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La innovación circular, la gran oportunidad perdida

Publicado: noviembre 14, 2025, 3:23 am

España se encuentra ante una encrucijada en materia de economía circular. Mientras la Unión Europea impulsa este modelo para crear empleo verde, reducir la dependencia de importaciones y alcanzar la neutralidad climática, nuestro país sigue demasiado centrado en prohibir y legislar, y muy poco en innovar. En lugar de aprovechar los residuos como recursos y generar nuevos mercados, España está dejando escapar una oportunidad histórica de transformación económica. En un ambiente así, ocupamos un puesto, el 39 de 69, según un informe de IMD World Competitiveness Center, mediocre en términos de competitividad industrial a escala global que impide que palancas como la innovación «mediante la destrucción creativa» asuman el protagonismo que necesita nuestra economía para ofrecer una transformación estructural.

Así lo afirman los recientes Nobel de Economía, los señores Mokyr, Aghion y Howitt, al plantear que el crecimiento no se consigue solo con inversión, aquí podemos referir los fondos europeos en curso que están siendo incapaces de transformar el tejido productivo, sino con capacidad de innovar, ecodiseñar y transformar constantemente nuestras estructuras productivas.

Las estimaciones europeas apuntan a la creación de cientos de miles de empleos vinculados a la economía circular antes de 2030, muchos de ellos de alto valor añadido. Sin embargo, nuestras cifras de circularidad siguen por debajo de la media: aproximadamente entre el 8% y el 9% de los materiales que utiliza la economía española provienen de material reciclado, frente a algo más del 11% a escala europea.

Con estos mimbres, corremos el riesgo de quedarnos rezagados mientras otros países convierten la circularidad en motor de innovación y competitividad.

El enfoque dominante del Gobierno ha sido primordialmente regulatorio: proliferan leyes, prohibiciones y una progresiva fragmentación de la unidad de mercado en España. Esta balcanización normativa, unida a la falta de armonización nacional con Europa, añade complejidad e incertidumbre a la actividad empresarial. En lugar de un mercado único de materiales secundarios con reglas claras y estables, coexisten múltiples enfoques que desincentivan la escala, disparan los costes de cumplimiento y ralentizan la inversión.

A la hipertrofia regulatoria se suma la escasez de incentivos eficaces a la ecoinversión. Allí donde otros países financian proyectos de ecodiseño, reutilización, refabricación o reciclaje avanzado, en España la carga fiscal y la inseguridad jurídica pesan más que las ayudas.

Con este entorno, difícilmente surgirán hubs tecnológicos o un auténtico ‘Silicon Valley’ de la economía circular. Si de verdad queremos acelerar, necesitamos seguridad jurídica, simplificación administrativa, ventanillas únicas y un marco fiscal que premie la innovación y el escalado industrial. Como resultado, mercados perdidos y residuos que no se ven como recursos y competitividad.

España sigue desaprovechando el potencial de convertir residuos en materias primas de alto valor. El mercado interno de materiales reciclados es débil: faltan señales de precio, contratos a largo plazo, estándares de calidad y compras públicas que tiren de la demanda de materiales secundarios.

En sectores críticos como los residuos de aparatos eléctricos y electrónicos (RAEE), no se alcanzan los objetivos de recogida y se pierde trazabilidad de flujos, con la consiguiente fuga de metales y componentes valiosos. Todo ello se traduce en pérdida de negocio en reciclaje y remanufactura, menor creación de empleo verde y un déficit de innovación en procesos y modelos de negocio.

En paralelo, buena parte del tejido empresarial ya percibe la circularidad como palanca de competitividad, reducción de costes y acceso a nuevos mercados. La brecha, por tanto, no está en la visión empresarial, sino en un marco público que todavía no acompaña con la intensidad y la coherencia necesarias.

La diferencia de enfoque se aprecia con nitidez al comparar con países que sí están aprovechando la economía circular. Países Bajos ha trazado objetivos ambiciosos y agendas sectoriales con inversión público-privada para reducir materia prima virgen y acelerar la demanda de materiales reciclados. Italia ha desplegado instrumentos financieros específicos para proyectos circulares e incentivos a la ecoinnovación, y Francia ha impulsado hojas de ruta con medidas de prevención, reutilización y nuevos modelos de negocio.

En todos los casos hay un patrón común: visión estratégica de largo plazo, simplificación administrativa, financiación de proyectos tractores y compras públicas que crean mercado. No se trata de regular menos, sino de regular mejor y, sobre todo, de combinar la norma con la inversión y la innovación para que los objetivos se cumplan en la práctica y generen industria y empleo.

Todo, en un escenario de geopolítica de los materiales, en donde la circularidad y la autonomía estratégica son palancas de competitividad. Europa depende en gran medida de terceros países para materias primas críticas (como tierras raras, litio, cobalto o níquel) imprescindibles para la transición energética y digital. Esta dependencia nos hace vulnerables a tensiones comerciales y a interrupciones de suministro. La respuesta europea pasa por diversificar orígenes y, decisivamente, por reforzar la circularidad: diseñar productos duraderos y reparables, incrementar la reutilización y, sobre todo, recuperar metales y minerales críticos de la ‘minería urbana’ que representan nuestros residuos industriales y electrónicos.

La nueva regulación europea sobre materias primas críticas fija, entre otros, un objetivo de cubrir al menos en torno al 15% del consumo anual con materiales procedentes del reciclaje para 2030. Para España, esto implica desarrollar capacidades propias en reciclaje de baterías, recuperación de tierras raras, refino de metales y trazabilidad de materiales mediante el pasaporte digital de producto.

Como conclusión, urge pasar de la retórica verde a la acción innovadora y el ecodiseño. España no puede seguir llegando tarde. La economía circular no es sinónimo de más trámites y más sanciones, sino de nuevos empleos de calidad, cadenas de suministro resilientes y autonomía estratégica. Para recuperar la oportunidad perdida, debemos pasar de una economía de penalización a una economía de innovación y armonizar normas para crear un mercado único nacional de materiales secundarios, simplificar trámites, alinear fiscalidad e inversión con la ecoinovación y movilizar compras públicas que creen demanda.

El talento existe y el mercado europeo es lo bastante amplio para escalar. Falta determinación política y una agenda de país que haga de la circularidad una verdadera política industrial. Si alineamos legislación, incentivos y tecnología, España puede dejar de ser seguidora y convertirse en referente. La alternativa es conocida: fragmentación, pérdida de competitividad y dependencia exterior. La ventana de oportunidad sigue abierta, pero se está estrechando. Es el momento de actuar.

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