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Elon Musk y Jeff Bezos 'se miden' los cohetes: la pelea millonaria que está cambiando la carrera espacial para siempre

Publicado: noviembre 14, 2025, 2:23 pm

La nueva carrera espacial no se libra entre potencias globales ni en despachos gubernamentales, como ocurría en los albores de este sector durante la Guerra Fría. Se decide en fábricas privadas, plataformas marítimas y desiertos texanos donde aterrizan —o explotan— cohetes del tamaño de rascacielos. Y sus protagonistas no son presidentes, astronautas ni militares, sino dos de los empresarios más influyentes del planeta: Elon Musk y Jeff Bezos.

Durante años, su rivalidad fue apenas un rumor, una disputa silenciosa entre dos millonarios con obsesiones futuristas. Pero ahora ya es imposible disimularlo: Musk y Bezos están compitiendo abiertamente por liderar la mayor industria del futuro, quemando miles de millones en el camino y acelerando un sector que llevaba décadas detenido en la nostalgia del Apolo.

Hoy, SpaceX y Blue Origin son las dos fuerzas privadas más potentes de la industria aeroespacial. Y aunque sus cohetes vuelen hacia arriba, su pelea es profundamente terrenal: poder, dinero, prestigio, influencia… y una visión del futuro que no coincide en casi nada.

Dos titanes, dos visiones y un mismo objetivo: dominar el espacio

Aunque a primera vista podría parecer que Musk y Bezos imaginan futuros incompatibles, la realidad es más matizada: sus visiones coinciden en el destino, pero chocan frontalmente en el camino. Los dos comparten una certeza que repiten desde hace años —cada uno a su manera—: la humanidad no puede quedarse únicamente en la Tierra. El planeta es finito, frágil, vulnerable. Y el espacio, para ambos, es la gran oportunidad tecnológica, económica y civilizatoria del próximo siglo.

Pero ahí acaba el acuerdo.

A partir de ese punto, sus ideas divergen como dos trayectorias de cohete en direcciones opuestas.

Para Musk, el futuro tiene nombre propio: Marte. Lo describe como una especie de arca interplanetaria, un segundo hogar que serviría como seguro de vida para nuestra especie. En su narrativa, la colonización marciana no es un gesto romántico, sino una obligación moral: si algo amenaza la vida en la Tierra, la humanidad debe tener dónde sobrevivir. Es una visión épica, casi existencialista, que empuja a SpaceX a avanzar con una urgencia febril. Construir, lanzar, fallar, repetir. Ir lo antes posible. Llegar aunque no todo esté perfecto. Ya habrá tiempo para ajustar.

Bezos, en cambio, mira hacia otro lado. No quiere llevar a la humanidad a un planeta lejano, sino construir ciudades e industrias en el espacio cercano. Para él, la clave no es escapar, sino liberar a la Tierra de sus propias limitaciones. Imaginar fábricas en órbita, estaciones gigantes con gravedad artificial, hábitats donde millones de personas puedan vivir y trabajar. Bezos no habla de colonias rojas a 225 millones de kilómetros, sino de infraestructura, de autopistas espaciales, de reducir los costes hasta que cualquier empresa pueda operar fuera del planeta. Su futuro no está en Marte: quiere hacerle barrios espaciales a nuestro mundo.

La diferencia entre ambos es tan profunda que define cómo funcionan sus empresas. Musk avanza con la filosofía del «vamos y lo resolvemos por el camino». Lanza prototipos, acepta explosiones, acelera la iteración para llegar antes. Bezos apuesta por el «construye bien o no construyas». Procesos lentos, ingeniería paciente, pasos medidos. Donde SpaceX prioriza la velocidad, Blue Origin prioriza la solidez.

Y, sin embargo —o quizá precisamente por eso—, los dos apuntan a una conclusión similar: tarde o temprano, la humanidad vivirá más allá de su planeta de origen.

En el fondo, Musk y Bezos están escribiendo dos capítulos distintos del mismo libro. Uno quiere la épica del salto interplanetario. El otro, la estabilidad de una civilización que aprende a expandirse sin destruir su hogar. Comparten destino, pero no filosofía. Y es en esa diferencia donde nace la verdadera rivalidad que hoy está redefiniendo la carrera espacial.

SpaceX: el imperio del ritmo frenético

Elon Musk opera como si el tiempo se fuera a agotar mañana. Corre, empuja, rompe barreras y, si puede, también la paciencia de los reguladores. Su discurso es grandilocuente: la humanidad tiene que ser multiplanetaria y cuanto antes mejor. De esa urgencia nacen el Falcon 9, el Falcon Heavy, los aterrizajes en vertical, la constelación Starlink y, por supuesto, Starship, el cohete más grande jamás construido: supera en altura a la Estatua de la Libertad y el Rockefeller Center combinados.

Cuenta con 121 metros de acero inoxidable y 33 motores Raptor capaces de generar 7.600 toneladas de empuje. Más que el Saturn V del Apolo. Y el contrato adjudicado a SpaceX para convertir esta nave en un módulo de alunizaje humano asciende a 2.890 millones de dólares, aunque las extensiones y desarrollos posteriores elevan el coste total cercano a los 4.000 millones.

La filosofía de Musk es simple y radical: lanzar, fallar, aprender, repetir. Por eso Starship ya ha volado y explotado varias veces, aunque Musk lo celebre como parte del proceso. Y por eso SpaceX ha logrado que sus cohetes Falcon reutilicen primeras etapas decenas de veces, reduciendo así el coste por kilo a órbita.

La hegemonía actual es clara. SpaceX domina la cadencia de lanzamientos, la reutilización y la narrativa pública. Ninguna empresa —ni país— lanza tanto como ellos.

Blue Origin: precisión quirúrgica y un salto histórico

Durante mucho tiempo, la crítica hacia Bezos fue siempre la misma: “Blue Origin no lanza”. Y durante mucho tiempo, era verdad. Pero ahora, la compañía ha entrado en otra fase.

Su cohete New Glenn, de 98 metros de altura, ya ha realizado misiones científicas, puesto satélites rumbo a Marte y conseguido uno de los hitos más simbólicos del sector: recuperar su primera etapa sobre una plataforma marítima, convirtiéndose en la segunda empresa del mundo capaz de aterrizar un cohete orbital reutilizable.

Ese aterrizaje ha cambiado la conversación. Blue Origin ha dejado de ser ‘la eterna promesa’ para convertirse en un competidor real. Bezos ha respondido a Musk en su propio terreno: la reutilización.

Y como Musk, Bezos también tiene su porción de Luna: la NASA ha adjudicado 3.400 millones de dólares a Blue Origin para desarrollar Blue Moon, el módulo con el que la misión Artemis V llevará astronautas al satélite.

En otras palabras, si Musk colocará a los primeros astronautas de Artemis en la superficie, Bezos llevará a los siguientes. SpaceX y Blue Origin se reparten, literalmente, el futuro lunar.

¿Quién gana?

A día de hoy, SpaceX está por delante en misión, mercado y capacidad. Blue Origin, sin embargo, avanza con un plan más paciente pero igual de transformador. Ambos están quemando dinero a un ritmo que solo ellos pueden permitirse. Y ambos están construyendo las bases de la próxima gran industria global.

La realidad es que, por primera vez en la historia, la exploración espacial no depende exclusivamente de gobiernos, sino de dos empresas y dos visiones que compiten en paralelo.

Las próximas décadas decidirán quién lidera. Pero algo es seguro: la carrera espacial ya no será recordada por banderas en la Luna, sino por dos magnates que miden sus cohetes para conquistar el futuro.

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