Publicado: julio 18, 2025, 2:30 am
Con la presencia de España como país observador, los miembros del Grupo de la Haya acaban de acordar en Bogotá frenar el suministro de armas a Israel. La idea suena bien… hasta que llega uno a la relación de países firmantes: Bolivia, Cuba, Colombia, Honduras, Libia, Irak, Indonesia, Namibia, Malasia, Omán, Nicaragua, Senegal, Sudáfrica, etc.
“Dime con quién andas y te diré quién eres”, dice un refrán español. Si la iniciativa es tan buena, ¿por qué la apoyan alguna de las peores dictaduras de la tierra —como las de Cuba y Nicaragua— y ninguna de las grandes democracias? No es difícil responder a esta pregunta. Bastan las palabras con las que el presidente de Colombia, Gustavo Petro, clausuró la cumbre: «Gaza es simplemente un experimento de los megarricos tratando de demostrarle a todos los pueblos del mundo cómo se le responde a una rebeldía de la humanidad».
La explicación de Petro —sus razones tendrá, y no dicen nada bueno de la especie a la que pertenecemos— es tan estúpida como sesgada. Lo de menos es que dé credibilidad a una de las teorías conspiratorias más antiguas y, a la vez, más actuales: la existencia de una especie de Ku Klux Klan de malvados megarricos nunca identificados, que en lugar de competir entre sí conspiran para dominarnos a todos. Mucho peor es que, en nombre de la nación a la que debería representar, absuelva a Hamas, se olvide de los rehenes israelíes y pretenda blanquear el sangriento asalto a la valla de Gaza presentándolo como una “rebeldía de la humanidad”.
Dicho esto, vayamos a lo práctico. A estas alturas, nadie puede dudar de que Israel ha cometido múltiples crímenes de guerra en Gaza, algunos de ellos —el bloqueo de la ayuda humanitaria— admitidos por el propio Netanyahu. Una de las servidumbres del derecho internacional es que las convenciones de Ginebra deben cumplirse aunque no lo haga el enemigo. El primer ministro israelí no está por la labor y merece un castigo penal o, como mínimo, diplomático. Pero ¿sirve de algo el acuerdo de Bogotá? El pobre Netanyahu estará preocupado: bloqueado el suministro de armas de Namibia, Honduras y Nicaragua, sus fuerzas armadas tendrán que conformarse con lo que puedan proporcionarles los Estados Unidos.
¿Y el efecto moral? —se preguntará el lector— ¿no cuentan los gestos? ¿No sirve de nada el rechazo de la comunidad internacional? Si fuera mayoritario, seguramente sí. Pero no lo es porque casi todas las naciones —y también la Corte Internacional de Justicia y el Tribunal Penal Internacional— mantienen una postura sobre el conflicto mucho más centrada que la que sirve al Grupo de la Haya como seña de identidad. Una postura, por cierto, no muy alejada —si se exceptúa el bulo de los megarricos del mundo unidos para hacer el mal— de la que en España parecen imponer los socios del Gobierno de Sánchez.
Una postura, por cierto, no muy alejada de la que en España parecen imponer los socios del Gobierno de Sánchez
Pongamos ahora el foco en nuestro país. Aunque solo la vicepresidenta Yolanda Díaz ha expresado con claridad su apoyo a la iniciativa de Petro —en su caso, peculiar donde los haya, es difícil saber cuándo es miembro del Gobierno y cuándo oposición— nuestra presencia en Bogotá, al lado de algunos de los Estados más señalados por su desprecio a los derechos humanos, vuelve a dejar a nuestra diplomacia en fuera de juego.
Aplaudida por Hamás —esto es un hecho, no una opinión— y alejada del centro de gravedad europeo, España ha perdido —y esto, en cambio, es solo una opinión y no un hecho— toda posibilidad de influir tanto en Bruselas como en Tel Aviv. Son nuestros socios de la UE, y no nosotros, los que presionan a Netanyahu para que, como exigen las convenciones de Ginebra, permita el acceso de más camiones a la Franja. Claro que España podría tratar de ayudar desde el otro lado pero, que se sepa, ni siquiera hemos intentado forzar a Hamás a que entregue de una vez los rehenes que a los ojos de muchos israelíes —incluso de los que rechazan a Netanyahu y denuncian sus crímenes— justifican la prolongación de la guerra.
¿Cómo explicar entonces nuestra postura, tan ineficaz como, una vez más, insolidaria con nuestros aliados? Mi teoría puede parecer tan conspiracionista como la del presidente Petro, pero al menos yo pondré nombres a los sospechosos. Hay algo que une a la España de Sánchez con los Estados Unidos de Trump: las malas compañías. Nuestro Gobierno se alinea con Cuba y Nicaragua para la absolución de Hamás y el de Trump hizo lo mismo cuando le pareció conveniente para blanquear la invasión de Ucrania.
¿Le importa algo Hamás al presidente Sánchez? ¿Ucrania al presidente Trump? Seguramente no. En ambos casos, solo se trata de cortejar a los sectores de la opinión pública doméstica —la extrema izquierda española y la extrema derecha norteamericana— que les mantienen en el poder. Es lo que tienen las malas compañías: que, por desgracia, terminan influyendo en nosotros mucho más que nosotros en ellas.