Publicado: diciembre 2, 2025, 12:00 pm
Hace apenas unos dÃas, un equipo de investigadores japoneses conseguÃa, por primera vez, grabar en vÃdeo cómo una hormiga reina invasora se colaba de incógnito en un nido ajeno, se hacÃa pasar por un súbdito más, suministraba a la auténtica reina una sustancia que provocaba que sus propios súbditos la atacaran y descuartizaran y, finalmente, terminaba usurpando el trono . Un comportamiento digno de la serie ‘Juego de Tronos’. Y ahora, estos insectos sociales vuelven a la actualidad cientÃfica de la mano de un equipo de investigadores del Instituto de Ciencia y TecnologÃa de Austria (ISTA), que acaba de descubrir un comportamiento que nos lleva al otro extremo del espectro moral de los insectos sociales. De la traición al altruismo, del asesinato por poder, al suicidio por el bien de la familia. En un nuevo estudio recién publicado en ‘ Nature Communications ‘, en efecto, los cientÃficos del ISTA acaban de revelar un comportamiento que desafÃa, o parece desafiar, al mismÃsimo instinto de supervivencia. Y es que las pupas de hormiga que contraen una enfermedad terminal no intentan esconderse. Al contrario, emiten una señal quÃmica, una especie de ‘olor a muerte’, que avisa a sus compañeras de que son un peligro para toda la colonia y que deben, por tanto, ser eliminadas de inmediato. Las comparaciones, desde luego, a veces resultan odiosas. Al sentirse gravemente enfermos, la mayor parte de los animales sociales, por puro instinto, tratan de ocultar su debilidad para evitar la marginación o el abandono. Pero estas hormigas hacen exactamente lo contrario. Gritan en silencio, mediante feromonas, una única orden: ‘Matadme antes de que yo os mate a todos’. Para entender este comportamiento, los investigadores señalan que debemos dejar de pensar en las hormigas como individuos y empezar a verlas como lo que realmente son: células de un ‘cuerpo’ mucho mayor. Sylvia Cremer, directora de la investigación, lleva años defendiendo la idea de que un hormiguero funciona, en realidad, como una suerte de ‘superorganismo’ . Uno en el que la reina (los ovarios), se encarga de la reproducción; las obreras (los diferentes tejidos, como músculos, estómago, etc), mantienen el sistema funcionando. Y en el que, además, del mismo modo que nuestro cuerpo tiene un sistema inmunitario que detecta y destruye las células cancerÃgenas o infectadas por virus para que no dañen al resto del organismo, también el hormiguero cuenta con su propio sistema de ‘inmunidad social’. Ya se sabÃa que las hormigas adultas, cuando notan que van a morir, se alejan del hormiguero. Es una forma de distanciamiento social extremo: prefieren morir solas antes que contagiar a sus hermanas. ¿Pero qué pasa con las crÃas? Las pupas de hormiga (el estado intermedio entre la larva y el adulto, cuando están encerradas en sus capullos) no tienen patas funcionales. Es decir, que no pueden moverse de un lugar a otro. Son prisioneras en sus propias cunas de seda. Y si se infectan con un hongo mortal, no pueden huir. Y aquà es donde entra en juego el descubrimiento de Erika Dawson, autora principal del estudio. Estas pupas, al igual que las células de un tejido infectado, han desarrollado un sofisticado mecanismo de comunicación. No pueden hablar, no pueden moverse, pero pueden alterar su olor. El estudio explica paso a paso cómo, al enfrentarse a una infección incurable, las pupas modifican su perfil quÃmico. No es simplemente el olor a descomposición (eso llegarÃa demasiado tarde, cuando el patógeno ya se ha extendido), sino una señal mucho más rápida y sutil, una especie de ‘alerta temprana’. Los investigadores, en efecto, han descubierto que ciertos componentes de su olor corporal aumentan drásticamente ante una enfermedad grave, actuando como una alarma silenciosa. La reacción de las obreras ante este estÃmulo es inmediata y brutal. En cuanto detectan el olor en una de las pupas, no dudan. La sacan de su capullo, perforan su cutÃcula (la piel dura del insecto) y le inyectan ácido fórmico, que actúa como un potente desinfectante y antibiótico natural. Desde luego, el proceso resulta letal para la pupa, pero también aniquila al hongo que se estaba gestando en su interior. Es lo que los inmunólogos llaman una señal de ‘encuéntrame y cómeme’, algo muy similar a cómo una célula dañada de nuestro cuerpo marca su superficie con proteÃnas especÃficas para que los glóbulos blancos vengan a devorarla antes de que se vuelva maligna. En su artÃculo, Dawson y sus colegas demuestran que este comportamiento es altruista. La pupa muere, sÃ, pero al hacerlo salva a sus compañeras, con quienes comparte gran parte de sus genes. Si la pupa ocultara su enfermedad y muriera en silencio dentro del nido, el hongo prosperarÃa y podrÃa llegar a aniquilar a toda la colonia, borrando su legado genético de la faz de la Tierra. En ciencia, sin embargo, una teorÃa no se acepta hasta que puede demostrarse empÃricamente. De modo que los investigadores, para probar que efectivamente era el olor (y no algún movimiento o sonido imperceptible) lo que desencadenaba la ejecución, llevaron a cabo un experimento ‘engañoso’ par las hormigas: extrajeron el aroma de las pupas enfermas y lo aplicaron sobre pupas totalmente sanas. El resultado fue definitivo: las obreras, confundidas por la señal quÃmica, atacaron y sacrificaron a las crÃas sanas como si estuvieran infectadas. Lo cual confirmó que el ‘olor a muerte’, y no otra cosa, es el ‘interruptor’ que activa el comportamiento de ‘limpieza sanitaria’. No hay juicio ni piedad, sólo una respuesta quÃmica automática ante una amenaza percibida. Pero la naturaleza ha ido mucho más allá. Y los investigadores se llevaron toda una sorpresa al descubrir que el sistema tiene una excepción, un ‘seguro de vida’ que evita falsos positivos o sacrificios innecesarios. Y es que, al parecer, no todas las hormigas son iguales ante la muerte. El estudio, de hecho, revela que mientras las pupas de obreras siempre emiten la señal de alarma ante una infección, las pupas de reina no lo hacen . ¿Se trata acaso de un ‘privilegio real’? Nada de eso. Según explica Erika Dawson, no se trata de que la futura reina quiera salvarse a costa de poner en riesgo a la colonia, sino más bien de todo lo contrario. Las reinas tienen un sistema inmunitario fisiológico mucho más robusto que las obreras. Y ante la misma infección, una obrera está condenada, pero una reina tiene altas probabilidades de sobrevivir y recuperarse por sus propios medios. Por eso, si la reina emitiera la señal de alarma y fuera ejecutada, la colonia podrÃa estar sacrificando innecesariamente su futuro reproductivo por una enfermedad que quizás la reina podrÃa haber superado por sà sola. Por tanto, la evolución ha calibrado el sistema con una precisión milimétrica: la reina solo pide el sacrificio cuando sabe que la muerte es inevitable. Se trata de un auténtico ‘triaje médico’ llevado a su máxima expresión. La reina sólo emite la señal cuando sabe que está desahuciada y es un peligro para las demás hormigas. El hallazgo añade una nueva capa (otra más) de complejidad a lo que sabemos sobre los insectos sociales. En un mundo humano donde a menudo nos cuesta trabajo ponernos una mascarilla para proteger al vecino, estas criaturas ciegas y diminutas han codificado en su ADN el sacrificio final como herramienta de supervivencia colectiva. La sociedad de las hormigas es, pues, extraordinariamente compleja, una civilización que, millones de años antes que nosotros , ya habÃa inventado la salud pública, las cuarentenas y la vacunación social.
