Publicado: noviembre 12, 2025, 3:07 am

Después de que el Gobierno de Sánchez agitara hace apenas un mes la campaña diplomática contra Israel por su intervención militar en Gaza, presentándose como un supuesto adalid internacional de la defensa de los derechos humanos -incluso desde Sumar se llegó a plantear atacar militarmente al ejército hebreo-, llama la atención el viaje oficial de los Reyes al régimen comunista de China. Un Estado autoritario y criminal, que lidera el eje anti occidental junto a Rusia, Irán y Corea del Norte, al que España evita aplicar la misma plantilla moral -¿selectiva?- con la que llamó al boicot a la democracia de Israel.
Precedido de tres viajes de Sánchez a Pekín en apenas dos años, en su esfuerzo por reemplazar a la Hungría de Orban como principal aliado chino en Europa, y con el omnipresente Zapatero ejerciendo de lobbista zascandil de las compañías chinas, resulta evidente la mano de Moncloa en esta primera visita de Estado de los Reyes en dieciocho años.
Coincide además con el interés del Gobierno en normalizar institucionalmente un régimen que representa una de las principales amenazas a la seguridad y libertad de los europeos. China no es un socio comercial neutral: es un proyecto imperial con ambición tecnológica y militar. Financia la guerra de Putin contra Ucrania y contra Europa, al tiempo que despliega una estrategia híbrida de poder blando en la que combina el espionaje clásico con el ciberespionaje, la injerencia en el debate público mediante campañas de desinformación y propaganda digital, y operaciones comerciales destinadas a garantizar su futura hegemonía.
Aunque la política internacional exige a menudo contorsiones hipócritas -basta recordar los viajes de Macron o Scholz a Pekín en nombre del «realismo»-, el viaje de don Felipe y doña Letizia resulta especialmente incómodo e inoportuno para la Unión Europea. Bruselas observa con creciente preocupación la «anómala» relación de España con China en un momento en que la UE intenta articular una sola posición frente a Pekín: una voz propia y diferenciada de la beligerancia de Estados Unidos, pero también consciente de que China es, simultáneamente, socia, competidora y rival geopolítica.
La apuesta de Sánchez por mantener una relación privilegiada con Pekín -que, a diferencia de lo que sostiene el Gobierno, no tiene apenas rentabilidad económica, ya que España sufre uno de los mayores déficits comerciales de Europa con China- es un torpedo contra la estrategia de Bruselas. Así lo ha celebrado incluso la prensa oficialista del régimen chino, que interpreta este acercamiento como una grieta en la unidad europea. Por motivos aún no confesados, Sánchez está situando a España fuera del consenso occidental.
Un actor no alineado y teóricamente neutral en el nuevo orden mundial que se está configurando, pero que a la postre se muestra incómodo para Bruselas, hostil con Washington y siempre complaciente con el Sur Global y, en general, los enemigos de la democracia liberal.
