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Comer frente a una pantalla no es una manía moderna: es el nuevo ritual social

Publicado: noviembre 2, 2025, 9:23 am

Comer frente a una pantalla no es una manía moderna: es el nuevo ritual social

Hay un condimento universal en nuestras comidas que ha ido ganando peso en los últimos años: una pantalla frente al plato. Da igual si es el desayuno con prisa, la comida en el escritorio junto al teclado o la cena en el sofá tras un día agotador: masticamos mientras scrolleamos con la misma automatización con la que respiramos.

El acto de comer sin mirar algo –vídeos verticales cortos, una serie, un vídeo de diez minutos– ha pasado de ser lo habitual a ser algo casi antinatural. Como si la comida por sí sola no fuera un estímulo suficiente para esos quince minutos.

Hay circunstancias que nos llevan a comer solos: la vida sin pareja, el teletrabajo, los estudios, un viaje de trabajo o la dinámica del cubículo en la oficina. Todas han convergido en el mismo ritual: la pantalla no es ya un acompañamiento ocasional sino el marco definitorio de la experiencia alimentaria moderna. El problema no es la soledad física sino la incapacidad de estar presentes incluso cuando estamos acompañados.

Hemos reconfigurado la comida: ahora es tiempo muerto que debe ser optimizado. Comer se ha vuelto una molesta necesidad biológica que interrumpe nuestra verdadera vida, la que transcurre en las pantallas. Por eso comemos viendo youtubes: no para hacer más amena la comida, sino para no desperdiciar esos minutos en algo tan banal como alimentarnos.

La pantalla nos rescata de la terrible ineficiencia de simplemente comer. Nos permite seguir consumiendo información, entretenimiento, validación social, mientras llenamos el buche.

Y aquí hay algo más oscuro: la comida compartida ha sido, durante milenios, el pegamento social fundamental. No es casualidad que todas las religiones tengan rituales alimentarios, que todos los acuerdos importantes se sellen con banquetes, que la palabra “compañero” venga etimológicamente de “compartir el pan”.

Al comer frente a pantallas —solos o acompañados— no solo perdemos conversación, perdemos el entrenamiento diario en reciprocidad, en los ritmos de dar y recibir que estructuran toda vida social. Un niño que crece cenando aparcado con TikTok aprende que la comunicación es unidireccional, que el entretenimiento no requiere esfuerzo mutuo, que la presencia del otro es opcional y, en última instancia, sustituible.

El mercado, por supuesto, ha detectado esta tendencia con su habitual precisión. Los productos alimenticios se diseñan ahora para el consumo unipersonal y unimano: bowls que no requieren cuchillo, wraps que liberan la mano del scroll, snacks dosificados para el picoteo intermitente entre stories.

Las apps de delivery han perfeccionado el arte de la gratificación solitaria, con algoritmos que aprenden tus antojos y los anticipan. Todo el ecosistema alimentario se reconfigura alrededor de este nuevo comensal atomizado que come sin consciencia, mastica sin saborear, traga sin compartir. Es la taylorización definitiva del acto de comer: eficiente, individual, despojado de toda dimensión ritual o social.

Pero sin duda, lo más perturbador de todo es nuestra incomodidad cuando alguien come solo sin pantalla en un espacio público. Ese individuo que simplemente come, mirando al vacío o a su plato, nos resulta inquietante. ¿En qué piensa? ¿Por qué no se distrae? ¿Acaso no siente la presión de parecer ocupado, conectado, relevante?

Su simple presencia desnuda nuestra propia incapacidad para estar solos, nuestra adicción a la mediación digital incluso en los actos más básicos. Hemos llegado a un punto donde la soledad sin pantalla se lee como fracaso social, como si no tener notificaciones durante la comida fuera señal de irrelevancia.

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La paradoja final es digna de chef kiss: nunca hemos estado más conectados y nunca hemos comido más solos. Intercambiamos memes mientras ignoramos a quien tenemos enfrente, documentamos platos que nadie compartirá con nosotros, performamos una vida social digital mientras nuestra vida social analógica se atrofia.

Cuando los antropólogos del futuro estudien nuestra civilización, quizás se pregunten cómo una especie que evolucionó compartiendo alimento alrededor del fuego terminó mirando rectángulos luminosos mientras masticaba en soledad, convencida de que eso era progreso.​​​​​​​​​​​​​​​​

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La noticia

Comer frente a una pantalla no es una manía moderna: es el nuevo ritual social

fue publicada originalmente en

Xataka

por
Javier Lacort

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