Publicado: agosto 4, 2025, 2:17 am

Atrás del éxodo de cayucos se esconde un drama complejo: explotación extranjera, corrupción y guerras olvidadas que empujan a toda una generación a cruzar el Atlántico a la deriva. Viajamos hasta África para conocer la situación.
Desde el 1 de enero al 15 de junio, … 16.733 inmigrantes llegaron a España de forma irregular, según el Ministerio del Interior, una cifra que refleja la presión migratoria que vive el país. La mayoría provenían de la ruta atlántica, con Mauritania como uno de los principales puntos de salida. Cada patera interceptada es solo la punta del iceberg de una compleja realidad.
En la playa mauritana de Nuackchot, junto al mercado de pescado, dos niños se sientan juntos mirando el horizonte, ignorando el drama que empuja a miles de personas a buscar una vida mejor. Allí está Canarias, a la derecha, y, si miras todo recto, América. El anaranjado atardecer de ensueño atrae las miradas de pescadores que traen sus barcas con redes llenas de peces. La imagen es impactante: hay más barcos que mar.
Las costas de Mauritania albergan una de las aguas más ricas y explotadas del mundo. Su Gobierno tiene acuerdos de pesca con la Unión Europea y China, permitiendo a grandes flotas extranjeras operar en sus aguas a cambio de compensaciones económicas. Sin embargo, estos acuerdos suelen beneficiar más a los países pesqueros que a la economía mauritana, donde representa un 15% del PIB según African Economic Outlook. A tenor de los datos recogidos por el Ministerio de Agricultura, Pesca, Alimentación y Medio Ambiente español, más del 50% de la población depende del sector primario, especialmente de la pesca.
Los grandes perjudicados son los pequeños pescadores locales, que ven cómo sus aguas son explotadas en un mar sin control, semejante a una jungla donde todos compiten. No hay normas en las playas de Mauritania. Basta con ir al puerto de Nuadibú y observar la saturación de barcas listas para pescar o en busca de un futuro mejor.
Hassan Kenkou, mecánico de la Embajada de España en Mauritania que ha trabajado por toda África Occidental, afirma que gran parte de su generación ha emigrado: «Los mauritanos de entre 20 y 27 años han desaparecido. Muchos no se han ido a Europa, sino que cruzaron el muro de Tijuana, en México. Quedamos muy pocos de esa edad en Mauritania. Allí ganan dinero muy rápido gracias al capitalismo salvaje de Estados Unidos. En Europa tardarían más».
Montarse en un cayuco y sobrevivir a la deriva durante días no es una decisión que toman los africanos a la ligera. Requiere una gran inversión emprender el viaje. En el caso de quienes viajan a México, puede costar de 13.000 a 15.000 euros entre sobornos, pateras, ‘coyotes’, visados… Así lo cuenta Hassan: «Con eso puedes abrir un negocio. Subirse a una patera cuesta 1.500 euros. En el mundo hay un mercado para todo».
Por lo general, la población mauritana no suele salir en un cayuco hacia Europa, exceptuando aquella generación que fue a Estados Unidos. Ellos no tienen un motivo tan fuerte como para jugarse la vida. La mayoría provienen de países como Malí, Nigeria, Senegal, Gambia, Costa de Marfil, Burkina Faso, Guinea o Sierra Leona. Huyen de la violencia en el Sahel y buscan oportunidades laborales en Mauritania. Muchos pasan meses o años en Nuadibú y Nuakchot para ahorrar dinero y emprender su viaje.
«Cruzar el océano es casi un suicidio, pero muchos lo hacen porque no tienen ni lo más básico para sobrevivir», cuenta Abdul Dia mientras arregla la entrada de un lujoso hotel en Nuakchot. «No es nada fácil porque, para empezar, conseguir el dinero es un proceso largo y duro», señala.
Según la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur), más de 3,3 millones de personas han sido desplazadas forzosamente en el Sahel Central debido a sus conflictos persistentes. Entre ellos destaca el Estado Islámico, que sigue perpetrando operaciones terroristas en el Sahara de África Occidental. A tenor del Índice Global de Terrorismo (GTI), el año pasado «el 51% de todas las muertes relacionadas con el terrorismo se produjeron en el Sahel». Un ejemplo de las atrocidades de estos grupos afectó directamente a España cuando, en abril de 2021, fueron asesinados los periodistas David Beriain y Roberto Fraile mientras realizaban un reportaje.
A esto se suman los golpes de Estado, las crisis políticas, la presencia de los mercernarios rusos del Grupo Wagner e incluso los enfrentamientos entre pastores nómadas y agricultores por el acceso al agua y las tierras de cultivo, agravados por el cambio climático. El Sahel Occidental en una de las zonas con mayores crisis humanitarias del mundo.
A todo ello se une la pasividad a la hora de resolver los problemas de los gobiernos africanos, plagados de corrupción y poco o nada transparentes. Una encuesta de la Fundación Ichikowitz a 5.600 jóvenes en 16 países africanos muestra que el 60% quiere emigrar porque la corrupción descontrolada amenaza su futuro. Así lo expresa Hassan: «Los países africanos deberían dejar de robar y ser menos corruptos. La escala de valores está hecha polvo. En África no existen consecuencias por nada».
Precisamente, uno de los retos de África Occidental es la irrupción de barcos extranjeros que afecta la economía local. «En la ciudad pesquera de San Luis, tú miras al horizonte y encuentras buques chinos y europeos arrastrando el fondo del mar y llevándose todo», explica Hassan. «El chavalín que tenía su barquito y sacaba 30 o 40 kilos de pescado al día para dar de comer a su familia, ahora saca dos. ¿Qué va a hacer?».
Este proceso lo detalla Jaume Portell, periodista experto en acuerdos de pesca en África Occidental. La pesca es, junto a la minería, la principal fuentes de ingresos de Mauritania. El país cuenta con algunos de los mejores caladeros del mundo y procesa hasta 1,8 millones de toneladas de pescado al año. Los barcos de los que nos hablaba Hassan llegan muchas veces por acuerdos comerciales con los gobiernos africanos: «Países como Senegal tienen tratados con la UE desde 1979», detalla Portell. Las aguas senegalesas están llenas de barcos industriales europeos y chinos en su mayoría. Estos pescan a gran escala, arrasando con los recursos pesqueros que antes abastecían a los pescadores locales. «Este fenómeno ha generado bastante polémica entre los pescadores artesanales senegaleses», explica el periodista.
En estos acuerdos comerciales, los países africanos reciben dinero a cambio de que los buques extranjeros puedan pescar en sus aguas. Estos pescados de las costas africanas no se comen ni en Senegal, ni en Gambia, ni en Mauritania: se consumen en Europa. Según refleja el periodista con datos de la FAO, durante los años 90, España y Senegal consumían cantidades similares de pescado (unos 35 kilos per cápita al año), pero hoy en día la diferencia es mayor: mientras España ha subido a 40 kilos, Senegal ha bajado a 12 por persona y año. Esta caída denota no solo un empobrecimiento de la dieta en Senegal, sino también una sensación: los africanos ven cómo su pescado termina en las mesas europeas mientras ellos apenas pueden permitírselo.
Las palabras de Hassan ejemplifican la situación de las aguas africanas: «Cuando yo era pequeño, tiraba una caña de pescar con tres anzuelos sin cebo y picaban tres peces. Eso ya no ocurre».
Aunque Senegal decidió no renovar en noviembre del año pasado su acuerdo pesquero con la UE, esta medida solo ha solucionado una parte del problema. Según African Economic Outlook, Mauritania ha percibido una disminución de la inversión pública en proyectos e infraestructuras. Es decir, el dinero de los acuerdos no se está empleando correctamente para mejorar el país: «La gente de aquí empieza a ver que es un cachondeo y prefieren coger una patera», expresa Hassan.
En Mauritania, la visión del Primer Mundo’ está idealizada. «Lo que vende la globalización es solo fachada. Parece que en Europa todo el mundo vive bien, hay riqueza y oportunidades, pero detrás no hay tanta felicidad ni facilidad. Es más duro y complicado», dice Hassan.
Muchos africanos asocian Occidente con nombres como Messi, Gucci o Apple, solo ven la superficie brillante. En Nuakchot, muchos negocios llevan nombres o logos occidentales. En un hotel, el recepcionista Mohammed Ghazi se sorprendió al saber que muchas familias españolas no llegan a fin de mes; para él, eso es mentira. «Todo el mundo quiere la imagen, la publicidad. Como un anuncio de chicles: no sabes si te venden un chicle o un estilo de vida», dice Hassan. La pobreza europea es invisible para gran parte de África.
El drama de quienes arriesgan sus vidas en el mar es una cadena de responsabilidades compartidas: países europeos, gobiernos africanos, mafias y acuerdos internacionales. La corrupción local, conflictos y crisis humanitarias alimentan esta tragedia. Muchos de estos inmigrantes salen desde Mauritania, especialmente desde Nuadibú, que el año pasado fue el principal punto de partida hacia España, a la par con Marruecos y Argelia, según datos del Departamento de Seguridad Nacional.
En la ruta atlántica a Canarias, casi 10.000 personas murieron en la travesía, 6.829 de ellas provenientes de Mauritania. Además, la ONG Caminando Fronteras indica que en los últimos treinta años más de 230.000 personas han accedido a Europa por esta ruta, la mitad desde 2020.
Entender la raíz del problema invita a buscar soluciones claras ante un fenómeno tan desolador. Quizás, esos dos niños que miraban el océano desde las arenosas playas de Nuakchot también sueñan con un futuro que, por ahora, parece estar del otro lado del horizonte.