Publicado: abril 29, 2025, 2:59 am

La izquierda canadiense ha resucitado, y lo ha hecho en plena forma. Nada ni nadie parecÃa capaz de salvar al Partido Liberal del hundimiento al que lo habÃa arrastrado Justin Trudeau, con una popularidad desplomada por debajo del 30% tras una década de supervivencia polÃtica … y equilibrios precarios. Pero a las 22:15, hora de Ottawa, cuando la cadena nacional CBC proclamó la victoria de su sucesor, Mark Carney, en las elecciones federales, con apenas un 12% del voto escrutado, la escena en el TD Arena fue de incredulidad y júbilo desbordado.
La multitud, que abarrotaba el recinto, todos militantes liberales, estalló en vÃtores, entre una marea de carteles rojos, el color del partido que, contra todos los pronósticos, prolongará su hegemonÃa más allá de una década en una de las mayores economÃas del mundo. El sistema canadiense en parlamentario, se precisan 175 escaños para lograr la mayorÃa necesaria.
El efecto Trump es real. Los conservadores se han estrellado, de nuevo, aunque hace apenas seis meses eran los claros favoritos a ganar. Libros enteros se escribirán sobre cómo el apuesto populista Pierre Poilievre cayó de una ventaja de 25 puntos sobre Trudeau a quedar derrotado tan pronto, tan claramente, en esta breve noche electoral.
A Poilievre le acabó envolviendo la sombra de Trump. «Es un mini Trump, tápate los oÃdos y escucharás que dice lo mismo», decÃa en esta celebración liberal Rohan Singh, 22 años, estudiante de ingenierÃa. (Curiosamente, este chaval llevaba un gorro y una corbata roja, sÃmbolos de la izquierda en Canadá que si los llevara en Washington lo identificarÃan como votante de Trump).
Es cierto, las propuestas del derrotado conservador parecÃan calcadas del manual trumpista: recortes fiscales masivos, reducción drástica del gasto público, apertura ilimitada a la explotación petrolera, ataques a la prensa y promesas de restaurar una supuesta grandeza nacional perdida. En un paÃs como Canadá, donde el patriotismo se expresa de manera distinta, más sobria y menos enardecida que en Estados Unidos, esa retórica terminó alienando a votantes moderados y a minorÃas clave.
«No queremos importar su guerra cultural», decÃa Singh, ajustándose la corbata roja. «Canadá tiene sus propios problemas, pero no necesitamos un imitador de Trump para resolverlos».
Mientras sonaba el himno nacional el lunes en el TD Arena de Ottawa, quedaba claro que la elección de Carney no era solo una apuesta por la continuidad económica: para estas personas era, sobre todo, un acto de resistencia cultural frente a la deriva ideológica que venÃa del sur. Y el elegido para dar esa batalla no es un seductor adulado en foros internacionales, como Trudeau, sino un gris tecnócrata que viene de dirigir los bancos de Inglaterra y Canadá, un banquero más experto en hojas de cálculo que en arengas polÃticas.
Lo cierto es que las elecciones federales de 2025 en Canadá han estado marcadas por un clima polÃtico extraordinario. Desde el anuncio del adelanto electoral tras la renuncia de Trudeau, el paÃs ha vivido semanas de movilización sin precedentes, impulsadas por una mezcla de orgullo nacional, tensiones con Estados Unidos y el efecto de las injerencias de Trump, que ha terminado por redibujar toda la campaña.
Todo comenzó con una participación histórica. A medida que avanzaban las jornadas de voto anticipado, los centros de procesamiento de papeletas en ciudades como Ottawa o Toronto se vieron desbordados, con cifras récord que las autoridades electorales calificaron como «sin precedentes». La respuesta masiva en las urnas era una señal temprana de que algo más que la polÃtica interna estaba en juego: para millones de canadienses, esta elección se convirtió en una reafirmación de su soberanÃa frente a la sombra de Trump.
El discurso de Carney, centrado en la defensa de la soberanÃa frente a Estados Unidos, logró movilizar a sectores moderados y de izquierda que quizá en otro contexto habrÃan mostrado indiferencia.
Trump, al intervenir directamente el mismo dÃa de la votación con sus comentarios sobre Canadá como «estado número 51», agitó aún más los ánimos. La reacción fue inmediata: polÃticos de todos los colores se vieron forzados a pronunciarse en defensa de la independencia canadiense, reforzando un nacionalismo que, paradójicamente, ha terminado favoreciendo a los liberales. El Partido Conservador, que habÃa evitado cuidadosamente mencionar a Trump, se encontró atrapado en un terreno resbaladizo: compartir parte de su ideario económico, pero sufrir las consecuencias del rechazo masivo al presidente estadounidense.
En las calles, en las cafeterÃas, en las granjas de Ontario o en las avenidas de Montreal, la conversación se repetÃa: parar a Trump. Esa pulsión ha cambiado el ritmo de una campaña que parecÃa rutinaria y ha colocado a Canadá en una insólita y extraña senda continuista para plantar cara a la amenaza que proviene, ilógicamente, de su mayor aliado, de su vecino, de su hermano.
No fueron solo los conservadores quienes pagaron el precio. Los independentistas francófonos también tuvieron que pagar la cuenta. En Quebec, los liberales lograron avanzar a costa del Bloc Québécois, reflejo de un electorado que, ante los tiempos convulsos y las amenazas procedentes del sur, ha optado por cerrar filas. El mensaje de fondo fue claro: mejor votar unidos y apostar por un patriotismo inclusivo que fragmentarse en medio de una crisis de soberanÃa nacional.
Pero la clave fue Ontario, la gran provincia, el corazón polÃtico y económico de Canadá, donde se hallan Toronto y Ottawa y donde vive cerca del 40% de la población del paÃs. AllÃ, ante la mirada atenta de todo el paÃs, se decidió la elección. La provincia, tradicionalmente moderada, envió un mensaje inequÃvoco: frente a la presión exterior y la inestabilidad, mejor apostar por continuidad. El recuento y la fortuna quisieron que se decidiera que Carney iba a ser ganador justo cuando se le concedió su distrito de Nepean, con un 60% del voto.
El ganador, de 59 años, es un tecnócrata atÃpico convertido en el inesperado salvador de la izquierda canadiense. Educado en Harvard y en la Universidad de Oxford, forjó su carrera lejos de los focos polÃticos. Primero en Goldman Sachs, y después como gobernador del Banco de Canadá y del Banco de Inglaterra, donde se ganó fama de gestor frÃo, calculador y eficaz en tiempos de crisis.
Carney no llegó a la polÃtica por vocación, sino empujado por las circunstancias. El colapso de Trudeau, la amenaza de anexión de Trump y el vacÃo de liderazgo en el Partido Liberal lo llevaron a dar el salto. Él mismo bromeó en 2012 que antes preferirÃa ser «payaso de circo» que polÃtico. Hoy, esa falta de carisma, esa sequedad de banquero, se ha convertido en su mayor virtud: frente a la volatilidad internacional, ofrece estabilidad, frente a la provocación trumpista, ofrece previsibilidad.
Durante la campaña, Carney ha basado su mensaje en la defensa cerrada de la soberanÃa canadiense. No improvisa, no se deja llevar por la emoción: cada discurso está estructurado como un informe de gestión. Aunque su pasado en Goldman Sachs y sus vÃnculos con inversiones en China le han costado crÃticas, su imagen de gestor fiable ha terminado imponiéndose. En un paÃs sacudido por la presión del sur, su falta de glamour es justo lo que muchos canadienses parecen buscar tras tantos años de Trudeau.
El coste de la vida y el precio de la vivienda han sido factores decisivos en estas elecciones, como han reflejado todas las encuestas previas a la jornada. La inflación, el encarecimiento de los alimentos y la crisis de acceso a la vivienda golpean de lleno a la clase media canadiense. Y, sin embargo, el dato más llamativo de estos comicios es que, pese a ese malestar, el electorado ha optado por prolongar el mandato del Partido Liberal, que lleva ya una década en el poder. No ha sido tanto un voto de satisfacción como un voto de miedo: frente a la incertidumbre global y la amenaza percibida desde el sur, los canadienses han preferido refugiarse en lo viejo conocido.