Publicado: diciembre 6, 2025, 12:30 pm
Las 500 páginas del libro Reconciliación (Planeta) dan para mucho debate sobre la vida de su autor, el rey Juan Carlos, que ha plasmado en él su versión de cómo se fraguó la Transición, que, según su narración, fue posible gracias a su entrega y a la actitud colaborativa de los españoles.
Al margen de sus pensamientos, teorías y reflexiones, apoyados en datos que su biógrafa, Laurence Debray, le ha ayudado a recolectar, el libro contiene numerosas anécdotas de cómo ha sido su trayectoria, en particular, su juventud, que él define como «austera pero feliz». Se retrata Juan Carlos como un personaje travieso, estudiante normal, muy juerguista y ‘enamorado’ (así lo dice él) de Sofía de Grecia, para él, ‘Sofi’. Recogemos algunas de las más ‘reales’… contadas de su puño y letra.
Tiraba el puré de patatas por una ventana
«Cuando volví a Estoril a pasar las vacaciones contraje la varicela tuve que guardar cama dos semanas. No me gusta nada el puré de patatas y me lo traían con todas las comidas, así que para que parecieran que me lo comía, lo tiraba por el canalón de la ventana de mi habitación. Aunque a fuerza de hacerlo la canalización terminó atascándose y se rompió».
Tardes entre peleas de almohadas
«Yo no era precisamente un niño modelo. Es más, como nos pasábamos las tardes enteras entre peleas de almohadas, me asignaron a otro compinche, Jaime Carvajal, el eterno primero de la clase. Nos hicimos muy amigos pero su carácter responsable no se me contagió».
Pasó revista en calzoncillos
«Los domingos por la mañana nos alineábamos en formación en el patio de armas antes de asistir a misa; la influencia de la religión católica y la piedad en nuestra vida diaria eran ineludibles. Íbamos a misa vestidos con un abrigo muy largo que nos llegaba casi hasta los tobillos. Un día, por pereza, no me puse los pantalones y salí en calzoncillos, convencido de que pasaría desapercibido. Y justo esa mañana, cuando estábamos todos en fila y pasando revista, el comandante de batallón nos pidió que nos abriéramos los abrigos. Evidentemente, me castigaron».
Tenía un mono en la Academia
«Un piloto de Iberia que volaba a Guinea Ecuatorial me regaló una cría de chimpancé que me seguía por la Academia del Aire y que me valió ser castigado. Se llamaba Chico. Las hijas del coronel le hicieron un uniforme de cadete. Un sábado por la mañana en que estábamos todos en formación para pasar revista, Chico consiguió liberarse de la cadena que lo ataba a un árbol. Se acercó a nosotros y empezó a palpar las piernas de mis compañeros mientras el capitán pasaba revista. Cuando llegó mi turno, frente al capitán, Chico se me subió al hombro. Fui arrestado».
Le lanzó el anillo de compromiso a Sofía, su novia
«Un día, que ella estaba descansando en su habitación del hotel, a la hora de la siesta, llegué de improviso y lancé al aire una cajita que contenía el anillo de rubíes. «Cógelo», dije. Fue mi manera poco convencional de formalizar nuestra relación».
Saltaba la tapia por la noche para irse de juerga
«Como a cualquier joven de mi edad, me apetecía divertirme, romper el asilamiento en que me encontraba por las noches en la Casita de Arriba de El Escorial, así que a veces, en mitad de la noche, saltaba el muro que rodeaba el jardín y me escapaba para ir de fiesta a Madrid con un amigo (Miguel Primo de Rivera) que tenía coche. Salía pitando a la sala de baile de moda, el Pasapoga».
Se casó con dolor por una lesión deportiva
«En la boda hubo momentos de gran solemnidad que me impresionaros. Por desgracia, estaba incómodo debido al dolor. Dos semanas antes de la ceremonia me había dislocado el hombro derecho y me había roto la clavícula practicando judo con Constantino de Grecia. Me hacía de verdad mucho daño. Los españoles que fuero a Atenas para la ocasión me saludaban dándome palmadas en el hombro».
No le pudo comprar un zafiro a ‘Sofi’… por el precio
«En Bangkok, deambulando por las calles, entré en una joyería. Una vendedora me dijo: «¡Tengo justo lo que necesita!», y sacó un magnífico zafiro cabujón. Quise comprárselo a Sofi, pero me anunció un precio prohibitivo: cinco mil dólares. Después de pensarlo mucho y hacer cuentas, llegué a la conclusión de que no entraba en nuestro presupuesto y me fui, decepcionado, llevándome la tarjeta de la tienda. Cinco años después, emprendimos un viaje por Asia con un par de amigos griegos. Cuando llegamos a Bangkok, me acordé de esta joyería. Encontré la tienda. La misma señora me saludó y dijo: «¡Todavía tengo el zafiro para usted!». ¡Es increíble que me reconociera! Me lo vendió por la mitad del precio que me había pedido cinco años antes. Esperé a estar en el Taj Mahal y, durante una cena de luna llena, le regalé a Sofi ese magnífico zafiro».
Le ‘confundieron’ con él mismo en una churrería
«Paré en una churrería de Madrid e hice cola para comprar churros. Un hombre detrás del mostrador tomaba los pedidos, Al verme, me dijo: «¡Es increíble cómo se parece usted al Rey!» «Soy su primo», le contesté, para no armar jaleo. Pero al pedir los cafés con leche y los churros para mí, el conductor, los agentes de seguridad y el asistente que me acompañaban, me reconoció por la voz. Muy pronto empezó a congregarse una multitud. Nos costó salir de la cafetería y pensé que nunca volvería al coche».
Una televisión gigante para ver ‘westerns’
«Me alegré mucho cuando me encontró una residencia en la isla de Nurai (Abu Dabi) frente al mar. Tras algunas obras de renovación, me mudé allí en febrero de 2022. Por primera vez en mi vida, tenía un hogar. Podía decidir cómo colocar los muebles y cómo organizar las cosas. Hice de la cocina abierta el corazón de la casa. Me encantó tener un gimnasio y una enorme pantalla de tres por dos metros, que llamaban the wall, para seguir los acontecimientos deportivos como si estuviera allí, y ver películas que llenaran mis tardes: wésterns como Los siete magníficos, películas antiguas como Las cuatro plumas, de Zoltan Korda, o Tres lanceros bengalíes. También series actuales que se emiten en las plataformas digitales»
La bici de Induráin, entre sus objetos más queridos
«Un túnel conduce a las oficinas del personal de la Casa Real (en Zarzuela), situadas en un anexo construido al principio de mi reinado. En la pared de este largo pasillo hice colocar caricaturas mías publicadas en la prensa, camisetas de fútbol y raquetas dedicadas. Incluso tengo la suerte de poseer la bicicleta con la que Miguel Induráin ganó cinco veces el Tour de Francia».
El mismo politono en el móvil que el actor Clint Eastwood
«Tuve la suerte de conocer a Clint Eastwood en Estados Unidos. Estaba sentado a su lado. Sonó mi teléfono y él empezó a buscar el suyo. Nos dimos cuenta de que teníamos el mismo tono de llamada en el móvil: la banda sonora de El bueno, el feo y el malo, el western de Sergio Leone de 1966 protagonizado por él. Ennio Morricone compuso la famosa partitura. Nos reímos mucho de esta coincidencia».
Un guepardo saltó sobre el príncipe Felipe cuando iba en kart
«Tenía siete perros en el Palacio de la Zarzuela. Incluso he tenido dos guepardos. Un día que lo paseaba con correa por los jardines, pasó mi hijo Felipe al volante de su kart y el guepardo saltó hacia él sin que yo pudiera contenerlo. Se quedó todo en un susto, pero aun así decidí enviarlo al zoo de Madrid. Hoy tengo un loro conmigo en Abu Dabi. Es blanco y luce una cresta con los colores de la bandera española».
Un cine en el sótano para ver a James Bond
«Tenía mi vida familiar, con sus rituales ineludibles que no me perdía bajo ningún concepto: las vacaciones de esquí en los Pirineos, las cenas de Navidad y cumpleaños, los veranos en el barco en Palma, las comidas de los domingos con los abuelos. Veíamos todos juntos películas de acción —a mis hijos les gustaban especialmente las de James Bond— los fines de semana por la noche cuando no tenía una cena oficial».
