de una figura de consenso, Muhammad Yunus, Premio Nobel de la Paz 2006 por su programa de microcréditos. Como jefe de Gobierno interino, está encargado de liderar la transición hacia las próximas elecciones generales, programadas para febrero de 2026.
Un joven se dispone a quemar el retrato de K. P. Sharma Oli
Este país del Himalaya siguió un patrón similar. Todo comenzó allí con las publicaciones en redes sociales de los ‘nepo kids’, los hijos del nepotismo, esto es, la clase dirigente, presumiendo de privilegios ante la precaria situación económica. La tasa de desempleo juvenil supera el 20%, 2.000 personas –de una población de 29 millones– emigran a diario en busca de oportunidades laborales en Oriente Próximo o el Sudeste Asiático, y las remesas que estos trabajadores envían desde el extranjero suponen un tercio del PIB nacional.
El agravio inicial se elevó a alzamiento por la brutalidad policial y la censura de Facebook, YouTube, X –antes llamada Twitter– y otras 26 plataformas. Este suceso prueba que las redes sociales no solo representan una herramienta organizativa y catalizadora de la movilización, como en la Primavera Árabe de 2011, sino su conversión en infraestructura esencial, a la par que el agua o la electricidad, cuya interrupción es percibida como intolerable.
Ante la presión popular y la desbandada de su Gabinete, el primer ministro K.P. Sharma Oli, para más inri del Partido Comunista, acabó por dimitir. Los manifestantes organizaron entonces una encuesta en Discord con el objetivo de consensuar un candidato para liderar un Gobierno interino. La expresidenta del Tribunal Supremo Sushila Karki resultó elegida y conducirá el país hasta las elecciones de marzo.
Estudiantes universitarios encienden bengalas durante una protesta en el primer aniversario del gobierno del presidente indonesio Prabowo Subianto
Otras protestas no llegaron tan lejos y permanecen, por tanto, no tan fallidas como inconclusas. A lo largo de este año, varias movilizaciones han sacudido Indonesia. Comenzaron en febrero, en rechazo a medidas de austeridad que afectaban a servicios públicos, en especial la educación, y pasaron luego a cuestionar la implicación del Ejército en la Administración pública.
En agosto, la concesión a los parlamentarios de dietas residenciales por valor de 50 millones de rupias indonesias (2.590 euros), diez veces el salario mínimo en Yakarta, la capital, aún más en comparación con otras zonas del país, incrementó la intensidad de las mismas, que tomaron por nombre la etiqueta (‘hashtag’) «Indonesia Gelap» («Indonesia Oscura»). El presidente Prabowo Subianto acabó por retirar dichos privilegios para aplacar el descontento.
Manifestantes antigubernamentales con banderas nacionales tailandesas conducen sus motocicletas mientras se manifiestan en una calle principal de Bangkok
Estas protestas generacionales, sin embargo, no se limitan a fenómenos recientes. En Tailandia, por ejemplo, las manifestaciones estudiantiles contra el despotismo del Ejército y la Casa Real llevaron al partido Hacia delante a ganar las elecciones de mayo de 2023 con un programa reformista, lo que a su vez impulsó un pacto contra natura entre los militares y el clan Shinawatra para impedir la formación de Gobierno y, después, forzar la disolución del partido.
