Publicado: julio 21, 2025, 5:23 am
El sur de Europa ha dado un paso decisivo hacia un futuro en el que los pagos instantáneos dejarán de ser una promesa para convertirse en un estándar continental.
España, Portugal e Italia, a través de Bizum, MB WAY y Bancomat Pay respectivamente, han activado su interoperabilidad bajo el paraguas de la iniciativa EuroPA (European Payments Alliance), permitiendo que más de 50 millones de usuarios y 186 entidades bancarias realicen transferencias al instante con la misma facilidad con la que lo hacían entre ciudades o barrios de sus propios países.
Desde su lanzamiento en 2016, Bizum se ha convertido en el rey indiscutible de los pagos móviles en España. Con 27 millones de usuarios y más de mil millones de operaciones anuales por valor de 44.200 millones de euros, su popularidad ha impulsado a otros sistemas nacionales a mirar con atención su modelo.
En paralelo, MB WAY y Bancomat Pay, activos desde 2023, han demostrado su capacidad de consolidación dentro de Portugal e Italia. Hasta ahora, todos compartían la misma funcionalidad local, pero resultaba imposible enviar dinero al instante entre países, lo que obligaba a recurrir a las transferencias SEPA o a múltiples apps para destinatarios en el extranjero.
Con EuroPA esa barrera ha quedado reducida a una simple formalidad técnica: el usuario abre su aplicación habitual, selecciona un contacto en Portugal o Italia, introduce el importe y el dinero llega en tiempo real. No hay comisiones ocultas, no se necesita abrir otra cuenta ni descargar una nueva aplicación. El sistema responde con la misma inmediatez con la que respondería en territorio nacional.
Una Europa con mayor capacidad de competir financieramente
Esta es la señal de que la consolidación de los pagos instantáneos en Europa ha dejado de centrarse en entornos limitados. Compañías tecnológicas, pequeños empresarios, autónomos y plataformas peer to peer ganan como nunca en agilidad operativa y reducen sus costes, dejando atrás la dependencia de redes externas como Visa o Mastercard.
En el aspecto estratégico, este proyecto surge en un contexto internacional donde la soberanía financiera europea deja de ser un concepto abstracto. Es ya una prioridad en la agenda del Banco Central Europeo y de la Iniciativa de Pagos Europea (EPI). La fragmentación previa, donde cada país operaba con su propia solución, resultaba obsoleta frente al reto de reducir la dependencia tecnológica y económica frente a proveedores no europeos.
Para los reguladores y bancos, impulsar una solución de pagos paneuropea supone dotarse de una infraestructura capaz de competir realistamente contra gigantes americanos y, al mismo tiempo, fortalecer la resiliencia del sistema financiero frente a conflictos geopolíticos que puedan poner en riesgo el acceso a las redes de pago globales.
Sin embargo, este ámbito avanza en fases. En primer lugar, se consolidó la interoperabilidad P2P, que ya es totalmente operativa. El siguiente paso será integrar los pagos en ecommerce, donde se espera que el sistema funcione sin necesidad de tarjetas físicas o virtuales; solo el móvil será suficiente. Y finalmente, en 2026 se proyecta la llegada de los pagos en puntos físicos mediante NFC o QR, sustituyendo a los terminales tradicionales.
Para el ciudadano medio, este avance significa que una abuela en Roma puede recibir un regalo económico al instante desde Madrid, y un autónomo en Lisboa cobrar por un servicio prestado a un cliente en Milán sin complicaciones. Para el sistema bancario, significa pasar de ofrecer cuentas a ofrecer plataformas de servicio transfronterizas, elevando su valor al tiempo que se integran en un ecosistema digital europeo multifuncional. Para Europa, es un paso histórico hacia su autonomía y su lugar natural como actor global en la economía digital.
Lo que hoy se fragua en el sur está llamado a extenderse al norte y al centro, configurando en los próximos dos años un sistema continental capaz de rivalizar con los gigantes globales. Y si España, Portugal e Italia han marcado el camino, el desafío será ahora articular ese puente con los países intermediarios. Si lo consigue, el sueño de una Europa sin fronteras financieras será, finalmente, una realidad palpable.